Noviembre, 2018.
Las banquetas junto con la carretera se llenaban de la blanca nieve mañanera.
La ciudad era tan pequeña que no aparecía en los GPS o en Google maps, era tan pequeña que sólo había un parque con dos columpios y una resbaladilla, una cafetería con tres mesas para el público, una farmacia con medicina básica para leves resfriados y dolores de cabeza, una panadería con bizcochos y donas calientitas, un hospital que apenas y cumplía con la tecnología avanzada de tercer mundo, un lago con los mismos patos viejos de siempre, una biblioteca vieja con libros viejos pero bien conservados y uno que otro local de ropa y licorerías.
Las cortinas y puertas de los locales ya estaban de par en par a pesar de ser una mañana fría y nublada. Los niños ya caminaban de la mano de su madre con sus inmensas chamarras y guantes en las manos, mientras raspaban la nieve con sus grandes botas para nieve.
No había auto alguno atravesando la vieja carretera, la aglomerada nieve impedía a las ruedas de estos poder avanzar.
Valentina Carvajal caminaba con sus grandes botas rosadas sobre la inmensa nieve, sostenía la mano de su padre, que miraba su celular buscando el clima de los próximos días y suspiró al leer que durante todo el resto de la semana el clima se encontraría igual de helado, impidiéndole al hombre poder llevar a sus hijos en auto.
La adolescente sacaba la lengua cada vez que un copo de nieve se acercaba a su rostro y lo sentía caer levemente en sus papilas gustativas.
-Menos mal que ya casi llegamos.- Expresó el hombre con notable cansancio.
Las botas pesaban mucho y la nieve incrementaba la carga a sus pies.
La mochila de Valentina golpeteaba contra su espalda cada vez que avanzaba un paso, ese lunes sólo tenía cuatro clases y sin embargo parecía como si llevara útiles para todos los días de la semana.
Su padre pudo notar el golpeteo que la mochila causaba en la espalda de su hija y la retiró de sus hombros para colgarla en el suyo.
Cinco minutos más de cansado camino y nieve acumulada en la coronilla de sus cabezas y ambos pudieron suspirar de alegría al estar frente a la entrada de la escuela.
El hombre retiró la mochila de su hombro y la puso en la espalda de su hija, se inclinó en cuclillas y abrochó el inmenso impermeable de la ojiazul.
-Estudia mucho, linda. Recuerda que tu hermano vendrá por ti a la salida para llevarte a la biblioteca.-
Valentina asintió con una sonrisa, besó la mejilla de su padre y entró al edificio. En cuanto estuvo adentro pudo sentir el cambio drástico de atmósfera, los pies ya no le pesaban al caminar y el aire ya no era frío ni calaba al respirarlo.
Su primer parada fue su casillero, de donde tomó dos libros de cuentos y dejó su gran y mojado impermeable.
Valentina tenía rutinas todos los días, no había día donde no hiciera lo mismo y no le molestaba, aunque tampoco fuera que tuviera voz y voto para cambiarlas.
Todos los lunes su padre la llevaba al colegio y cuando el clima era cálido y sin montones de nieve cubriendo la ciudad entera se transportaban por medio de su auto, pero como era tiempo de frío, salía de la mano del hombre hasta llegar a la institución.
Después se detenía en su casillero e intercambiaba su abrigo por cualquier libro que tuviera guardado, seguía caminando hasta la máquina expendedora y compraba una barra de nueces, volvía a caminar por el largo pasillo y entraba al aula ciento quince donde le impartían clase de matemáticas; hora y media después salía y se juntaba en la oficina de la trabajadora social para tomar temas respecto a su poca facilidad de interacción que por lo general terminaban sin éxito alguno pues Valentina no parecía prestar atención y ni tampoco respondía preguntas abiertas, simplemente movía la cabeza de arriba a abajo cuando quería decir "sí" y de un lado a otro cuando quería decir "no".