Capítulo VI

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Capítulo VI

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Capítulo VI

Steve pasaba por uno de esos momentos en los que no estaba seguro de nada. Asesinar al magnate ruso, al que, por cierto, encontraron en la cama con una muchachita como de doce años, no le dolió en absoluto. Se sintió bien, se sintió correcto. El bastardo se lo merecía. Pero, la realidad es que cada día le costaba más lidiar consigo mismo. Sentía un vacío dentro que no lo dejaba dormir en paz. No sabía qué es lo que le hacía falta. Sus hombres le decían que se fuera a un burdel, que buscara una mujer que le calentara la cama y que con ello se sentiría mejor.

Y, la verdad, es que sí pensó en hacer caso de sus comentarios, pero, luego se arrepentía. La razón de su negativa eran sus sueños. Soñaba con una mujer de cabellera pelirroja dormida a su lado. Ella le daba la espalda, sabía que estaba desnuda. Tenía grabada a fuego en su retina la figura dormida de ella, su piel lechosa, el aroma a flores de su cabello y la tibieza de su cuerpo junto al suyo. No podía sacarse esa imagen de la cabeza. Le dolía el pecho de sólo pensar en ella.

Entre las brumas de sus recuerdos, se perdía la imagen de una serie de mujeres que había tenido entre sus sábanas. Pero, ella era la única a la que sentía real. Las otras eran como niebla, como imágenes deformadas por un espejismo. Recordaba remotamente el sonido de una risa cantarina, del sabor de unos labios dulces y gruesos que lo acariciaban con la delicadeza de una pluma. Y ese color rojo, intenso, sensual, maravilloso invadía sus noches. Despertaba agitado, triste, excitado. Se sentía estúpido de extrañar a alguien a quién no conocía.

Comenzaba a titubear incluso en su trabajo. Cuando llegó el momento de dispararle a aquel jefe apache, le tembló el pulso. El hombre, un anciano de la tribu, defensor de los derechos sobre sus tierras, lo miró hacia arriba con los ojos llenos de dignidad. No suplicó. No lloró. Ni siquiera le deseó el mal. Le mantuvo la mirada hasta que él finalmente se decidió a apretar el gatillo. Steve le disparó con los ojos cerrados. No soportó más ver aquellos ojos oscuros, antiguos, tan llenos de misterios y de sabiduría. Contuvo un sollozo cuando lo sintió caer al piso, inerte.

Su compañero de misiones, Mijaíl, lo miró sin mostrar sentimiento alguno. No comprendía los repentinos escrúpulos que Alexi mostraba, supuso que era algo normal. Él también se había cuestionado algunas veces. Sobre todo, cuando le dijeron que Alexi sería su nuevo compañero. Estaba seguro de que había visto aquellos ojos antes. Recordaba ese rostro. Pero, no sabía de dónde. Le dijeron que era un hombre que habían traído de Rusia, y como siempre, aceptó la información sin hacer mayores preguntas.

Ahora que ya estaban de vuelta en New York, algo parecía hacer cambiado en Alexi. Se veía cada vez más inquieto, cada vez más nervioso. Sin que nadie supiera, el condicionamiento al que lo habían sometido comenzaba a dejar su cuerpo y poco a poco, los recuerdos volvían. Se presentaron en la casa de Amber Pierce y ellas los recibió con una sonrisa amplia, encantadora. Falsa hasta el tuétano.

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