Capítulo 3.

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Un nuevo día comenzaba en el pueblo. El terror entre los habitantes era evidente. Evitaban a toda costa salir de casa, y aquellos que trabajan, procuraban salir temprano de sus trabajos para poder volver a casa mientras era de día. Finalmente se había establecido un toque de queda por decisión del cual era el actual alcalde, un anciano que ya rondaba por los 80 años y con un humor de la mierda, pero al menos sabía hacer su trabajo.

Con la noticia de la llegada de los guerreros a Karmaland, los habitantes sentían tranquilidad, pero eso no quitaba el terror y el peligro que abundaba en el pueblo.

El líder de los guerreros caminaba por el pueblo, inspeccionando con la mirada el lugar y a los habitantes, intentando encontrar a alguien que pudiera estar causando el daño, a alguien dentro del pueblo que estuviera aliado con los enemigos, pero todos los pueblerinos parecían débiles e indefensos, incapaces de causar daño.

Por otro lado, Guillermo, David y Manuel se dirigían a la cafetería en la cual solían merendar todo el tiempo. Una cafetería que tenía años en el pueblo y la cual aún parecía aguantar mucho más, al igual que la dueña del lugar.

—¡Mijo!— Helena corrió a Guillermo, el cual acaba de entrar a la cafetería, con sus dos compañeros detrás de él.— Ay mijo, cuanto tiempo sin verte.

Y al igual que a Guillermo, Helena recibió con un fuerte y cálido abrazo a los otros dos. Helena era una señora que ya estaba en la tercera edad, que permanecía en el pueblo desde su infancia, más sin embargo, el vivir tantos años en España no lograba quitar su acento de raíces mexicanas. Ella había cuidado de los chicos y chica cuando eran niños, siendo como una madre para todos ellos.

—Años sin verte, Helena.— Saludo David, separándose del abrazo.— Aún te conservas bien, igual de hermosa.

—Ay, no digan mentiras.— Masculló Helena, haciendo un ademán con la mano, caminando de regreso a la barra donde siempre estaba.— Estoy vieja, las arrugas en mi cuerpo y la canas de mi cabello lo demuestran.

—Eso no quita el hecho de que seas hermosa, Helena.— Elogió Manuel, con los tres mirándolos con una sonrisa.

—Bueno, basta ya.— Pidió ella, haciendo más ademanes con la mano.— Siéntense, ahora les traigo algo de comer.

Los tres obedecieron, tomando asiento en una de las mesas de la entrada. La campana de la entrada sonó, anunciando la llegada de otra persona. Samuel entró tranquilamente, paseando su mirada por el lugar, para después tomar asiento junto a Guillermo.

Helena se apresuró en llevar la comida a los chicos en una bandeja de plástico, llevando también comida para Samuel, al cual había visto entrar.

Los cuatro recibieron con una sonrisa los sándwiches de jamón que Helena siempre hacía con mucho cariño para ellos, al igual que el zumo de naranja natural y recién hecho. Definitivamente una comida que, a pesar de ser sencilla, era hecha con cariño por parte de Helena, y era algo que los guerreros de Karmaland definitivamente extrañaban.

—¿Saben?— Comenzó a hablar Helena, poniendo su mano sobre el hombro de Samuel.— Ahora que ustedes mis niños han regresado, me siento más tranquila, considerando la situación que ha habido en el pueblo.

Samuel suspiró pesadamente, poniendo su mano sobre la de la mujer.

—Haremos todo lo que esté en nuestras manos para salvar al pueblo, Helena.— Musitó Manuel, él cual seguía sin tocar su comida.

—Yo se que sí, mijo.— Murmuró, para después suspirar.— Carlos era buen niño, no merecía lo que le pasó.

Guillermo dejó su sándwich abajo, juntando sus manos sobre la mesa.

Wᴀʀʀɪᴏʀs || Kᴀʀᴍᴀʟᴀɴᴅ (EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora