Capítulo V

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Capítulo V

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Capítulo V

No fue difícil encontrar a Amber Pierce. Era una mujer conocida en su mundo, una respetada ejecutiva petrolera que se codeaba con las mayores fortunas del mundo y compartía en fiestas y soirées con las más altas autoridades del país. Natasha comenzó a hacer un seguimiento de la mujer, notando lo carismática y encantadora que era en público. Era una mujer realmente bella, alta, de buena figura, grandes ojos claros, siempre vestida de punta en blanco. Atraía miradas adonde quiera que fuera. Pero, pronto se dio cuenta que aquella fachada dulce escondía un carácter terrible y explosivo, que rozaba en lo cruel.

Hackearon las cámaras de seguridad de la casa de Pierce y la tenían observada las 24 horas del día. Vigilarla se convirtió en una especie de obsesión para Natasha. Se sentaba en la sala de vigilancia, con una bolsa de frituras en las manos, observando su comportamiento déspota dentro de las paredes de su hogar. Le daba rabia la manera grosera y autoritaria en que trataba a su servidumbre. Anotaba en una libreta junto a ella quién la visitaba, a qué hora y con cuanta frecuencia.

En su mayoría eran sus socios comerciales, asistentes personales; gente de su medio. Memorizó sus rutinas, sus entradas y salidas. Maria comenzó a preocuparse, pero luego se dijo que nadie se comprometía tanto como Romanoff en su trabajo. Y más, si ese trabajo se trataba de encontrar a su marido. Pasó así otro mes. Y Nat seguía esperando con paciencia. Esperaba el momento indicado para salirle al encuentro. Necesitaba una prueba, un indicio que la llevara directo a la ubicación de Steve.

Si lo estaban usando como mercenario, que era lo aparente, estaría siempre moviéndose de un lado a otro. Ella, Maria y Sam había elucubrado la teoría de que le habían aplicado el mismo lavado de cerebro que a Barnes. Era la única explicación lógica que justificara su ausencia y el hecho de que estuviera asesinando gente con Barnes. Dos nuevos asesinatos habían aparecido en las noticias. Un magnate ruso y un jefe de una tribu en Arizona.

Finalmente, el día llegó. Eran cerca de las tres de la mañana y a Natasha le pesaban los párpados. Pero, finalmente, dos figuras oscuras aparecieron en la casa de Pierce. Aquello terminó por despertarla definitivamente. Reconoció la espalda de Steve a contra luz, el corte de su cabello había cambiado. Se veía más corto ahora. Pierce entró apresuradamente a la habitación y les sonrió a los hombres. Intercambiaron un par de palabras antes de darle una fuerte bofetada a Steve. Los músculos de Natasha se tensaron.

Hablaron por un rato y luego se fueron. Y Nat comenzó a moverse. No se le ocurrió dar aviso a nadie. Sólo quería seguir a Steve. Encontrarlo donde estuviera, traerlo a casa y sacarle aquel horrible color del cabello. Se dejó llevar por la angustia y salió tras ellos. No debían estar lejos. Sólo debía seguir el vehículo en el que se habían ido, a través de las múltiples señales que las cámaras de tránsito y de vigilancia privada que rodeaban las calles. Tenía acceso a todas ellas, así que seguirlos no fue complicado.

Se subió a la moto y se puso el casco que Stark le había dado. Estaba diseñado para ella, para informarle a través de múltiples cámaras y paneles de control (similares a los del casco del Mark) la información necesaria para seguir a sus objetivos. Como generalmente era ella la que se encargaba de ubicar a los objetivos y darles caza, creyó que le sería útil. Y vaya que lo era ahora. Por un momento, creyó amarlo. Usando aquello, no fue difícil seguirles la pista. Se sorprendió al ver que no salían de la ciudad, sino que se internaban en Harlem, a la zona de las fábricas abandonadas.

