Cuando llegué a casa, la sala olía a canela y cardamomo. Mis padres estaban sentados a la mesa, con una cacerola de arroz, castañas y maíz en medio de todo. Había también una botella de sidra helada recién descorchada, los miré extrañado; la sidra que habían comprado era costosa, y ellos no acostumbraban a gastar dinero en frivolidades.
—¿Qué estamos celebrando? —pregunté sonriente.
—Llegas tarde, Elián —me regañó mi padre. La sonrisa no había logrado despistarlo.
—Lo siento... nos entretuvimos —admití.
—¿Nos?
—Bo y yo —dije, cansado. Ya sabía a lo que quería llegar, y aún después de todos estos años no sabía por qué insistía siempre con lo mismo—. Como siempre.
—Esa chica solo trae problemas —aportó mi madre, sirviendo ya el estofado.
—Estábamos entrenando —la defendí. Era la excusa más creíble que se me ocurrió, y sabía que mis padres no protestarían; incluso ellos tenían que aceptar que Bo era una excelente luchadora.
—Sí, bueno —carraspeó mi padre—. No vuelvas a llegar tarde para cenar. No me interesa que ya estés en edad de celebrar el Solsticio.
—Y hablando del solsticio... —mi madre lograba las mejores expresiones para crear suspenso—. Tu traje está listo. Diría que fácilmente puede hacer creer a los pueblerinos que es de una calidad similar a los suyos. Nadie notará la diferencia.
Se me apretó el pecho levemente, pero conseguí sonreír lo suficiente como para que nadie hiciera preguntas. Les agradecí y comimos en silencio; ellos sabían que no estaba precisamente emocionado por la llegada del Solsticio, pero también tenían claro que me habían educado para darle gran valor a la causa y a todas las responsabilidades que vienen con ella. No se nace hijo de los líderes del Cuervo de Cuarzo sin entender a temprana edad que toda decisión conlleva algo más grande, y que cada una de tus acciones mueve el engranaje de una máquina mucho más grande que tú.
Pero no todos llevan tanto peso sobre sus hombros. Tragué con cierta dificultad, y Pyra, que estaba sentada en mi regazo, aprovechó mi falta de interés en el plato para abalanzarse sobre la comida. Por una vez, mi padre no dijo nada sobre 'el bicho ese' sobre la mesa. Quizás no era el único al que le estaban pesando los días venideros, o quizás solo sentía lástima por mí. Fuera lo que fuera, el semblante de su cara era el mismo de cada noche, y la única diferencia visible era el colgante de la Estrella que ya no colgaba de su cuello, ya que había tenido que venderlo para poder costear mi traje. Mi padre era un hombre muy religioso, y el haberse desprendido de su talismán dejaba ver lo importante que era este Solsticio para él.
El traje que mi madre había encargado colgaba de la puerta de mi habitación, y mantenía la mirada fija en mí, jugando a quién se rendía primero. Mis manos chisporroteaban en la penumbra, haciendo que Pyra levantara la cabeza cada dos segundos atraída por el fuego, y que la bajara inmediatamente al darse cuenta de que solo eran chispas y no las llamas que le interesaban. Dejar que la energía fluyera haciendo ese ejercicio era mi técnica preferida para calmarme, pero si mis padres me hubiesen visto hacerlo habría estado en serios problemas, incluso si tan solo mi salamandra y las paredes de ladrillos me habían visto. Es por eso que cuando Bo golpeó la ventana pegué un salto y mi mano derecha se incendió por completo.
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Cuervo de Cuarzo (DISPONIBLE EN FÍSICO)
FantasyUn reino donde la magia está prohibida y una parte de la población vive exiliada en su propia tierra es el lugar perfecto para que nazca una revolución: el Cuervo. Organizada en tres semicírculos y separada por dos muros, el reino de Arcia mantiene...