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"Tú la amas a ella,

Tú la necesitas a ella,

Y yo nunca seré ella".

(I hate u, I love u – Gnash)

Madison le extendió la mano a la chica que acababa de tropezar, evitando que cayera y estampara la cara contra el piso. La muchacha llevaba un vestido negro ajustado al cuerpo y el pelo lacio casi hasta la cintura. Mad habría jurado que lucía como una modelo de televisión, sin embargo su mirada perdida y su caminar débil, expresaba todo lo contrario. Bastó un primer vistazo a detalle para reconocerla aún entre la oscuridad. No era nada más ni nada menos que Maxine Hemming. El color de sus ojos la delataban, esa intensa claridad en sus pupilas que resaltaban, no podía ser otra persona.

Inmediatamente, la expresión temerosa de la fémina, trasladó a Madison a unos cuantos años atrás, cuando la de ojos claros tenía trece años y unos compañeros la empujaron, haciendo que se lastimara la rodilla al raspar contra el suelo.

— ¿Estás bien?— se acercó Madison, dos años mayor, siendo testigo de que como los niños se esfumaban riendo a carcajadas.

—Estoy bien. Siempre me molestan porque soy más inteligente que ellos— murmuró, a pesar de que sus ojos se mostraban un tanto humedecidos. Su voz sonó frágil al principio, pero terminó volviéndose fuerte y segura.

—Deberías hablar con la directora. Ella los detendrá, porque además estás lastimada— la rodilla de Maxine estaba enrojecida, desprendiendo algunos hilos de sangre aunque aparentemente, no denotaba signos de dolor. Mad intentó ayudarla a ponerse de pie, pero la chica lo hizo complemente sin ayuda.

— ¿Para qué? Empezarán a molestarme diciendo que no puedo defenderme sola— respondió, sin titubear. Madison seguía sorprendida por el coraje de quién era prácticamente, una niña de trece años.

El inmediato recuerdo se desvaneció cuando Madison aumentó sus fuerzas para sostener a Maxine, que en ese instante parecía incapaz de permanecer en pie. Aquello le preocupó, Maxine ni siquiera podía mirarla a la cara, porque sus ojos perdidos se direccionaban hacia todas partes.

—Maxine, ¿puedes decirme que te pasó? ¿Me escuchas?— trató de hacerla reaccionar, pero no tuvo demasiada suerte. Madison incorporó su fuerza, logrando hacerla caminar a un rincón más apartado del salón. Sintió cierta indignación, porque nadie en aquel sitio se dignaba a echarle una mano, aun viendo como ella sola cargaba a la castaña. —Nos quedemos aquí un momento hasta que te sientas mejor ¿de acuerdo?— la vio asentir, prácticamente por inercia. — ¿Crees que alguien pueda venir por ti?— le intentó dar aire, con una de la palma de sus manos. Se habían sentado, una al lado de la otra.

—Mi hermano.

Thayer Hemming, un muchacho de espalda ancha y mirada penetrante, marcó el momento con su presencia, al notar que su hermanita tenía la rodilla lastimada y el semblante inseguro. Intimidante, dada la primera impresión, así lo definió Madison apenas lo vio aparecer entre ellas. Serio, observó la herida y luego, apretó la mandíbula.

—Max, ¿Cómo te hiciste eso?— preguntó, en un tono fraternal. Madison dejó de verlo tan intimidante. Además, solo tenía dos años más que ella.

—Me caí. Eso es todo. Ella me ayudaba a levantarme— respondió, aunque se notó que su hermano no le creyó en absoluto. Thayer tenía las manos a cada lado de su cintura, a su modo analizaba el problema.

—Max, no me mientas. ¿Otra vez te estaban molestando, no es así?— le dirigió una mirada a Madison, quién no pudo mentirle y se delató con la expresión. El chico estaba en lo cierto.

Mi salvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora