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Observaba la naturalidad de mis uñas, mi piel sentía la rasposa tela de la bata de hospital y el único aroma que abundaba en mi olfato era el nauseabundo olor a medicamento muy bien impregnado en el ambiente

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Observaba la naturalidad de mis uñas, mi piel sentía la rasposa tela de la bata de hospital y el único aroma que abundaba en mi olfato era el nauseabundo olor a medicamento muy bien impregnado en el ambiente.

Cansada y aburrida de permanecer ahí, bajé mis piernas de la camilla y me coloqué las pantuflas para posteriormente ponerme de pie y dirigirme hasta la ventana que hacía en una de las paredes. Apenas me asomé por aquel ventanal un destello de querer salir de ahí flotó sobre mi pecho, observé los edificios y los autos llevando a cabo la misma rutina de siempre, me urgia salir de ahí lo más pronto posible.

Dejé de observar el azul del cielo y caminé hasta el exterior de mi habitación, comencé a caminar por los pasillos observandome a mi alrededor, mi vista reparo en una máquina expendedora que incluía jugos de manzana, arándano, mango, fresa y kiwi, hasta galletas u otros alimentos; durante dos años había estado sobreviviendo a base de suero, y estos últimos días sólo probaba comida dietética que no incluía sal, azúcar o algún aceite además de que el nauseabundo olor que estaba comenzando a odiar se encontraba en todas partes: en el aire, en mi comida, en el agua y hasta en el jabón de la ducha. Comenzaba a odiar todo lo que tuviese que ver con la palabra "Hospital", caminé un par de pasillos e incluso bajé por un ascensor yendo en busca de aire fresco, ésta misma tarde una enfermera había visitado mi habitación con el fin de informarme que mi médico asignado me había concedido el permiso para poder salir al jardín del hospital.

En cuanto salí por las puertas de cristal, una brisa fresca chocó contra la piel de mi rostro desacomodando el orden de mi cabello. Observé mi alrededor como si fuese lo más bello que pudiese ver en ese momento, había extrañado la libertad y todo lo que la incluía. Caminé por el fresco pastizal sentándome sobre éste y solté un pesado suspiro en cuanto sentí un molesto dolor en mi espalda baja, gruñí frunciendo el puente de mi nariz y con sumo cuidado, recargué mi peso sobre ambas de mis manos que se encontraban por detrás de mi, deteniendo de mi cuerpo.

—Boyoung, ¿Eres tú?— Una chica de cabello corto y castaño se acercó a mi con una grande sonrisa plasmada sobre sus labios cubiertos de un labial bastante llamativo. Vestía una falda extremadamente corta acompañada de una playera tono pastel y una chaqueta de mezclilla.— No me reconoces, ¿cierto?— Soltó una sonrisa cargada de ironía.— He cambiado demasiado, ya no soy la misma chica de dieciséis años.. ¿Has estado bien, prima?— Preguntó en un tono meloso luego de que su sonrisa se ensanchara sobre sus labios.

Beca.

Sonreí burlesca ante su seguridad, me puse de pie en un delicado movimiento y me di la vuelta ignorandola olímpicamente. Pudo haber cambiado físicamente, sin embargo, seguía siendo la misma idiota de siempre. Había aprendido acerca de ella, todo lo que podía llegar a hacer o a pensar, ella misma me había dado su propia debilidad y su fortaleza, me había enseñado a leerla sin darse cuenta. Caminé por todo el lugar ignorando sus chillidos que llamaban mi nombre y cuando ya no la escuché más me detuve sentándome en una banca que se encontraba en la parte trasera del hospital. Unas pisadas estampando contra unas cuantas hojas secas me hizo elevar la mirada alertándome a mi misma, lo menos que quería ahora era ver a la persona que se hacía llamar mi prima. Pero lo que ví en cuanto alcé la cabeza me dejó aún más desconcertada, con el corazón latiendome con rapidez sólo lo observé.

—Boyoung. — Murmuró, expulsando sus propias palabras desde lo más profundo de su garganta.

Mi corazón latía desenfrenado, un nudo en mi estomago cada vez se apretaba en mi interior. Un nudo en mi garganta se abría paso impidiéndome que formulara palabra alguna y comenzaba a sentir unas náuseas bastante palpables, quería salir huyendo de allí y no volver a verle. Estaba nerviosa y a pesar de que sentía las cosas como si todo hubiese sido ayer había algo en mi cabeza que me recordaba que las cosas no sucedían así y tenía que mantenerme al margen porqué no sabía con exactitud qué era de él ahora.

—Soobin.

Pareció quedar paralizado. Sus labios se abrieron con ligereza y sus ojos me observaban con detenimiento, como si estuviese viendo el holograma de una persona muerta. Ambos permanecíamos mirándonos fijamente sin restar nuestra distancia.

Estaba más alto, mucho más delgado, su piel incluso era más pálida y su cabello se encontraba teñido de un rosado con filtros café, incluso su voz se había vuelto más grave. En efecto todo había cambiado.

—¿Qué haces aquí?— Pregunté en un intento de que entre ambos no quedara un silencio bastante incómodo para los dos.

El pareció repetirse mi pregunta en su cabeza. Su nuez de Adán se removió de manera prominente en su garganta, tomó una profunda bocanada de aire siendo expulsada de inmediato por sus pulmones y dió un pequeño carraspeo caminando unos cuantos pasos hacía mi.

—Vine por unas cosas.— Se encogió de hombros, de inmediato su celular comenzó a sonar. Me hizo una señal de adiós y se dió la vuelta dándome la espalda mientras poco a poco iba desapareciendo por aquel largo lugar.

Cortante y frío. ¿Él había cambiado?


Again You | Choi Soobin (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora