Un año atrás.
La delgada mano de Juliana se paseaba nerviosamente por los costados de su cabellera, peinandola incesablemente como reflejo de su gran nerviosismo. Con su mano derecha en cambio, sostenía un percudido folder de papel, color amarillo mientras su estómago hacía un molesto ruido de malestar pues no había probado bocado alguno aún.
La mujer de edad avanzaba paseaba sus desgastados ojos por la extensión del currículum de la morena, titubeando cada que terminaba de leer alguno de los tantos trabajos de su largo historial de puestos informales.
"Si gusta tomar asiento, señorita".
Juliana acató la recomendación de la mujer mayor y tomó asiento en el enorme sillón de color gamuza. Apenas y había llegado a ese lugar hace dos días y ya se encontraba buscando la que sería su futura fuente de ingresos, en cambio su mejor amigo había optado por visitar los pocos locales de comida del norte de la ciudad.
Juliana acostumbraba a habitar en ciudades grandes y llenas de atractivos turísticos, como una persona cosmopolita estaba acostumbrada a trabajar para la fiesta y vivir sin preocupaciones fijas ni mucho menos un empleo formal. Hasta hace una semana se encontraba en la ciudad de México trabajando en un antro de la zona rosa junto a su mejor amigo, así que ninguno de los dos estaba seguro si el pequeño pueblo al que habían llegado sería digno de su presencia por más de una semana.
Estaba nerviosa, muy nerviosa, pues si no lograba quedar en el único trabajo que le llamaba la atención, seguramente ningún otro llenaría sus expectativas.
Su mirada fija en el alfombrado piso le advirtió la aproximación de algún individuo hacia donde ella se encontraba sentada. Lentamente su mirada ascendió sin perder la atención en el cuerpo joven y delgado que se había situado frente suya.
Una jovencita de ojos azulados y cabellera clara la miraba confusa y temerosa, Juliana abrió su boca en forma de sorpresa por la bella anatomía que estaba teniendo la dicha de presenciar. Sus orbes color marrón se abrieron de par en par y como si de una inyección de serotonina se tratase, su corazón se avivó esquizofrénicamente.
"Señorita Valdés".
La mujer que revisaba su historial laboral la llamaba en el mostrador.
Juliana se levantó del sillón sin despegar un segundo sus ojos del rostro angelical de aquella desconocida adolescente.
"Está contratada".
Esas palabras le supieron a gloria a Juliana, pues era el seguro para poder volver a ver a aquella callada y temerosa chica.
•••
Las colillas de cigarros hacían un sonido gracioso cuando se estrellaban contra la nieve, haciéndolas apagar al instante. A Juliana le gustaba mucho escuchar ese sonido, era una de las muchas cosas que le gustaban de la vida, la primera era Valentina.
Con tan sólo una semana trabajando en la vieja biblioteca, Juliana ya estaba completamente enamorada de la chica ojiazul. Era un enigma muy grande que quería resolver, pero nunca lograba conseguir las herramientas necesarias para hacerlo, pues la chica blanca no platicaba con nadie y nunca pedía auxilio para alguna búsqueda o duda sobre los libros. Por el contrario, parecía que la adolescente sabía mucho más de lo que ella lograba aprender día con día.
Cuando Juliana cumplió tres meses trabajando en aquel viejo escritorio, decida y con mucha pena se dispuso a caminar en dirección a la joven chica, sin idea alguna de como comenzar una conversación, pero los intimidantes ojos azulados de Valentina lograron que la decisión que la había catapultado a tan valiente acción se derrumbara en un par de micro segundos y con mucho arrepentimiento regresó al pequeño cubículo de madera.
Nueve meses después, una agitada Juliana entraba por la puerta de la cafetería, desesperada por una taza de café negro con mucha cafeína. Cuando su mirada fue impactada por la anatomía de la chica con la que soñaba todas las noches, entonces ella lo supo, era ahora o nunca. Porqué como su madre un día le dijo "sin riesgo no hay historia".