🌤️ OCHO 🌤️

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Cada noche que pasaba era igual, al menos eso pensaba Sicheng hasta aquella en particular. Como cada que el sol se ocultaba y daba paso a la oscuridad, las estrellas se escondían tras el tumulto de oscuridad que albergaba la gran ciudad de Seúl, recordándole a cada persona que, aún después de tantos años, aún no era tiempo de volver a ver las luces naturales del cielo, que el asomarse por las ventanas, salir al balcón o subir a las azoteas, seguiría siendo un desperdicio de tiempo y que no encontrarían más que lo mismo; centenares de edificios y rascacielos usurpando la extensión de territorio, creando a su vez luces artificiales y que poco a poco iban matando al mundo.

Sicheng en realidad nunca antes fue de subir a la azotea de su edificio, ya que sabía que no encontraría gran cosa allí; tuberías de gas, agua, calentones solares... Un viejo sillón destartalado que nadie tenía intención de usar por su andrajoso aspecto, pero en aquella noche llena de calor y viento espeso, sentía que debía desalojar su mente, descansar de todo lo que había pasado en los últimos días y dar un último respiro para seguir adelante.

El sillón de terciopelo color mostaza no era tan malo como parecía, en realidad era cómodo y aunque le faltaba relleno en algunas partes aleatorias, terminaba siendo una experiencia particular el pasar el rato allí. El chino pensaba en silencio y a toda marcha, recordando lo que había pasado apenas hace una hora, el que Taeil ahora se había unido al año 2056 y que no estaba para nada contento de lo que estaba sucediendo, al contrario, estaba molesto y mucho más, casi queriendo mutilar a cualquiera con la mirada para poder descargar sus emociones no ciertamente positivas.

—Si le pones un poco de imaginación todo es mejor —escuchó una voz a su lado tan repentina que le hizo dar un pequeño espasmo del susto.

—Yuta, me espantaste —dijo respirando con una leve sonrisa en el rostro.

El mencionado elevó sus manos hasta la altura de su rostro, pegando sus dedos a su palma y haciendo la expresión de gruñir, como si de un león se tratase y aquello, a decir verdad, le había sacado una sonrisa enternecida al menor.

—¿Qué haces aquí? Donghyuck por fin logró que Taeil estuviera menos molesto, deberías verlo al frente del televisor, incluso para una persona como...

—Yuta —le interrumpió, sintiéndose débil y con unas inmensas ganas de romperse a llorar.

El rubio se dio cuenta de lo que pasaba. El menor juntó sus labios con fuerza y ahogó un jadeo, elevando sus rodillas y apoyando sus pies sobre el colchón del sillón para así poder esconder su rostro con un poquito de ayuda de sus manos, intentando convencerse que aquello no daría sospechas de su incontrolable llanto sin razón aparente. Yuta se quedó quieto por unos instantes, sintiéndose nervioso y sin saber qué hacer exactamente, así que lo mejor que pudo hacer fue sentarse a su lado, muy cerquita de él para que supiera que estaba allí, escuchándole y listo para ayudar en lo que pudiera, pero cabe destacar que el mayor no era exactamente el mejor en aquellas situaciones, incluso recordó la última vez se encontró en la misma situación con su hermano más pequeño, intentando no reír al recordar los reclamos de Donghyuck diciéndole que era el peor a la hora de dar ánimos.

—Puedes irte, no... No necesito que estés aquí —dijo Sicheng con la voz rota, sintiéndose avergonzado por tener una mente tan frágil, solo a su parecer.

—Yo necesito estar aquí e intentar entender qué es lo que te aflige —respondió con aquella grave voz, en un suave susurro que de una reconfortaba a Sicheng.

El chino elevó su rostro para encontrarse con la mirada de Yuta, esa que sin falta le transmitía una paz diferente, una que no encontraba en nadie más y que aquello solo lograba hacerle querer llorar más, porque sabía que cuando todo aquello acabara y los Moon tuvieran que regresar a su hogar y olvidarse de los viajes en el tiempo, tendría que decirle adiós a lo que de un momento a otro construyó con Yuta y aunque no sabía exactamente como catalogar lo que tenían, sí que le daba pánico el tener que forzarse a olvidarse de él, porque sin querer había caído entre sus brazos, en un camino que ya no tenía retorno. Solo podía seguir adelante, acelerando cada vez más y dándose cuenta que en un punto dado se estrellaría, aunque sabiendo eso solo podía seguir acelerando.

Piso Catorce. ((yuwin))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora