Capítulo XI

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Capítulo XI

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Capítulo XI

El proceso de recuperación de Steve fue largo y lento. Cuando regresaron a la torre y sus amigos se le arrojaron a abrazarlo, él los miró con una ceja alzada, sin estar seguro de quiénes eran. Sus rostros eran como imágenes borrosas perdidas en la niebla de un sueño y le provocaban dolor de cabeza. Hubiera querido estar sólo con Natasha un par de días, pero, al parecer, no sería posible. Saludó lo más amablemente que pudo y luego se dejó caer en la que supuso era su cama. Las sábanas olían al perfume de ella y le transmitieron una dulce sensación de paz. Cerró los ojos despacio y no tardó en quedarse dormido.

Barnes había sido trasladado a una instalación gubernamental donde lo someterían al mismo tratamiento al que se vería expuesto Steve. Pero, Natasha había querido tenerlo para ella al menos un par de días. Sabía que no sería sencillo el tratamiento, que incluso podría ser doloroso, pero, si él quería recuperar sus recuerdos, era necesario. La mujer lo observó desde la puerta de su cuarto, viéndolo dormir en silencio. Detalló los rasgos de su rostro, buscando algún cambio. La verdad, es que además de su cabello, los tatuajes y las nuevas cicatrices, no había mucho más.

Y, sin embargo, aquel parecía un hombre diferente. Sus ojos ya no tenían el brillo de antes, parecían haber perdido parte de su inocencia. Sus hombros se veían más caídos y su actitud era más beligerante. Parte de su docilidad y templanza habían desaparecido. Se veía perdido, desorientado y ella se cuestionó cuánto tardaría en volver a ser él mismo... si es que lo conseguía. ¿Qué pasaría con ellos ahora que él se sentía como alguien más? ¿Si no volvía el hombre que había amado sin pausas por cinco años? Lo miró ahí dormido y tomó una decisión. Si Steve no volvía a ser el mismo, se enamoraría una vez más del nuevo Steve.

Se acercó a él en silencio y le quitó los zapatos despacio, intentando no despertarlo. Lo cubrió con una manta y le acomodó un mechón negro que había caído sobre su frente. Iba a alejarse de su lado para dejarlo descansar cuando sintió su mano cálida y firme en su muñeca. Sus ojos azul eléctrico la miraban perezosos y le devolvieron la sonrisa que ella le regaló al verlo despierto. Se quitó la chaqueta y los zapatos y se acomodó a su lado, dejándose envolver por sus brazos.

Él parecía más tranquilo cuando ella estaba cerca. Parecía ser su única seguridad en medio de tanta confusión. Los días pasaron, lentos, arrastrándose unos tras otros, en una progresión infinita. Steve comenzó a asistir a terapias de regresión, con la que recuperó buena parte de sus recuerdos. Pasaba sus días revisando sus fotografías, sus dibujos, videos, todo lo que representaba una vida perdida. Tuvo que convencerse a sí mismo que no era ruso, que no había nacido en Siberia, que no había estado jamás en la KGB. Nat lo sorprendió varias veces mirando sus antiguos papeles que databan de antes de que cayera en el hielo. Parecía no poder convencerse de que ese joven de los 40's era él.

Lo único que permanecía como un dogma innegable en su mente era el amor que le profesaba a Natasha. Una noche, al entrar a su departamento, Natasha se encontró con la casa en penumbras. Una luz azulada salía de la sala y se escuchaba música y conversaciones. Ella reconoció de inmediato aquel sonido ambiente: Steve estaba viendo el video de su boda. Se asomó en silencio y lo contempló con una sonrisa plasmada de ternura. Él estaba sentado frente al televisor, muy cerca. En la pantalla se reproducía su primer baile y él alargó una mano hacia la pantalla, rozando con sus dedos la sonrisa de Natasha que era lo que llenaba la imagen en ese momento.

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