Algoritmo

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Seguía siendo la persona que era cuando se marchó. En esencia, sin despreciar todas las enseñanzas que había tenido y le hicieron madurar o las circunstancias que le hicieron abrir los ojos a lo dura que debía ser su piel si quería sobrevivir. Pero en el fondo seguía siendo aquél amable muchacho de sonrisa calmada que siempre tenía una palabra dulce para quien se le acercara. Incluso si su nombre ahora siempre relucía en rojo neón o suaves pastel según el escenario en el que se presentara, si cada cabeza girara en su dirección cuando bajaba de sus autos siempre conducidos por personas diferentes y a distintos sitios. No recordaba haber pasado más de dos noches seguidas en un mismo lugar y aunque entendía que era por su propia seguridad, muchas veces no podía evitar echar de menos cosas triviales como una almohada propia, un sitio favorito en el sillón.  Pero estaba cumpliendo su sueño, estaba recogiendo los frutos de su esfuerzo, de sus largamente cuestionadas decisiones y sacrificios. Era un inocente chiquillo de quince años, hijo mayor de una familia numerosa , trabajando desde muy pequeño y siendo el suplente de una figura de autoridad en casa ya que sus padres siempre estaban fuera. Su vida podía ser muy ajetreada en ese entonces pero tenía el tiempo de idolatrar a sus cantantes favoritos, imitar sus movimientos y gestos, siendo desde muy pequeño algo así como el espectáculo favorito de sus hermanos y padres, algunos vecinos a veces. Entrenó su voz primero por cuenta propia y después, gracias a su trabajo, pudo costearse clases de canto y de baile. Esa era la parte de su persona que más ansiaba explotar, era un título que  moría por colgarse y era la esperanza que le sostenía en los días más aciagos. Aunque tenían sus limitaciones, su familia nunca vaciló en apoyarle, de las maneras que cada quien podía , palabras de ánimo, pidiéndole a sus amigos que vieran los videos que comenzaba a publicar en diferentes redes sociales, lo que fuera. Hasta ese evento donde abundarían los cazatalentos en la capital. Sacó todos sus ahorros, trabajó tiempo doble en la guardería , vendió todo de lo cual pudo desprenderse a pesar que sus padres ofrecieron pagar el viaje ( un sólo boleto de ida y de vuelta  al evento para él, no podían costearse acompañarlo) pero Tanjirou decidió que él lo haría solo desde entonces. Se conformaba con sus buenos deseos y la certeza de poder volver a casa a ser consolado si al final no lograba su propósito. 

Pero vaya que lo logró, y de qué manera. Pudo ser su carácter tan humilde, su simpatía así como su talento, pero enseguida fue notado en el evento. Desde entonces habían pasado ya diez años y con ellos su fama sólo había ido creciendo hasta posicionarlo como uno de los artistas más reconocidos de su país y en el extranjero. En un medio donde la fama suele ser tan efímera no era nada despreciable. Se sentía más que agradecido con su vida a pesar de a veces resentir la soledad, de frustrarse por no poder llegar a tiempo a los eventos familiares o incluso verse obligado a no asistir por estar en medio de una gira o en la grabación de un nuevo disco fuera del país. Claro que era comprendido, nunca retado porque él seguía siendo él y siempre buscaba la manera de compensar sus ausencias. Justo como ahora, que se había escapado de ese evento de gala y aprovechando la proximidad a su ciudad natal, se perdió de la mirada de su manager. Se moría por ver a su sobrino en vivo, no sólo en esas torrenciales fotografías que Nezuko le enviaba. 



-¿Puedo ayudarle en algo?- había parado en una tienda de cosas para bebés queriendo llevarle un par de regalos extras al niño. Llevaba a lo mejor un par de minutos mirando baberos e intentando decidirse pero no pensaba que necesitara ninguna ayuda. Iba a declinar amablemente  al muchacho parado junto a él, con el uniforme de la tienda y gesto aburrido, pero al verlo detenidamente, en su lugar, se quitó las gafas oscuras.


-¿Mui?- lo recorrió de punta a punta, el muchacho discretamente se restregó los ojos tras bostezar, enarcando una ceja, viendo el gafete sobre su pecho. Asintió, desinteresado- ¿No te acuerdas de mí?- pestañeó, ladeó la cabeza, viéndolo también de punta a punta.

Radiantes días secularesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora