Capítulo IX

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Capítulo IX

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Capítulo IX

Nat y Steve permanecieron abrazados y en silencio mucho rato. Ella se dedicó a recorrerle el cuerpo con los dedos, a explorarlo minuciosamente. Su rabia pareció aumentar por momentos al descubrir cicatrices que antes no estaban ahí, incluso quemaduras de cigarrillo. Y aquella perra maldita no sólo le había teñido el cabello, sino que le había hecho un tatuaje en el pecho. A Steve. El que se sentía intimidado por una chica con un piercing en el labio. Se dijo a sí misma que cuando llegara esa mujer a sus manos, le cobraría por toda y cada una de las marcas que dejó en él. Decidió no nada decirle a Steve. Quizás él no recordaba en qué momento se las habían hecho y eso era mejor.

– ¿Qué haremos ahora? – preguntó Steve tras unos momentos de silencio. Nat seguía abrazada a él y le acariciaba el pelo suavemente.

– Ahora, tenemos que sacarte de aquí, mi amor. Hay que volver a casa...– le susurró, besando el borde de su mandíbula con cuidado. Aún no se vestían y se sentía bien tener la piel de él tan cerca, al alcance de su mano, de sus besos, de su amor.

– Sí, pero, ¿cómo lo haremos? Si alguien se entera de que yo recuperé parte de mis memorias... no quiero seguir haciendo esto. Ya no quiero lastimar a nadie más– Nat asintió.

Estaba segura de que Steve debía de sentirse terrible. Ella, mejor que nadie conocía la sensación de haber sido vaciada y reemplazada por alguien más; ser convertida en un arma, en una herramienta. Una persona como Steve, de altos ideales, de irreprochable moral, con un alto sentido de la justicia... para él sería mucho más complicado superar la situación. La verdad es que aquello la asustaba un poco. Temía perderlo en la desesperación. Estaba consciente de todo lo que significó para ella superar su pasado. Pero, confiaba en él. Y, a diferencia de ella, Steve la tendría a su lado en cada paso.

– Tenemos que ser inteligentes. No podemos salir de aquí a los golpes. Todos piensan que tú eres parte de ellos. Debemos hacer que sigan creyendo eso, de otro modo, Amber sospecharía y podría escaparse. Y eso, eso no lo puedo permitir– afirmó con voz firme, afilando su expresión al nombrar a aquella mujer.

– Está bien. ¿Crees que debería hablar con Misha? Es decir, con Bucky...– Steve frunció el ceño. Su mente seguía dándole dificultades. Estaba confundido, mareado incluso. "Bucky", pensó. "Se llama Bucky. Y yo, Steve. Me llamo Steve".

– Pienso que sí, pero sólo en parte. Dile que Pierce los está utilizando, lo que les han hecho, pero no le hables de nosotros. No le digas aún su nombre real. No lo necesitamos confundido...– murmuró rememorando la última vez que se enfrentaron a él.

– Bien...– asintió Steve, acariciando una última vez la mejilla de su mujer. Se inclinó hacia ella y la besó lentamente, enredando sus dedos entre su cabello. Natasha posó sus manos sobre las de él y lo empujó delicadamente para apartarse de él.

– Tranquilo, amor, todo saldrá bien. Escúchame muy bien...esto es lo que vamos a hacer...

Steve salió del cuarto de Nat con la ropa revuelta a propósito. No le fue difícil fingir una sonrisa de satisfacción mientras se acomodaba la camisa ya frente a sus hombros. Los mercenarios le devolvieron sendas sonrisas socarronas, emitiendo comentarios vulgares sobre su esposa. Steve mantuvo la sonrisa con gesto forzado. Ya se las cobraría. Se pasó los dedos por el cabello para peinárselo y se acercó a Bucky, quién seguía entretenido limpiando un rifle. Lo miró con atención, intentando recordar quién era realmente. Nat le había dicho que eran amigos de la infancia. Intentó imaginarlo más joven, con una mirada más inocente, con menos sangre en las manos. No lo logró. Suspiró antes de buscarle los ojos. El moreno alzó la mirada hacia él y alzó una ceja, interrogante.

