🌤️ TRES 🌤️

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Sicheng caminaba por las calles del centro de su ciudad, el sol ya había caído desde hace horas y él apenas caminaba de regreso a casa después de la universidad. Había sido un día duro, la carrera cada día era más pesada y Sicheng sentía que no podía más.
Las brillantes luces de los edificios y de las pantallas alumbraban las calles repletas de gente, las personas iban y venían, tan preocupadas o despreocupadas que siempre. El chino se detuvo al borde de la acera para esperar a que el semáforo cambiara de color.

Se puso a pensar en todas las personas que tenía a la vista, en todas las que conocía y las que lo conocían a él. Vivían cada día como uno más, como algo que deben hacer y ya, sin preguntarse realmente qué es lo que los motiva a salir de la cama cada mañana... El mundo se estaba muriendo y nadie hacía nada para solucionarlo, aunque dudaba que hubiera algo que hacer.

Sicheng suspiró y caminó detrás de todo el montón de gente, convirtiéndose una vez más en una oveja que siempre sigue al rebaño, sin chistar, sin buscar nada diferente. Se detuvo al llegar a la otra acera, las personas pasaban a su lado rodeándolo o empujándolo, restándole importancia a su existencia entre millones de personas en aquel inmenso país.

Los pensamientos le carcomían la esperanza, se sintió pequeño y débil. Pensó en su hermana, en todo lo que ambos tuvieron que pasar para poder vivir tranquilos como lo hacían en ese momento. Tuvieron que aceptar la muerte de su padre y la enfermedad incurable de su madre; la esquizofrenia. No le hacía bien quedarse quieto, sin algo qué hacer o sin algo que lo distrajera, la mayoría de las veces terminaba siendo víctima de sus propios pensamientos. Sentía que el tiempo se le acababa.

-¡Sicheng! -escuchó que alguien lo llamaba por sobre el barullo de la ciudad-. Hermano ¿cómo estás?

Era Mark, un chico que conocía de la plaza de la tecnología de uno de los barrios chinos. Le sonrió y saludó como a un viejo amigo, aunque no eran demasiado cercanos habían conversado varias veces. La cabellera negra del canadiense revoloteaba por la brisa nocturna, vestía unos jeans ajustados con una chaqueta encima y lucía una bonita sonrisa. Caminaron juntos hasta el edificio en donde vivía Sicheng, había invitado a cenar a Mark porque no quería hacerlo solo. Su hermana Mina le avisó que dormiría con una de sus amigas. Entraron al ascensor y conversaron de temas triviales, a pesar de no conocerse a fondo, se entendían y la pasaban bien juntos. Las puertas se abrieron y salieron comentando temas sin mucho significado, pero ambos se dieron cuenta que algo andaba mal.

Mark enarcó las cejas y observó su alrededor, jamás en su vida había visto un lugar tan feo y sin vida. Sicheng por el otro lado reconoció aquel lugar de inmediato. Había viajado mil años adelante en compañía de Mark.

¿Por qué?

¿Cómo le explicaría eso a este chico?

Yuta los observaba con una media sonrisa a unos dos metros de distancia, Mark se dio cuenta y advirtió a Sicheng. El chino se acercó al rubio, dejando al canadiense atrás, aún más confundido y asustado.

-Yuta -le llamó-. ¿Qué pasa?

-Te he llamado con la esperanza que vinieras con alguien -sonrió, de repente le pareció amigable-. Síganme.

Sicheng caminó por el pasillo tras Yuta, Mark corrió hasta alcanzarlos y caminar a la par. Bajaron dos pisos y entraron por una puerta de metal que tenía una contraseña de cifras, los tres entraron y siguieron al misterioso rubio con las puntas azul celeste.
Yuta entró la habitación y les dejó pasar. Era un laboratorio, de eso no había duda. Tenía toda la pinta; mesas de ensayo, sillas, aparatos que Sicheng desconocía, pero que había visto en la preparatoria durante sus clases de química. Allí dentro no había nadie más.

Piso Catorce. ((yuwin))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora