VII: Mímica

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Por una vez, era yo el que no podía dormir.

Sabía que, si dejaba la cama y me dirigía a la casa de Bo, la encontraría sentada en el techo mirando con pena al resto del Borde. Pero no era el momento de molestarla, y muy en el fondo tampoco quería verla. Ya tenía suficiente con pensar que, en unas pocas horas, nuestro futuro estaría unido para siempre de la única forma en la que jamás quisimos terminar unidos.

Pyra estaba acurrucada junto a mí bajo las mantas, y hacía pequeños ruidos al respirar que no me dejaban volver a conciliar el sueño.

¿Estaría bien lo que estábamos haciendo?

Sabía que era lo correcto. Nos habíamos entrenado por años para este momento, pero siempre había parecido lejano e inalcanzable. Ahora me sentía como ahogado, atrapado en una promesa que habían hecho por mí, y vergonzosamente asustado. No podía dejar de pensar en que, si estaba cuestionándome un simple matrimonio, quizás no estaba preparado para lo que venía después. Quizás nunca lo había estado, y el Cuervo habría perdido años de recursos en intentar volverme fuerte.

Pero habían fallado. ¿Cómo podría casarme con Bo?

Mi traje de Solsticio de Invierno colgaba del borde de mi armario, perfectamente planchado y limpio. El sombrero plateado brillaba a la luz de la luna, pero no se veía vivo como las escamas de Pyra, sino fantasmagórico y muerto. Como me vería yo cuando nos quitara a Bo y a mí la oportunidad del verdadero amor.

Afuera había un silencio terrible. Ni siquiera se escuchaba un soplo de viento. Iba a ser una noche muy larga.

***

Mi familia y otros miembros del Cuervo partimos temprano hacia la ciudad. La celebración del Solsticio de invierno no incluía la presencia de los habitantes del borde, así como tampoco lo hacía ninguna otra, quienes festejábamos lo hacíamos a nuestro modo, y definitivamente a una escala mucho menor. Así como lo estábamos haciendo nosotros, algunas personas afortunadas que podían esconder su condición de taki se colaban a la fiesta principal, e incluso lograban casar a sus hijos bajo el amparo de un legionario de la Estrella.

A mí poco me interesaba si la Estrella bendecía nuestro matrimonio o no, pero tener un anillo de bodas del reino significaba que tenías acceso a vivienda y trabajo. Y lo que el Cuervo de Cuarzo necesitaba de nosotros era precisamente eso, que fuéramos útiles, responsables, adultos. Y lo más importante, buenos ciudadanos. Además, si todo salía bien, agradecería tener documentos oficiales que me ayudaran a empezar de nuevo.

Y si para eso tenía que casarme con Bo, entonces lo haría.

Como si la hubiese llamado con el pensamiento, vi a mi mejor amiga caminar hacia nosotros con la mirada endurecida y el paso firme. Lo primero que me impresionó fue verla en un vestido. No recordaba haberla visto así desde que éramos niños y su madre todavía insistía en vestirla. Lucía incómoda con algo tan ajustado y delicado, y no podía dejar de preguntarme cómo habían logrado meterla en semejante atuendo. Lo segundo que noté fue el cabello. Ya no estaba sujeto en una coleta como lo había traído los últimos quince años de su vida, sino que ahora lo llevaba suelto y más corto que cualquier otra persona que conociera, pero mucho más desordenado. No había dudas de que se lo había cortado ella misma, e incluso apostaría a que en la ecuación ni siquiera había habido lugar para un espejo. Aun así, no se veía mal, y a medida que se acercaba pude notar el maquillaje ligero que llevaba, con los labios pintados de rosa y brillo sobre las clavículas.

Cuervo de Cuarzo (DISPONIBLE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora