Capítulo 17

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—Te elijo a ti. He estado eligiéndote a ti desde que te conocí. Igual que tú has hecho conmigo.
—¿Me estás diciendo que siempre has sabido lo mucho que no te odio?
—Eres un libro abierto. Mi libro abierto. Y llevo leyéndote mucho tiempo ya.
(A.S.)

Cris había soñado de nuevo con Robert. Y no le gustaba, no le gustaba soñar con él. Ya no había vuelto a despertar con marcas dolorosas, pero las palabras de el hermano de Michael lo hacían estremecer: “Vamos a ganar, porque tenemos un arma secreta: mi hijo”.

El sueño terminaba siempre igual, con esos ojos color plata fijos en él –tan iguales y, a la vez, completamente diferentes a los de Michael–; como si ya no fuera un sueño, o como si ambos estuvieran en el sueño.

Esa mañana despertó temblando y por más que quiso sacarse la sensación de encima, no pudo. Fue por eso que llamó a Alejandro que –por alguna razón– contestó entre susurros.

Cris estaba tratando de explicarle que estaba teniendo estos sueños, principalmente porque estaba preocupado por Michael. Quizá debería volver –y claro que su decisión no tenía nada que ver con Theo, él no moría de ganas de ver a Theo–. Y fue cuando lo sintió, como garras filosas arrastrándose por su cuello, dejándolo en carne viva...

«—¿Theo? —Susan arrastró su dedo sobre el pulso de Theo en su cuello, sin profesionalismo alguno. Se acercó quizá demasiado—. El pequeño de aquí te busca. Es el nuevo. Su nombre es...»

No fue como en el sueño; porque en esa ocasión el dolor lo había despertado, sí, y las marcas eran reales. Pero ahora era diferente, dolía de adentro hacia afuera, era como si quisieran llegar hasta lo más profundo –¿hasta los huesos?– y arrancarle algo. Su alma dolió; era su alma, él lo sabía. Estaban tocando su alma.

«¿Theo?», y esa voz falsa y suave le erizaba la piel y despertaba, en un mal sentido, su magia.

Cris gritó cuando esa sensación llegó hasta su corazón. Dolía. Se sentía invasiva y mal. Se estaba arrastrando dentro de él...aunque –lo sabía perfectamente– en realidad no era de él. Sus ojos se cerraron y fue una sola palabra, era su alma la que esas garras buscaban, tanteaban: —Theo.

Tenía que volver ya. Lo sabía porque ese malestar siguió todo el día y los siguientes. A ratos más intenso que otros.

—¿Con quién estás, Theo? —Cris se acurrucó esa noche, tratando de curar con magia el malestar que sentía.

Nunca se fue. Y eso le dolió más porque quería decir que quién quiera que fuera ella –eso– pasó la noche con el. Y es que los corazones rotos no se curan con magia.

* * *

Theo se quedó mirando hacia la nada, mientras Alejandro miraba atentamente hacia el escritorio donde Susan estaba inclinándose demasiado mientras hablaba con uno de los Agentes. Los ojos azules de Alejandro se entrecerraron, ya no estaba seguro de si estaba memorizando sus rasgos –para intentar dibujarla más tarde, de nuevo– o si la estaba vigilando, pero es que algo estaba mal con ella. Lo supo desde que casi consigue que Theo se acostara con ella aquella vez que se encontraron con él y Michael y lo confirmó –sus dientes rechinaron y el lápiz que sostenía entre sus dedos se rompió– con lo sucedido hace unos días:



«—¿Eres Alejandro? ¿Alejandro Stevens? —los ojos azules del muchachito brillaban con una intensidad que Alex no se veía capaz de analizar en ese momento. Y estaba por tomar su mano –¿de Mark?– cuando el grito de Cris lo interrumpió.

Almas entrelazadas (Gay) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora