Ya era viernes. Por fin el ansiado fin de semana, el día había amanecido un poco menos frío que los días anteriores.
Valentina se había ausentado en la escuela pues ninguno de sus familiares podía llevarle, el día viernes era el más pesado y tedioso en cuanto actividades para la familia Carvajal.
Los padres de Valentina asistían a la iglesia desde muy temprano a ayudar voluntariamente en asuntos relacionados con la restauración de capillas, eventos y demás.
Mientras Ian y Eva se apuraban en llegar apenas y con tiempo a sus respectivas clases extracurriculares de música y fotografía. Por ende, la mayoría de los viernes la ojiazul faltaba a clases.
Ese día se había levantado a las once de la mañana para mirar dibujos animados.
Después de dos horas de "Tom y Jerry" se levantó de la cama a comer un poco de cereal con leche y unos waffles con miel que su madre le había dejado en el microondas.
Ya eran las dos de la tarde y se encontraba sola en casa, con la tele apagada y un montón de libros a lado suyo en cama.
A esa hora ya estaría en la biblioteca en su sillón marrón de gamuza.
Se había devorado tres cuartos del libro que había pedido prestado, estaba a tan sólo veinte páginas y concluiría aquella novela erótica.
Si tan sólo sus padres la hubieran cachado leyendo semejante titular, le habrían prohibido de por vida el tomar un libro en sus manos, aquel libro albergaba más de un pecado de los que la iglesia le decía que evitara hacer cada vez que asistía a ésta.
Con un gran suspiro terminó de leer el último párrafo para luego cerrar con algo de tristeza el libro, a partir de ese momento tendría una resaca literaria que le impediría el volver a interesarse en otro libro. Pero ayer había visto más novelas en aquel estante, estaba casi segura que podía encontrar una igual o incluso mejor.
Pero no podía salir de casa, no sin algún acompañante.
Luego recordó que tenía diecisiete años y no cinco, podía salir de casa sin compañía alguna como sus compañeros de escuela lo hacían, como sus hermanos lo hacían.
Decidida y con miedo sacó del armario un cálido pero no tan voluptuoso abrigo, abrochó sus botas de nieve, guardó dos barras de granola en su mochila junto al libro y salió de su casa sin olvidarse de asegurar la puerta.
Era fácil, podía recordar el camino de casa a escuela, de la escuela a la biblioteca y de la biblioteca a casa, así que tenía que hacer ese mismo recorrido.
Cinco minutos caminando con espesa nieve bajo sus pies y apenas estaba cruzando el área de negocios, la cafetería se podía percibir a metros por el penetrante aroma a café.
Sonrió, nunca había probado el café negro, sus padres tenían la firme idea de que una adolescente en pleno desarrollo no debía ingerirlo.
Movió sus dedos en los bolsillos de su abrigo y sintió como brincaban unas monedas junto a un billete hecho bolita.
Quizá podía pasar por un café con leche, de los males el menor.
Con temor a ser descubierta por alguno de sus padres, empujó con fuerza la puerta del local, en la barra había una inmensa cafetera y en la pared colgaban tazas artesanales muy bien decoradas.
Nunca se había enfrentado a la vida por su cuenta, en los restaurantes sus padres pedían por ella.
Apoyó su codos en la barra y tomó una carta.
-Uno grande para llevar, por favor.- Una voz acelerada se coló por sus oídos.
Al mirar a su derecha se vio deslumbrada por el perfil fino de la chica que atendía en la biblioteca.