Parte 1

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Ahí estaba ella. Sola, vulnerable, sentada en un café del aeropuerto de Incheon. Mientras las lágrimas no paraban de correr por sus mejillas. Se cuestionaba una y mil veces qué diablos estaba haciendo allí. Su mente no paraba de divagar sobre los acontecimientos que habían sucedido en las últimas semanas. De pronto, su lucha interior fue interrumpida abruptamente por los gritos de unas jovencitas que se veían muy alborotadas. La chica miró desconcertada, se secó instintivamente las lágrimas que aún rodaban por sus mejillas y vio un grupo de muchachas, de no más de 16 años, cantando y bailando frente a una pantalla del local, al ritmo de una pegajosa canción que cantaba un joven en la televisión. Ella poco entendía el idioma, pues no había podido dedicarle tiempo a aprenderlo antes de llegar, pero entendía algunas partes de la canción ya que escuchaba frases sueltas en inglés, idioma que si dominaba por completo. No lograba comprender por qué las niñas vociferaban y no paraban de gritar por el chico que salía en pantalla. A su juicio, era sólo un jovencito delgado y muy alto con una cara menudita y desde luego, rasgos asiáticos, los que no distinguía bien desde donde estaba, pero para ella, nada fuera de lo normal, quien cantaba y bailaba animosamente en un videoclip. Trató de agudizar su oído para intentar comprender algo de la canción y escuchó frases en inglés, que parecían ser el coro. De pronto, se estremeció por completo. “… Cause you’re a cheater, a lier and a killer. You took my love and killed it, girl…” sonaba la canción. Y de golpe volvió a la realidad. De pronto, desaparecieron las chicas gritonas, el café y en su cabeza resonaban esas últimas frases que había escuchado en la canción… “You´re a cheater, a liar and a killer”. Todo se volvió negro.

Al abrir los ojos vio gente alrededor de ella, pero no entendía nada. Una chica de las que estaba alrededor, gritaba y alardeaba como queriendo dispersar a algunos de los presentes y ayudarla a levantarse. Desafortunadamente, ella no entendía nada de lo que decían. Ella no conocía el idioma. Otro tipo de los que estaban alrededor pareció darse cuenta que ella no entendía nada e intentó hablarle en inglés, a lo que ella si reaccionó. Le dijo: “Hola! Soy el dependiente del café. Te desmayaste de pronto. Podemos ayudarte en algo? Cómo te llamas?”. La chica lo miró un tanto desorientada aún. Era un tipo de cara redonda, tez blanca, ojos marrones almendrados, pelo corto muy negro pero con algunas canas ya en sus sienes, se veía de un poco más de 40 años. La chica respondió: “Diana”. Quienes la escucharon parecieron no entender su nombre. Diana intentó incorporarse rápidamente, ya que de pronto tomaba conciencia de lo que había ocurrido. Se acordó que en su bolsa tenía la dirección escrita en su agenda y la sacó apresuradamente. Se la mostró al dependiente y le consultó si eso quedaba muy lejos del aeropuerto. Él le respondió que no, que alrededor de unos 10 min. de ahí. Diana hizo intento de tomar sus maletas y todo su equipaje pero el dependiente no la dejó, le dijo que se veía muy débil y le pidió a uno de sus trabajadores que la acompañara a un taxi. Y así fue, un chico de lentes, muy delgadito y no más alto que ella la ayudó a cargar su equipaje. Ella le dio las gracias y se fue en el taxi. Realmente apreciaba que hubieran sido tan amables.

No se dio ni cuenta como llegó al departamento. Se bajó rápidamente. Ya estaba cayendo la noche. Buscó rápidamente la dirección. Estaba frente al departamento pero no recordaba el número. Volvió a sacar su agenda. Caminó hacia dentro del edificio y se encontró con el conserje.

Intentó explicarle en inglés, rogando a Dios que él comprendiera sus palabras. Afortunadamente, así fue. Él le pidió su identificación. Al comprobar la identidad de la chica, el señor le entregó un juego de llaves y le indicó que era en el tercer piso.

Diana se encontró dentro del apartamento. No era gran cosa. Era amplio pero tenía un color gris espantoso y olor muy fuerte a viejo. Había una sala de estar al fondo con un ventanal inmenso, una especie de comedor a la entrada, a mano izquierda y una cocina americana al lado derecho de la puerta de entrada. Por ese mismo lado un pasillo que daba al fondo a un dormitorio. Al lado izquierdo del pasillo estaba el baño. Las cortinas también eran grises, un tono más oscuro. Al entrar se sintió aún más deprimida. Dejó sus cosas dentro y cerró la puerta. Se quedó contemplando todo por alrededor de 10 minutos. De pronto, su rostro comenzó a cambiar, había de pronto un brillo extraño en sus ojos. Apresuradamente se dirigió al baño. Se miró al espejo. Un espejo blanco de fierro forjado, bastante lindo y grande y sus ojos cada vez despedían un brillo mayor. Abrió la llave del agua y acercó su rostro. Lo mojó con sus manos un par de veces. Se volvió a mirar en el espejo y sonrió. Recordó que no era la primera vez que se sentía así. Se acordó de cuando era una niña pequeña y su padre la había abandonado a su madre y a sus hermanos. Recordó también la promesa que le había hecho a su madre en ese mismo momento. Que nunca más nada le volvería a romper el corazón. Que ella sería una mujer fuerte igual que su madre y siempre cuando se cayera se iba a levantar, más fuerte que antes. Que aprendería de su ejemplo, porque su madre era todo para ella. Y así lo hizo, sonrió nuevamente. Volvió a la sala de estar, abrió la ventana de par en par. Se asomó al balcón y respiró profundamente el aire frío de la noche, como si fuera una pócima de fortaleza. Buscó la luna en el cielo y ahí estaba, tras unos árboles, grande, blanca y brillante. Mirando la luna le prometió una vez a su madre que nada ni nadie la derrotaría nunca más. Y se fue a acostar con la convicción que el día de mañana comenzaría una nueva vida.

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