Se encargó de mantener una distancia prudente. A sabiendas de que no podía perderlos, tomó varios desvíos, para que no pareciera una persecución. Steve era listo. Barnes, por otro lado, estaba habituado a ser perseguido, a huir constantemente. Notaría si les seguía los pasos demasiado cerca. Cuando las cámaras comenzaron a ralear, meditó profundamente su siguiente movimiento. Si los perdía, no había posibilidad cercana de volver a tener una oportunidad así.

Si se arriesgaba a dejarse capturar, por otro lado, había una posibilidad cierta de convencerlo de quién era ella y sacarlo de allí de una pieza. Era arriesgado, tremendamente arriesgado, pero era una posibilidad cierta. Steve no podría olvidarla tan pronto. Era imposible. Debía encontrar el modo de que él la viera, que la reconociera: que volviera a su lado. Con el corazón acelerado, aceleró la moto y se les acercó, pareciendo descuidada. Ellos detuvieron el vehículo y se apearon, entrando a un edificio. No hablaban entre ellos.

Ella también se detuvo, a una distancia calculada. Se parapetó dentro y esperó. Una hora tras otra hasta que el sol asomó el rostro por la línea del horizonte. El edificio aún estaba en penumbras. Se asomó con cuidado por una cornisa y entonces lo sintió. Pasos a su espalda. Cuidadosos, leves, como los de un gato. No eran los de Steve, aquellos los hubiera reconocido de inmediato. La sutileza no era lo suyo. Seguro era Barnes. No se sorprendió cuando sintió el cañón de un arma en la nuca. La pistola temblaba ligeramente... y aquel no era Barnes.

El Soldado del Invierno jamás temblaría al apuntarle a alguien. Alzó las manos en señal de rendición. Sabía que podría reducirlo con facilidad, pero necesitaba que la llevaran delante de Steve. Así que sólo se rindió. Se preguntó quién sería el que la había capturado, probablemente uno de los hombres que trabajaban con ellos. El hombre le rodeó la cintura sin dejar de apuntarla y la apegó a su cuerpo. Sintió su aliento hediondo en el cuello y su mano subiendo hasta tocar uno de sus senos.

– ¿Qué hace una chica tan bonita por aquí sola? – Natasha fingió tragar pesado, aparentando estar asustada.

–N-nada...Yo sólo...– la mano de él le acunó el seno y lo estrujó entre sus dedos.

– No me digas. Mi jefe te lo sacará... y quizás me deje jugar contigo después...– Nat jadeó, con el aliento entrecortado, claramente "aterrada".

El hombre la jaloneó con brusquedad, llevándola de regreso al edificio en el que vio perderse a Steve. La llevó por pasillos mal iluminados, tironeándola mientras la hacía avanzar a trompicones. Nat se dijo a sí misma que debía verse convincente, así que fingió tropezar y se golpeó el rostro con un saliente, rompiéndose el labio. El mercenario la puso de pie con violencia nuevamente, hasta que desembocaron en una sala amplia, donde la luz era más clara. Vio a Barnes en un rincón, limpiando un arma. Tenía la misma mirada perdida y cruel que lucía la última vez que lo vio. Él pasó sus ojos por ella, como si no la viera. Sólo siguió muy a lo suyo, ignorándola por completo.

En cambio, el hombre que estaba sentado tras un escritorio en el centro de la sala sí que le prestó atención. Pareció escanearla con una mirada tan descarada que estuvo a punto de hacerla sonreír. Tras comérsela con los ojos, se inclinó hacia adelante en el mueble, mutando su mirada a una tan seria, tan peligrosa y tan carente de sentimientos como nunca le vio antes. Steve la observó profundamente con aquellos lindos ojos suyos que ahora habían perdido toda calidez. Él nunca la había mirado así, jamás. Y esa simple mirada, la desarmó por completo, la llenó de angustia: Steve no la reconocía.

– ¿Y bien? ¿A quién tenemos aquí? 

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