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Pensé que estaba ciega por un momento.

Entre que estaba retomando la conciencia y en lo único que podía concentrarme era en la sensación extraña que recorría mi columna, no podía abrir ni los ojos. Mis músculos se tensaban y relajaban en espasmos, mi pecho recuperando el suave vaivén de mi respiración hasta que poco a poco mis sentidos volvieron a aparecer.

Primero fueron mis dedos reconociendo el rasposo asfalto bajo mis manos, mi mejilla apretada contra él y pecho presionado al estar boca abajo. Después, fue el sabor metálico en mi boca, lo que le siguió la sensación de mi nariz seca por lo que supuse que debía de ser mi sangre que había caído dentro de mi boca. No llegaba a procesar lo sucedido, en mi cabeza todo parecía estar en blanco, hasta que llegué a escuchar los llantos.

Y los gritos. Esos me helaron tanto la piel y aceleraron el corazón que en mi susto logré abrir mis ojos.

Tuve que cerrarlos por la luz que me cegó, en un gruñido logrando voltearme en el asfalto hasta quedar boca arriba. Pensé en gritar por los pinchazos que atacaron mi espalda, todo el recorrido hasta mi cadera que me hicieron sollozar. Todo me dolía y, al mismo tiempo, todo se relajaba.

Con lo poco que pude me logré sentar, tardando más de la cuenta en despertar todos mis músculos del todo hasta que mi cabeza logró apoyarse en mis rodillas flexionadas, mis ojos todavía tomándose su tiempo para poder adaptarse a la luz. En mi idea de querer levantarme, tanteé con mis manos para poder apoyarme en alguna superficie y tirar de ella hasta pararme.

Mis dedos hallaron un bulto suave y húmedo, animándome a mirarlo por sobre mi hombro por la curiosidad y terminando por arrastrarme aterrada hacia el otro lado con el vómito en la garganta. Los ojos perdidos, la piel prácticamente rostizada, y el pobre ángulo del cuerpo girado a mi lado que iba a estar en mis pesadillas por un largo tiempo.

Como un clic todo volvió. Recordé mi mañana, la noticia, la supernova, el supermercado, el cumpleaños de Morgan, la supernova, mi hermana, el carrito que ella había dejado y la supernova que había venido por sobre el mundo y arrasado con nosotros. Miré mis alrededores todos destrozados, carteles que alguna vez habían sido colgados frente a mí y los autos con sus vidrios estallados, otros prendidos fuego a lo lejos, y no pude no ahogarme en mi propia respiración al escuchar todos los gritos de agonía. De dolor. De pérdida.

Con desesperación, empecé a buscar cerca de mí el pelo rubio de mi hermana, con solo la diferencia de tamaños de cuerpo con el que estaba muerto a mi lado confirmándome que no era ella, pero que no cambiaba el hecho de que no la encontraba.

—¿Morgan? —tontamente traté de llamarla, mi garganta ardiendo y solo un suspiro saliendo de mis labios. Me aferré a lo que parecía ser un caño a mi lado, todo doblado y deformado, y tiré de él para poder ir parándome. No había señales de mi hermana—. ¡Morgan!

Se me quedó el grito en la garganta al mirar hacia el supermercado, mitad de él habiendo sido aplastado por un enorme camión que debía de haber sido de carga. Mis dedos inconscientemente terminaron contra mi boca, como si eso pudiese atrapar la sensación desgarradora que tenía en mi pecho y las gruesas lágrimas que estaban deslizándose por mis mejillas.

La supernova.

No podía terminar de darles vuelta a la idea, mi prioridad era encontrar a mi hermana y al mismo tiempo quería razonar y encontrarle la lógica a lo que había pasado. Tuve que apoyarme en ciertos autos al caminar, con uno de mis puños golpeando mis muslos que estaban dormidos y tratando de despertarlos con ese cosquilleo molesto. Aparte de mi mente estando con miles de cosas corriendo por ella, no podía ver bien entre todo el polvillo que se revolvía en el aire, teniendo que entrecerrar los ojos al acercarme al edificio destruido con la esperanza de hallar a alguien que pudiera ayudarme.

SUPERNOVA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora