XII. El único hueón que va a perder acá (Primera parte)

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Me acuerdo de que cuando llegamos a Turín estaba lloviendo. Habíamos cachado cómo iba a estar el clima antes de partir de Juárez y aunque desde el avión ya lo veíamos y se sentía bacán pasar por entre medio de la lluvia, fue cuando salimos del aeropuerto no más que pude dimensionar bien la tormenta que por poco hacía que se cayera el cielo allá en Italia. Estaba brígido el tiempo, lloviendo a cántaros, con un frío loco igual; parecía como si te metierai a un hoyo negro, estaba todo oscuro. Casi no había gente en la calle y cuando salimos del aeropuerto (mojándonos más que la chucha) y nos pedimos un taxi para llegar al hotel, la Pame me dijo entre leseo y leseo que mejor hubiéramos ido a esa isla griega que a ella siempre le ha gustado porque hasta en invierno tiene un clima más calentito. A mí me dio lata esa hueá y ahora que estoy solo en la casa y que no escucho ni la lluvia, ni su voz, ni la voz de las niñitas ni ni una hueá en realidad se me ocurre que, puta, sí, que la Pame tenía razón. Debí haberla invitado a Mikonos como ella tanto quería, en una de esas ahí nunca le hubiese roto el corazón.

El camino al hotel fue silencioso e incómodo y como estaba lloviendo tan fuerte se me hizo super largo. Con la Pame hablamos poco. Eché de menos ahí las risas de las niñitas o los comentarios de la Rufi, que no se queda callada nunca cuando salimos de paseo. De vez en cuando la Pame le mandaba mensajes a su mamá para preguntarle cómo estaban las niñas, si se acostumbraban al calor que hacía en Santiago, si no echaban demasiado de menos... Como era una cuestión de pareja, habíamos preferido hacer el viaje solos y en verdad, ahora pienso, mejor así, porque no sé qué hubiera hecho si la Rufina y la Begoña hubiesen estado ahí, escuchando y viendo como la vida que siempre conocieron se les iba a la mierda.

Yo me había preocupado de reservar la pieza en un hotel bonito. Cinco estrellas, suite presidencial, spa, gimnasio, termas, piscina, quincho, toda la hueá bacán que uno se pueda imaginar. La hueá era que la Pame se sintiera cómoda en Italia, que pasáramos un San Valentín lindo y, bueno, que el hotel tampoco me quedara demasiado lejos del departamento del Paulo. Cuando llegamos y nos instalamos en la suite, me metí al celular para arrendar un auto que me sirviera para movilizarnos mejor. El GPS me decía que el departamento del Paulo quedaba como a 25 minutos desde el hotel en un día con las calles despejadas; yo no esperaba que pudiera llegar allá caminando, así que igual me pareció una distancia razonable, porque la verdad es que no era muy fácil encontrarse algún hotel que estuviera en la mitad de la nada como estaban los departamentos del Paulo.

Igual valía la pena hacer ese tipo de sacrificios. Eso me pensaba yo. Eso tenía en la cabeza mientras afinaba los últimos detalles del auto y mientras no pescaba en realidad qué me estaba diciendo la Pame, mirando por el tremendo ventanal la lluvia que no se paraba nunca. En ese minuto todo era el Paulo no más. Todo era verlo rápido, todo era darle besos, todo era abrazarlo, todo era hacerle el amor, todo era tocarlo, sentirlo, tenerlo... tenía la cabeza media nublada, esa es la única explicación, porque si hubiese andado cuerdo de verdad por lo menos habría cachado o se me hubiese ocurrido antes que la tormenta que había cuando llegamos a Italia era un poco más que pura mala suerte en el clima.

Se me hubiese ocurrido que la hueá era casi una metáfora, no sé. O que me estaba advirtiendo algo, alguna hueá de la que yo nunca hice caso.

Pero no po, no se me ocurrió no más. O no quise que se me ocurriera. Había llegado a Turín con una intención clara y bien penca ahora que lo pienso más tranquilo; una intención egoísta que me volvió a demostrar no más que desde que empezamos esta hueá con el Paulo yo nunca he sido más que un maricón. Yo no me di cuenta de esa hueá en Italia y si la sentí, por ahí la dejé pasar. Me daba un poquito lo mismo y eso quedaba claro cuando me atrevía incluso a chatear con el Paulo mientras la Pame estaba ordenando nuestras cosas y dejándolas en el closet. Pasaba que no estaba muy ahí con ella, estaba contento de estar tan cerquita del Paulo y pa esa hueá era pa lo único que yo tenía cabeza.

A Primera Vista | Paulo Dybala & Ángelo SagalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora