CAPÍTULO 29

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PÉRDIDA
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Leanne

La noticia es como el doble filo de un cuchillo. Soy un rejunte de ansiedad, lágrimas, miedo y angustia...

Lo que tanto temía acaba de suceder y yo no pude despedirme. No pude hacer nada.

Señorita Vitali...

Tengo que colgar —la voz me tiembla y doy la llamada por finalizada—. Espérame en la recepción, voy a necesitar que me lleves.

Dejo el teléfono en su lugar y las ganas de romper a llorar se convierte en un ansia.

—Leanne —me llama.

—Tengo que irme —pronuncio.

Me doy la vuelta, pero me sujeta del brazo. Me vuelvo hacia él y sin decir nada, me suelto del agarre antes de echarme a caminar hacia la salida. Se me nubla la vista debido a las lágrimas y me meto en el ascensor.

No pude despedirme, no pude verlo una última vez. Y todo porque creí que lo mejor sería pasar mi cumpleaños con mis amigos cuando ellos me lo aconsejaron, pero no debió ser así, debí quedarme. Debí haber dejado que la angustia me ganara porque ahora, acabo de perderlo después de tantos años.

Las puertas se abren en la recepción y me acerco hacia Lorenzo mientras me limpio las lágrimas.

—Llévame al hospital donde mi padre estaba internado —le ordeno con voz quebradiza.

Abandono el edificio y me meto dentro de la limusina que arranca al segundo. De nuevo, vuelvo a sentir las lágrimas instaladas en mi mirada. Recuerdo sus palabras, las veces que hemos salido a cenar juntos, las veces que me dijo que me quería con sus pocas pero suficientes muestras de afecto y me rompo en un llanto silencioso que acaba conmigo por dentro.

Siento que se oprime mi pecho mientras me paso las manos por el rostro, deseando que nada de esto fuera real, deseando que no hubiera sido él quien se fue. Sabía que en algún momento esto iba a suceder, pero no quería afrontarlo, no quería perderlo porque lo quiero más que a nada. Preferí mantenerme positiva e invertir todo el dinero posible en esto.

Me llevo una mano a mis labios con tal de calmar el inminente llanto pero se me hace imposible. Se me secan los labios y la respiración se me acelera de tanto pensar. No pude despedirme de mi padre. Aquello se repite en mi mente un centenar de veces y me siento como si estuvieran apuñalándome. El dolor es demasiado y los pensamientos no me dejan en paz. Un débil sollozo brota de mis labios y sé que no podré lidiar con el que ya no esté aquí. No quería perderlo. No a él.

El pecho me duele y echo la cabeza hacia atrás, queriendo que se acabe.

—Señorita —mi chofer me abre la puerta del vehículo—. Ya llegamos a su destino...

Me limpio las lágrimas y salgo del vehículo a toda velocidad hasta tomar el ascensor del hospital que me lleva a la tercera planta. Avanzo por el pasillo con las lágrimas en los ojos hasta visualizar a mi hermano, quien se encuentra sentado en una de las sillas con su cabeza entre sus manos.

—Alexander —pronuncio, deteniéndome frente a él. Su mirada de inmediato cae sobre la mía y se pone de pie. Sus brazos me rodean, dándome un abrazo que solo me hace volver a romper en llanto, sintiendo que todo se torna oscuro—. Me dijiste que todo iba a estar bien. Papá me dijo que...

—Las cosas se salieron de control —me dice, con voz profunda—. No pudieron reanimarlo a tiempo.

Aquello solo me hace sollozar. El llanto me oprime el pecho de nuevo mientras mi hermano trata de calmarme acariciándome el pelo, pero nada se detiene.

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