Flores de tinta

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Había un par de cosas por decir de Tanjirou que no eran visibles a la primera. Algo de sus gestos, la forma infantil con que levantaba sólo el labio superior cuando comía algo que le desagradaba y era la única prueba porque jamás diría algo descortés en voz alta, su obsesión por ser el último en cerrar los ojos y cerciorarse que todos estuvieran dormidos antes que él. Un montón de cosas que sólo con el trato o la aguda observación se descubren. Era un hobby para él coleccionarlas, cada mañana una nueva manía o ritual suyo, algún lunar incluso, otra cicatriz. Muichirou había comenzado a atesorar más las cosas que vinculaba con las personas gracias a Tanjirou, se sentía en deuda por más de un motivo y aunque todavía le faltaba desarrollar su habilidad para convivir con el resto de las personas, comenzaba a abrirse un poco más, a dejarse ser un poco más  él hacia los demás y eso le había abierto un mundo nuevo con sus amigos también. Ahora no eran sólo compañeros o conocidos, podía llamarlos así y por poder nombrar las cosas comienza el poder dignificarlas, pensaba, queriendo pasar más tiempo con el resto, sintiéndose verdaderamente dichoso cuando lo llamaban para ir a cenar juntos, cosas tan sencillas como llamarlo por su nombre y atraerlo a sus conversaciones, las más insulsas y superficiales que sólo eran una excusa para estar juntos. Había cosas que no iban a poder recuperarse jamás pero estaban también a las cuales podía aferrarse y una de esas sin duda era Tanjirou.

Su rayito de sol, su canción de primavera en el pecho. Su primer amigo sincero. 

Lo veía ir y venir entre los entrenos, entre las misiones y las heridas que espaciaban una entre las demás. Lo saludaba y se quedaba a su lado charlando, viéndolo simplemente, queriendo absorber el mundo que le envolvía a través de sus ojos y Tanjirou sólo lo aceptaba, acariciando su cabello, contándole mil y un relatos, dejándose mimar cuando el Pilar le acercaba la comida y le robaba una porción extra porque podía. Sólo por esa risa mustia tras su mano como una madre encubriendo a su hijo más travieso, condescendiente negando como si no tuviera remedio. Mui recostaba su cabeza en su regazo, deseando que Tanjirou pudiera enredar el tiempo y dejarlo perdido en su cabello, mantenerlo junto a él un poco más que a los demás. Es que todos quieren a Tanjirou, pensaba, y él ahora podía recordar que siempre fue un poquito mimado, posesivo. Pero estaba bien porque Tanjirou no se enojaba si se colaba en medio de sus conversaciones con otras personas para sentarse en sus piernas para exigir que le pelara su fruta, que le cepillara su cabello o simplemente para acurrucarse en su calor, rodeando su cuello y sintiendo su corazón latirle contra la oreja. Zenitsu no sólo lo miraba mal, lo insultaba abiertamente llamándolo celoso, pero a Mui no podía importarle menos lo que pudiera venir de labios de ese cabeza de diente de león gigante. Inosuke siempre parecía descolocarse por esas muestras de cariño demandante pero no pasaba de una ceja levantada. Hasta que descubrió al muchacho-jabalí imitándolo, dudando pero acomodando su cabeza en las piernas de Tanjirou y lo escuchó reírse y él sintió tanto calor en las mejillas que sólo quería gritar. Pateó el suelo y  volvió por la entrada, con los dientes chirriando entre ellos. Bueno, quizá ese estúpido niño rubio tenía razón y él era un poquito celoso. Pero Tanjirou era su primer amigo. Ellos debían entenderlo y dejarle tener privilegios con el muchacho. Suspiró, debía concentrarse en partir hacia su misión sin pasar a despedirse de ellos como venganza.

Pero más pronto cae un hablador, volviendo sobre sus pasos, jalando a Tanjirou y besando su mejilla. Las pupilas del muchacho se expandieron con la misma velocidad que el rubor en sus mejillas y sólo atinó a salir corriendo, sin fijarse siquiera si Inosuke se había despertado para presenciar eso. El corazón en el pecho era un fruto maduro y si chocaba contra alguna arista iba a desgajarse y escurrirse por sus poros, dejando un sendero de semillas. Estaba avergonzado pero no podía controlar la euforia de saber cuánta vida le latía. Rezaba que su misión fuera corta porque quería volver cuanto antes. 

Radiantes días secularesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora