XVI: Ojos Que No Ven

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Habíamos pasado la mañana completa entrenando en las trepas. Algunos de mis compañeros estaban deshechos, un par incluso había devuelto el batido de proteínas que nos daban con el desayuno, y solo unos dos o tres parecían cansados, pero en buenas condiciones. Las manos me ardían de tanto subir la cuerda, y tenía los músculos ligeramente acalambrados, pero mi padre me había hecho pasar por sesiones de entrenamiento mil veces peores, y sabía que podía seguir sin muchos problemas al menos por un rato más.

Eso no significa que no haya sentido un ligero alivio cuando el sargento me pidió apartarme del grupo y me mandó a darme una ducha rápida y a ponerme el uniforme de la guardia real.

—Pero señor, aún no pertenezco a la rama real —le recordé.

—Ya lo sé muchacho, pero nuestra guardia está bastante ocupada, y me parece que puedes manejar la situación que tenemos a mano. Encuentra al General Cann y dile que te de un uniforme, dile que te mando yo.

—Sí, señor. A la orden.

—¿No quieres saber para qué se te requiere? —preguntó el general levantando una ceja.

—No es mi lugar, señor. Mi trabajo es seguir sus órdenes.

—Serás un buen soldado, muchacho. Ahora corre, se espera que estés en el hall central del palacio en exactamente cuarenta minutos. Ponte presentable, la que te está esperando es su alteza, la princesa Viana.

—Sí, señor.

Me duché rápidamente y amarré mi cabello húmedo en un moño en la parte alta de mi cabeza en vez de dejarlo secar naturalmente como siempre lo hacía. Cuando llegué al salón de bienvenida, la princesa todavía no había llegado, pero había un chico que debía tener más o menos mi edad esperando al pie de la escalera. Aunque traía ropa para cabalgar, se veía que era costosa y de buenas terminaciones, y su cabello largo sujeto en una trenza con hilo rojo y dorado denotaban su carácter real. No fue necesario fijarme en la forma de sus ojos o el tono de su piel para saber que se trataba del Chamté Hiro, heredero al trono de Chiasa. No me había oído llegar, así que me aclaré la garganta para llamar su atención; no quería que pensara que había estado observándolo. Mientras menos razones le diera para recordar mi rostro, mejor.

—Oh —dijo dándose la vuelta—, no te había visto. ¿Eres tú el chaperón que han enviado para mi paseo con la princesa?

—Su alteza imperial—dije a modo de saludo, haciendo una reverencia—. Así es, me han enviado para hacerles compañía.

—¿Eres nuevo? —me preguntó, escrutándome con la mirada.

—¿Disculpe?

—No deberías mirar a los ojos a la realeza, no estás a la altura. Y cuando estemos cabalgando, quiero que te mantengas al menos cuatro metros detrás de nosotros. Necesitamos privacidad.

Cuervo de Cuarzo (DISPONIBLE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora