El reloj marcó las ocho y media de la noche.
Por la puerta salían el último par de estudiantes que albergaba la biblioteca.
Juliana apagó la pequeña y vieja computadora y tomó su cartera.
Mientras Valentina cerraba su libro y lo guardaba en su mochila.
El conserje, Fred abotonaba su enorme impermeable y con una sonrisa se despedía de Juliana.
Después de la salida del hombre, las únicas en el lugar eran la adolescente y la mujer.
Valentina posó su mochila sobre su espalda y caminó hacia el escritorio de Juliana.
La morena repasaba la cantidad de billetes de cien que tenía en su cartera.
No eran muchos, pero eran suficientes para dos helados.
Cuando advirtió la presencia de la ojiazul, se levantó de su silla giratoria y le sonrió.
-¿Estás lista?- preguntó a la menor.
Valentina asintió como de costumbre con su sonrisa.
A Juliana le temblaban las manos de nerviosismo, se sentía como la primera vez que probó un cigarrillo de marihuana.
Ansiosa y con taquicardia.
"Tiene diecisiete años"
La voz de su mejor amigo se colaba como humo de cigarrillo por toda la extensión de su cabeza.
Una vez afuera en la fría atmósfera, ambas chicas comenzaron a caminar en dirección a la heladería.
Estaban a quince minutos del centro y el negocio cerraba hasta las diez.
Las calles estaban ligeramente bañadas de nieve matutina y los grandes faroles apenas e iluminaban el camino.
Valentina parecía estar perdida en el andar de sus pies contra la helada nieve.
Juliana sabía que la única forma de poder convivir con ella era haciendo preguntas que no implicaran una respuesta larga, así que comenzó a hablar.
-¿Te gusta la nieve?-
Valentina negó repetidamente.
-¿No te gusta el frío?-
Ahora Valentina asintió.
-¿De qué pedirás tu helado? ¿Vainilla?-
La ojiazul hizo una mueca de desagrado.
-¿No te gusta la vainilla?- preguntó indignada la mayor.
El sabor favorito de Juliana era la vainilla.
-¿Chocolate?-
Valentina volvió a negar.
Valentina sonrió cuando vio la fachada del negocio a lo lejos y con su dedo apuntó al mismo.
Juliana dejó de mirar a Valentina y centró su atención a la dirección que la menor le indicaba.
-Ya llegamos- Exclamó feliz.
Las paredes del local eran amarillas, en ellas posaban grandes cuadros de enormes barquillos con inmensas bolas de helado de todos los sabores.
En el ambiente se podía discernir un delicioso aroma a chicle y las mesas estaban conformadas por dos grandes sillones rojos con una mesa entre los mismos.
Valentina y Juliana llegaron a la barra para pedir.
Un apuesto joven de tes morena y ojos miel les sonrió al verles entrar.