TanMui week 3. Infidelidad (Incesto)

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Había verdades que no estaban hechas para saltar a la vista. Demasiado empedradas, demasiado ambiguas, podían poner en duda el resto de su persona y aunque Tanjiro estuviera absolutamente acostumbrado, había cosas que no podía ceder y esa era la amarga piedra angular del cuento: Tanjiro podía llegar a ser oscuramente celoso , no desde la inseguridad sino de la dolorosa certeza de que sus gemelos eran las flores más codiciadas del estipendio y cualquiera podía poner un precio a su cercanía.

No podía culpar a nadie por desearlos, él sabía lo que había hecho. Sabía que robó las pinturas más hermosas del museo y las paseaba día a día delante de ojos codiciosos, que en sus manos estaban el cuchillo y la fruta tentando a los hambrientos. Sabía que había robado a los dioses más hermosos del panteón y estaba jugando con el equilibrio del universo al retenerlos a su lado sólo por capricho, sólo por la vanidad de verlos y llamarlos suyos. Sus preciosos brotecitos de caos y ternura, sus promesas del fin del mundo y la lluvia que nunca llegan, sus rosarios de amazonita y crisoprasa. Altivos, mimados, hermosos, caminaban a su lado como las lunas de Marte y Tanjiro comprendía que el equilibrio o la misma preservación del universo eran algo que no le importaba sacrificar, con tal de no cederlos a ellos.

¿Era escandaloso? Eso esperaba.

El equilibrio requiere contrarios, contrapesos, y sus gemelos eran uno tan contrario del otro que jamás había errado sus nombres ni por juego. Mui era dulce, suave y cálido como las hojas en blanco, siempre dispuesto a la caricia y la ternura, besando sus mejillas entre palabras y risas, abiertamente amándolo hasta la obediencia, rendido a su cariño como un animalito al ser rescatado. Desafiante cuando se trataba de cuidar de él, haciendo contrapeso con su excesiva necesidad. Si no quería que el sello que lo mantenía en sus cabales se rompiera, no debía hacer más que adorarle, que recordarle que el mundo sólo existía donde antes había pisado Mui. En cambio Yui era su sol oscuro, una carta de cabeza que puede ser un mal augurio o la promesa del triunfo según fuera levantada. Un poco menos dulce, más amargo y sin duda más alejado de sus hilos. Pero leal, sin duda.

— En realidad es una sorpresa que estés aquí, Tokitou.

Erguido, con las piernas bien apoyadas contra la silla, los brazos y las manos sobre la mesa, mirando al frente como si todavía estuvieran en clases. La tarde iba borrándose ya del cielo y sus ojos parecían un charquito de talio mal limpiado, sin despegarlos del hombre que tampoco lo hacía de los exámenes que corregía, como si Yui fuera más un animal de compañía que una señal de alarma.

— ¿Reconsideraste mi propuesta de unirte al club de química? Lamento decirte que es un poco tarde, pero puedo dejarles tu solicitud para el año próximo.

— Todavía no entrega las calificaciones finales ¿No es cierto?—El adolescente siseó de manera cordial, como si conociera de antemano la respuesta que recibiría, los labios apenas torcidos hacia abajo, decidido a saltarse aquella conversación innecesaria—. No vine a hablar de mi calificación, sino de la de mi novio, Tanjiro Kamado.

— ¿Están saliendo? Pensé que estaba con tu hermano— levantó una ceja lejos de sus papeles, intentando volver a la expresión desinteresada de antes. Él no estaba allí para involucrarse en chismes de adolescentes.

— Lo está. Nos gusta compartir— apenas hizo un gesto con los labios, mecánico, sin dejar de mirar al adulto—. Pero no vine a hablar de eso. Sé que Tanjiro está considerablemente atrasado en esta materia y es probable que repita el curso.

— Si te preocupa tanto su nivel académico debiste ayudarlo a lo largo del curso a estudiar, no justo ahora. Ni siquiera por tratarse de ti haré una excepción. Kamado no sabe ni la diferencia entre un protón y una hormiga ¿Crees que merece acreditar?

Radiantes días secularesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora