Capítulo II

877 103 20
                                    


Capítulo II

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capítulo II

Un mes. Treinta días, setecientas veinte horas, y quién sabe cuantos minutos sin saber nada de su marido. Natasha había comenzado su búsqueda con calma. Se dirigió al lugar donde habían encontrado a Sam y peinó el lugar. Nada. Recorrió los alrededores, las orillas del agua, buscó marcas de calor, de rayos gamma, trazas de pólvora, lo que fuera. Pero, nada. Hasta que un pequeño objeto brillante destelló entre unos arbustos. Con cuidado de no arañarse con las espinas, extendió la mano y cogió con sus dedos un aro de metal.

Lo alzó contra la luz del sol y su corazón se detuvo cuando se dio cuenta de que era el anillo de bodas de Steve. Quien fuera que se lo hubiera llevado, se lo había quitado de la mano. Aquello aumentó exponencialmente su desazón. Comenzó entonces a revisar las coordenadas de las posibles ubicaciones que había anotado Steve. Se pasó semanas recorriendo el norte de Rusia, Rumania, Alemania e incluso algunos sitios de Sudamérica.

No consiguió nada más que un jetlag del demonio. Debido a que encontrar a Steve no sólo era importante para ella, sino también para sus amigos y la organización, contó con todos los recursos necesarios. Stark movió sus influencias y pronto, se realizó hasta una búsqueda por satélite. Nada. Parecía que la tierra se lo había tragado. Un mes después, Nat estaba sentada junto a la cama de Sam, jugando con el anillo de su esposo entre sus dedos.

De pronto, sintió una mano cálida acariciándole la nuca. Se giró asustada y vio a Steve tras ella, sonriéndole. No fue capaz de pronunciar palabra. Se puso de pie apresuradamente y se colgó de su cuello, aspirando de nuevo el aroma a aquella colonia que tanto le gustaba. Se aferró a él como un naufrago a una tabla en medio del mar. Él la sintió sollozar en su hombro y le acarició el cabello con suavidad.

– ¿Por qué lloras, linda? – había extrañado su voz. Siempre había amado aquella voz gruesa y varonil.

– ¿Dónde estabas? – preguntó ella a su vez, alzando la vista para buscar sus ojos. Él sólo le dedicó una sonrisa y le besó la punta de la nariz.

– Estoy aquí, Nat. Nunca me iría de tu lado...– respondió Steve. Ella quiso responder que no, que se había ido, que ella lo buscaba, pero no le salió la voz. No podía hablar y comenzó a asustarse. Steve sólo le sonreía– Siempre estaré contigo...sólo debes verme– le susurró y ella despertó de golpe.

Se dio cuenta de que estaba llorando. Se limpió las lágrimas con rudeza y miró el monitor de Sam que comenzó a hacer ruidos extraños. Ruidos que no había hecho antes. Se levantó del asiento, asustada y se acercó al moreno. En aquel mes sus heridas habían sanado y su rostro se veía nuevamente normal. Estiró la mano para coger el timbre que llamaba a la enfermera y entonces lo notó. Sam estaba despierto y la miraba suplicante. Intentó hablar, pero la cánula que lo conectaba al respirador artificial se lo impidió.

– Tranquilo...– dijo ella tratando de calmarlo, sosteniéndolo por los hombros para que no se levantara– Pronto vendrá el médico y te sacará esto...

Efectivamente, un momento después entraba el médico de cabecera de Sam junto con una enfermera. Le pidieron que se retirara de la sala mientras le realizaban estudios. Los minutos que pasó en aquel pasillo de hospital le parecieron eternos. Ahora que Sam había despertado, podría seguir con su búsqueda, la que había sido interrumpida por la falta de indicios. Pero, de pronto una idea cruzó por su mente.

¿Qué pasaría si Sam en vez de darle una pista le confirmaba la muerte de Steve? Entonces se convertiría verdaderamente en una viuda negra. Se preguntó como sería vivir sin él. Ya no lo vería más a su lado por las mañanas, no podría tomarle el pelo, ni ver películas con él, ni entrenar juntos. No podrían seguir con sus experimentos en la cocina, ni podrían reírse juntos de cualquier cosa.

Ya no volvería a besarlo nunca más. No sentiría sus caricias, aquellas que le había mostrado lo que era el verdadero placer por primera vez. No vería más su sonrisa, ni su ceño fruncido. No volvería a hacerle el amor. No sentiría sus manos recorriéndola, ni sus labios en su piel, ni vería aquella expresión de satisfacción total que él ponía tras el orgasmo: esa cara que a le encendía los sentidos y que sólo ella conocía. El miedo le golpeó el estómago como un puño.

Aquello era desconocido. Era un miedo tan total, tan profundo, tan visceral que le revolvió el estómago. Tan fuerte fue la sensación, que debió correr al baño de visitas, devolviendo lo poco que había comido en la cena. Se aferró al retrete, sintiéndose débil de pronto. Ya no estaba tan segura de si quería hablar con Sam. Se tomó su tiempo en el baño. Se lavó la cara con parsimonia y se enjuagó la boca sin prisas. La imagen que le devolvió el espejo la abatió aún más. Tenía los ojos hinchados, rodeados por sombras oscuras y se veía realmente pálida.

Se dijo a sí misma que no debía ser una cobarde. De todos modos, lo peor era la espera, la incertidumbre de no saber cuál había sido el destino de su marido. Caminó de regreso a la habitación de Sam y se encontró con aquellos ojos de ébano que la miraban con preocupación.

– Te ves fatal– le dijo él, causando hilaridad en Natasha.

– Mira quién lo dice...– respondió con una risita. Al menos él no había perdido el sentido del humor. Se sentó a su lado en una silla y le tomó una mano entre las suyas, en un gesto de genuino aprecio– ¿Cómo te sientes, Sam?

– Como si me hubiera aplastado un camión...– reconoció él con una sonrisa breve. Pero, enseguida su gesto se endureció– ¿Dónde está Steve, Nat?

Natasha lo miró, confusa.

– Esperaba que tú me ayudaras a averiguar eso...– él alzó una ceja, confundido.

– ¿No sabes dónde está? – Nat negó.

– ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

– Un mes. Estuviste en coma, Sam... te encontraron muy mal. Dijeron que tuviste suerte de sobrevivir. Y, sobreviviste porque Steve te cubrió con su escudo, Sam. ¿Qué fue lo que pasó? ¿qué es lo que hacían?

El moreno suspiró pesado antes de responder.

– Buscábamos a Barnes, Nat. Lo malo fue que lo encontramos. 

Take On MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora