Capítulo VII

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Capítulo VII

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Capítulo VII

–¿Qué fue lo que le hiciste? – espetó Bucky entre dientes, con una mirada tan fiera que le heló la sangre en las venas. El antiguo sargento sostenía a Steve con firmeza, impidiendo que cayera al suelo.

–¡Nada! – negó Natasha, mirando a su marido con preocupación.

Unos hombres la cogieron fuertemente por los brazos y su primer instinto fue defenderse, soltarse de su agarre y quitarle a Steve de los brazos a Barnes. Las miradas de ambos se enfrentaron con fiereza. Finalmente, Natasha dejó caer los hombros. No podía pelear aún. Necesitaba tiempo, necesitaba hablar con Steve. Bucky gruñó una orden y se la llevaron a rastras hasta una habitación pequeña y toda pintada de blanco. Sólo había un camastro en el centro del cuarto. No había ventanas, ni barrotes, ni modo de comunicarse con el exterior. Sólo una puerta de metal, tan grueso como la pared.

De pronto se dio cuenta que hubiera sido una buena idea informar a los demás de sus planes. Al menos a María. Ya era tarde de todos modos. Se sentó en la cama y subió sus pies, abrazándose las rodillas y escondiendo su rostro entre sus brazos. Respiró despacio, muy lento, sintiendo el ritmo de su respiración. Era la mejor manera de bajar sus pulsaciones y concentrarse en lo realmente importante. Steve la reconoció. Esa era la razón de su colapso. La recordaba pelirroja... Natasha se dejó caer de espaldas en la cama y sonrió, pensando en el día en el que finalmente se decidió a teñirse el cabello.

"– Amor, ¿en serio tienes que hacer eso? – preguntó Steve, apoyado en el dintel de la puerta. La observaba con un gesto de disgusto en el rostro y los brazos cruzados sobre el pecho.

– ¿Ahora serás de los que no deja que sus mujeres hagan lo quieran, Rogers? No me hubiera imaginado algo así de ti...– le dijo mientras separaba su cabello en mechones frente al espejo y se aplicaba el tinte con sus manos enguantadas.

–¡Claro que no! – él se indignó de inmediato, acercándose a ella. Se apoyó en el lavamanos, mirándola a través del espejo– Pero... adoro tu cabello rojo, Nat. Es tan bonito...

Natasha sonrió, pero no se dejó convencer. Aquel tono dulce que usaba él cuando quería conseguir algo era adorable, pero no caería esta vez.

– Lo siento, Rogers, pero no lo conseguirás esta vez. Quiero teñirme el cabello rubio y es lo que haré– Steve hizo un mohín de disgusto y volvió a cruzarse de brazos.

– Bien. Pero, quiero comida rusa hoy en la cena– cedió, finalmente. Sabía que con ella nunca podría ganar. Nat lo miró con una sonrisa traviesa en sus labios.

– ¿Carne a la Romanoff te parece bien? – ambos compartieron una carcajada antes de que él huyera del baño por el olor a amoníaco.

Comenzó a ponderar las implicaciones de aquel súbito desmayo en su marido. Lo más probable era que lo hubieran sometido al mismo lavado de cerebro al que habían expuesto a Bucky y a ella por muchos años. Sabía, sin embargo, que la voluntad de Steve era inquebrantable. Algo debía estar regresando a su mente, por eso Amber lo había golpeado, por eso la había mirado, por eso había recordado el color de su cabello. Recordó sus ojos al momento de reencontrarse.

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