VEINTE Y DOS.
"Su mente era como una jaula que encerraba varios pájaros"
Solo debía afrontarlo, ser franca y ayudarme a mí misma.
Déjame salir, por favor...
—Cuando era niña, un hombre... —nuevamente aquel nudo en la garganta parecía ser más fuerte —. Un hombre en un parque... —Ernst volvió a sentarse, pero parecía estar cubierto por una cortina de humo o más bien eran lágrimas que amenazaban con salir.
—Tranquila ¿sabes que esto va más allá de un shock postraumático? —preguntó.
—Además hay una voz —sinceré, era mi psiquiatra y debía confiar en él, quizás debía ser la única persona que no me juzgaría como una loca —. Siempre está ahí, a veces dándome respuestas a preguntas que no sé qué existen, presente y persistente. —una de sus manos pasaron peinando su cabello y hecho un largo suspiro, podía conocer esa expresión.
—¿Te habló cuando me viste? —preguntó con un atisbo de curiosidad.
—Dijo...que era peligroso. —otra vez volvió a sonreír ¿con gratitud?
—Debemos descartar que sea esquizofrenia, tus conductas no han demostrado que sea así, tal vez solo sean principios de dicha enfermedad, pero aun así te daré algunos tratamientos —escribió algo en un papel —. No he observado que sufras de delirios o alucinaciones, además tus exámenes salieron bien.
—Ahora mismo, siento como si algo quisiera apoderarse de mí, desde que pise este lugar siento un tipo de ansiedad demasiado fuerte. —hubiera querido ser más concreta y decir desde que lo vi, pero no era muy adecuado.
Deja de fingir...
—Tranquila avanzaremos con las terapias, y pide estos medicamentos a las enfermeras, prometo cuidarte Katell. —nuevamente volvió a tomar mi mano, rayos, eso intensificaba mis dolores internos.
Después de algunos minutos de preguntas y respuestas, su sonrisa desaparecio y la fijeza en su mirada se encontró con la mía, el tiempo se pauso o eso fue lo que sentí; un temor extraño electrifico mi columna, sonreí sin darme cuenta.
—Katell —llamó volviendo su mirada seria —. ¿Eres virgen?
Casi escupo el bocado de agua que contenía en mi boca, pero solo comencé a toser por un momento.
—¿Disculpa? —no pudo hablar en serio.
—Que si has mantenido relaciones sexuales, ya sea con tu novio o un amigo. —explicó con movimiento en las manos, pero sin despegar aquella mirada calculadora que tenía.
—No. —jamás creí ver ese atisbo de suspicacia en su mirada —. No lo soy.
—Bien —volvió a sonreír —. Señorita Carver va a ser un gusto tratarte, prometo curarte —y nuevamente volvió tomar mi mano —. Conseguirás amigos aquí.
Se puso de pie y rodeó el escritorio para pararse frente a mí, estiro su mano:
—Vamos, te enseñare tu habitación.
El mismo pasillo escondía varias habitaciones creo que lo mejor de todo ese tedioso hospital fue lo mismo, las habitaciones individuales.
—Esta es tu habitación querida Katell. —volví a preguntar ¿trataba igual a todos sus pacientes? Resultaba un poco gentil.
—Disculpa, podría llamar a alguien.
—No aceptamos teléfonos, y como te lo dije antes podrás llamar en unos días, espero te acomodes muy bien —sonrió de nuevo —. Nos llevaremos bien.
Esperaba que la desesperación de Ren al no encontrarme no fuese demasiado grande.
—Gracias Ernst. —sonreí de vuelta y entré a la habitación.
La habitación era pequeña y lo más sorprendente era una de las puertas que llevaba al baño; la cama era pequeña solo para una persona, frente a ella estaba un pequeño closet, algunas masetas en las esquinas y por supuesto la típica ventana que daba al jardín. Me quité el abrigo por el calor y lo dejé en el pie de la cama, solté mi cabello y lo peine con mi mano. Algo en la ventana comenzó a llamar mi atención y es que una chica hablaba con el doctor de hace un momento, lo miraba tan desquiciada y al parecer, creo que lo vi bien, pero Ernst mantenía su mirada oscura y tenebrosa.
Un sonido en la puerta fue suficiente para saltar del susto, el baño, alguien salió del baño, un chico con el uniforme del hospital.
—Mierda... —susurré en voz baja.
Solo me observó un segundo y me ignoró, caminó hacia la puerta.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Un chico. —y salió de la habitación.
Mi chico...
Pero qué diablos, solo debía ignorarla.
Eché la última mirada por donde se había perdido y rápidamente abrí la puerta del baño, revisé muy bien pero nadie más se encontraba dentro.
Suspiré cansada.
Apenas el calor comenzó a centrarse en las palmas de mis manos corrí a tomar las pastillas que solo hace unos momentos el doctor me había entregado, parecía que la cinta de mi película recorrió un minuto solamente en un segundo, el tiempo que tardé en terminar en estas cuatro paredes fue muy corto e imprevisto, tanto que no supe más nada de Ren y lograron arrebatarme a mi madre en un abrir y cerrar de ojos. Cerré mis puños con fuerza e impotencia, mordí mis labios y sentí el sabor metálico de la sangre, sin darme cuenta comenzaba a autolesionarme.
Más bien sentía algunas realidades alternas azotando mi mente, carcomiendo mis pensamientos e incentivando a mi cuerpo hacer cosas extremas que en otro momento parecieran absurdas, tontas, e incluso inmaduras, pero no podía controlarlo, el control estaba fuera de mis manos y la única persona que lograría ayudarme era ese doctor al que solo hace unos minutos conocí.
Era cierto que en ocasiones mantenía cortes mentales que fastidian, pero logré conllevarlas, gracias a mi madre, desde que era una niña no les di la importancia debida y gracias a eso creí llevar una vida normal. Ese tema no tenía relevancia.
Solo me recosté en la cama, estaba suave y me dieron ganas de dormir, sentir la comodidad de nuevo fue un buen calmante, y así fue como transcurrió el primer día en ese lugar, espera, no fue uno sino la primera semana.
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UNA CURA PARA HADLEY®
Teen FictionLos trastornos mentales han sido sinónimo de alteraciones en el pensamiento y en las emociones, lo que nos ha llevado a tener distintas conductas en relación con las personas a nuestro alrededor; Hadley ha comenzado a experimentar ciertas conductas...