...
A pasar de que llevábamos pocos minutos en esa carretera, yo sentía que nos habíamos internado en una línea recta sin fin. No pude evitar preguntarme: ¿Saldríamos vivos de esa? La respuesta era clara... lo más probable era que moriríamos a manos de aquellos que iban persiguiéndonos en los carros con vidrios polarizados.
El corazón me palpitaba rápido, tan rápido que sentía que se me escaparía del pecho. Jamás imaginé que terminaría en esa situación, de haberlo sabido hubiera escogido un mejor atuendo para cuando los forenses encontraran mi cuerpo.
Tal vez hubiera escogido el vestido que use para: "La Noche Mágica", aunque eso iba en contra de mis principios, porque ya mucha gente me había visto usando ese look ¿Qué dirían en la agencia? Ni siquiera me dejarían en paz estando muerta.
—Aisha ¿Tienes el cinturón de seguridad puesto? —la voz de Edrik me sacó de mis pensamientos—. ¡Aisha! —volvió a repetir mi nombre más fuerte.
—Sí, sí —asentí aunque no pudiera verme.
En seguida dio un volantazo fuera del camino. Quise gritar por el repentino movimiento, aunque no lo hice. No quería distraer a Edrik. Mi cara (y vida) dependía de él en ese momento, así que me quedé callada observando como Edrik trataba de esquivar todos los árboles que iban apareciendo en el camino.
Mi ritmo cardiaco se había disparado a mil por hora. Respirar me costaba muchísimo trabajo. Estaba al borde de un ataque de pánico, y probablemente a segundos de perder la conciencia. Mi cuerpo no podía soportar tantas emociones a la vez.
—Creo que los perdí —dijo Edrik mirando por el retrovisor.
Yo no pude responderle. Mi atención estaba centrada en mantenerme consciente. Aunque eso no me impidió notar que Edrik conocía muy bien ese camino, pues a pesar de que los arboles aparecían de pronto, él los esquivaba todos sin problema alguno.
Y de pronto regresamos a la carretera, aunque esta era muy distinta a la otra. Nos encontrábamos en un camino estrecho y lleno de plantas. Algo así como un bosque espeso; y quizás embrujado.
—Escucha, esto es lo que voy a hacer —Edrik detuvo la camioneta de golpe, y mi cinturón de seguridad se accionó—. Tengo que bajar y comprobar que esos imbéciles no están cerca —me entregó el control para encender la camioneta—. Si no regreso en media hora, tendrás que salir de aquí.
—Espera, no, no hagas eso. No me dejes —le imploré—. No quiero dañar tu camioneta.
—Derribé esa reja con el cofre ¿Crees que me importará si le haces otro rayón? Claro que no —en seguida abrió la puerta y salió del carro—. Si no regreso, dile a Brad que llame a Gato.
—Edrik, no te vayas —él me ignoró. Solo cerró la puerta.
¿Por qué me había dejado sola? Lo mejor hubiera sido marcharnos juntos, de regreso a New York, y no abandonarme en esa carretera de la muerte a mi suerte.
Además, yo ni siquiera sabía manejar mi vida; mucho menos sabría cómo manejar una camioneta tan grande como la suya. Sé que no le importaba en lo absoluto lo que pasara, pero jamás podría dormir tranquila si le llegaba a ocasionar algún daño a su propiedad.
No era una experta en materia automotriz, pero pude reconocer el logo de Mercedes. Una de mis mejores amigas en California tenía un auto de esos. Papá decía que eran absurda e innecesariamente caros, por eso es que yo conducía un bonito Mazda 3.
Aunque la razón más importante por la cual yo no podía manejar la camioneta, era algo mucho más simple que el precio del objeto: Yo no podía dejar a Edrik en ese lugar. Él me había defendido del asqueroso de su amigo, y no podía abandonarlo ahí.
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La Mafia De Hamilton
Romantizm- ¡Creo que se te olvidó mencionarle mi tipo de sangre, estúpida! -Grité llena de enfado a la par que le soltaba un pequeño golpe en la cabeza a mi "querida amiga"- ¡Como se te ocurre decirle todo eso a este extraño! - Oh vamos, Aisha. Las dos sabe...