Prólogo

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Prólogo

Un golpe, un hombre al suelo. Natasha no era una mujer que se anduviera con rodeos. Quien fuera que se atravesara en el camino de su misión caería tarde o temprano. Aquellos bastardos habían atacado una serie de orfanatos a lo largo y ancho de Europa del Este para secuestrar muchachitas jóvenes y subastarlas al mejor postor en una red de tráfico de personas de un nivel de crueldad nunca antes visto.

La infiltración de la espía en aquella asquerosa organización había sido exitosa, como siempre. Ahora estaba a punto de alcanzar a la cabeza de todo aquello, una matrona rusa que no tenía compasión por las muchachitas que caían en sus garras. Irina Petrov se encontraría con la horma de su zapato cuando abrió la puerta y encontró a una mujer pelirroja en medio del pasillo. Natasha la miraba con una sonrisa casi seductora. Tenía una mano en la cadera y estaba rodeada por una seguidilla de hombres inconscientes o muertos, ¿quién podría decirlo?

La mujer retrocedió, asustada, pero Natasha fue más rápida. Le disparó entre los ojos con un Taser y la dejó sacudirse producto de la descarga eléctrica hasta que cayó inconsciente al suelo. Hubiera querido asesinarla, pero no podía. Debía entregarla para que pagara por sus atrocidades. Aunque, para ella, pagar con cárcel no era una pena suficiente. Se sentía identificada con las niñas que habían rescatado horas antes y hubiera querido hacer real justicia para ellas... pero aquello estaba fuera de su alcance.

Pensando en lo bien que se sentiría retorcer el cuello obeso de aquella mujer, se acercó a la oficina principal, pasando por sobre ella como si no fuera más que un obstáculo. La oficina apestaba a perfume: un aroma dulzón y desagradable que le revolvió el estómago. Se tronó los dedos y se aprestó a terminar aquello. Por fin terminaba aquella misión que parecía eterna. Llevaba tres semanas fuera de casa y se moría de ganas de regresar. Extrañaba su cama, el café de las mañanas, el gimnasio de la torre...pero, sobre todo, extrañaba la presencia de Steve a su lado.

Su cama, el café, el gimnasio, todo tenía un significado especial porque eran los espacios, las cosas que compartía con él. Alguna vez, mucho tiempo atrás, había asegurado que el amor era una cosa de niños. Pero, era agradable sentirse como una niña de nuevo. Era increíble cómo él se había colado en su vida, sin pretextos, sin temores, siendo completamente honesto. Le había dicho que confiaba en ella con su vida. Se volvieron inseparables y ella decidió que lo seguiría hasta el fin del mundo. Porque confiaba en él con su vida.

Y eso fue lo que declaró frente a sus amigos el día de su boda.

Lo extrañaba terriblemente. La última vez que había podido comunicarse con él había sido casi una semana atrás. Una breve llamada apenas suficiente para decirle que estaba bien, que lo amaba y cuanto lo extrañaba. Y aquello había sido todo. Con un suspiro, se acercó al enorme escritorio de caoba que aquella ostentosa mujer se había hecho instalar para comenzar a descargar en un pendrive toda la información comprometedora. Respaldar información es un buen hábito le había dicho alguna vez a Steve.

De pronto el teléfono sobre el escritorio comenzó a sonar y ella lo miró con el ceño fruncido por un momento, dudando si debía contestar o no. Se decidió por lo primero y tomó el auricular. Siempre podía hacerse pasar por la asistente de Petrov, pensó.

– Oficina de la señora Petrov, ¿en qué puedo ayudarle? – preguntó, tratando de sonar lo más profesional posible.

Natasha, debes regresar a la base de inmediato. Pasó algo...– Natasha suspiró.

Odiaba que la interrumpieran en medio de su trabajo, pero, la voz de Hill sonaba ligeramente nerviosa del otro lado de la línea y aquello no era algo normal.

– ¿Qué pasa, Hill? Estoy trabajando. Entregaré a Petrov con las autoridades y...– la voz de Hill volvió a llenar el auricular. Sus palabras le provocaron un escalofrío por toda la extensión de su espina dorsal.

Nat, debes volver ya. Es Steve. Lo declararon perdido en acción. 

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