– ¿Y? ¿Te la tiraste? – preguntó de sopetón, sin mostrar el mismo interés que sus subordinados. Más bien, parecía molesto.

– Sí...– respondió, fingiendo la misma sonrisa que le había visto a los demás. Ya luego se disculparía con Nat– Te tengo noticias. ¿Podemos hablar en privado?

Bucky asintió y salieron juntos del salón para dirigirse a la habitación que ocupaba Steve en esos momentos. El ex sargento se dejó caer cuan largo era sobre el camastro. El capitán permaneció de pie y se apoyó contra su escritorio, cruzando los brazos sobre el pecho.

– ¿Qué pasó, hermano? ¿Quieres que sea tu padrino de bodas? – Steve alzó una ceja, dejando escapar un bufido.

– No, idiota. Esa mujer es agente de SHIELD. Nos estaba siguiendo el rastro porque Amber Pierce está en su radar. Esa perra nos ha estado utilizando, Misha. ¿Todos nuestros recuerdos? Pura mierda. Nos los implantaron. Han estado experimentando con nosotros, por eso están tras ella...– Bucky se sentó en la cama lentamente, mirándolo muy seriamente.

– ¿Te lo dijo ella? – preguntó con el gesto más adusto que le hubiera visto jamás– ¿Cómo sabes que no te miente? ¿Sólo porque te acostaste con ella? Te creía más inteligente, Alexi.

–Tiene pruebas. Pruebas importantes. Y mi nombre no es Alexi. Es Steven. Ella no es el enemigo, es Pierce. Nos ha estado utilizando para limpiar el camino para su empresa. ¿Nuestros objetivos? Gente que se interponía en sus negocios.

– No le creo. Ni una palabra– sentenció Bucky, cruzando los brazos sobre su pecho.

– Quizás. Y lo comprendo... pero, dime una cosa. ¿Confías en mí? – Barnes lo miró fijamente por unos momentos, como si estuviera pensando en la respuesta a esa pregunta.

– Sí...– asintió con un suspiro, rindiéndose.

– Entonces, escúchame. Llama Pierce. Dile que tenemos a la Viuda Negra. Si es como yo te digo, le va a interesar– ordenó con voz seria, saliendo de su cuarto.

Y claro que le interesó. Menos de una hora después, Amber Pierce estaba en el escondite de sus mercenarios, hecha una furia. Sus tacones resonaban por todo el lugar mientras buscaba a Steve y a Bucky. Los encontró fuera del cuarto de Natasha, conversando en voz baja. Ambos se irguieron cuando la vieron entrar e intercambiaron una mirada discreta.

– ¿Es verdad? ¿Atraparon a la Viuda Negra? – preguntó con los ojos brillantes de expectación. Estaba más que feliz. Teniendo a Natasha Romanoff con ellos, su equipo sería invencible. O, también podía matarla lenta y dolorosamente. Todo era posible.

– Sí, señora– respondió Steve, mostrando su mejor sonrisa. Bucky, parco como siempre, se limitó a asentir con un movimiento de cabeza.

Amber vio algo en sus ojos que no le gustó demasiado. Barnes jamás la había mirado tan fijo y sus fríos ojos grises parecían atravesarla de punta a punta. Se dijo a sí misma que hablaría con los científicos a cargo de los experimentos para que reiniciaran a ambos. Algo había cambiado en ellos, se veían diferentes. Pierce no era de ningún modo tonta y estaba segura de que algún modo, comenzaban a volver y ella no podía permitirse perderlos. Ellos habían pavimentado su camino al éxito con sangre.

La mujer sabía que sus métodos no eran los mejores, pero su padre le había enseñado que el fin justifica los medios. Y si tenía que escalar una montaña de cadáveres para lograr su cometido, lo haría. Sin dudar. Les dedicó una sonrisa a los hombres frente a ellos y se irguió, tomando aire. Se acomodó la chaqueta e indicó con un gesto de su cabeza que le abrieran la puerta. Steve había dejado a Nat sobre una silla y la dejó en medio del cuarto. Estaba atada de manos y pies, el cabello le cubría los ojos y parecía inconsciente.

Barnes y Steve cerraron la puerta con lentitud y las dejaron solas. 

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