Señales

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Ya que todo se desmoronaba, pensé "y si tratase de encontrar algo mejor...", no lo tomé con mucho esmero, sin embargo, esa fue la primera vez en la que me gané un pedazo de gloria.

Las secuencias tristes se añadían a mi carne, como si alguien me quisiera ver contra el suelo; uno de los chicos, un tal "puños", tampoco creas que la mayoría era original, por el contrario, la gran cantidad de veces en las que me amenazó, atentó y estrelló contra las paredes acabó con casi todas mis esperanzas.

Un año de sufrimiento expuestos a un inepto sin corazón, y a una disputa familiar, por todo lo mal que pueda sonar, no me afectaron, al menos no con mis convicciones; tan solo iteré en ideas que me relajen, no veía la razón para llorar como tantas veces lo hacía mi alma durante las cenas, e incluso mientras escuchaba a la única persona que en verdad fortaleció lo que en mí no dejaba de existir.

Un maestro de lenguas extranjeras me ofreció la oportunidad de creer, me permitió distraerme del mundo exterior, me enseñó una increíble cantidad de juegos de mesa, puede parecer estúpido, pero créeme, no lo fue, liberó la fuerza mental y emocional que dio origen a "la burbuja de los sueños", una barrera capaz de inmutarse ante cualquiera, el bribón que me lastimaba, ahora ya ni me observaba, en parte por la intervención de Mary, no obstante, sesudamente intervine con ese esfuerzo por no someterme a quien quiso destruirme.

Ese año acabó siendo un fragmento de cristal incrustado en mis deseos, no eres siquiera tan fuerte como para imaginar la gravedad con la que impactaba mis puños todas esas noches, criticándome por ser tan "yo".

Frené a los once años, en esta época me imbuí en grandes recovecos; durante éste tiempo, nos dividieron en dos aulas, por lo que nos seleccionaron para adherirnos en otro lugar, claramente en la misma institución, el destino con frialdad o tal vez amabilidad me otorgó el salón de abajo, aparentemente en el edificio de las oficinas, una de las habitaciones estaba vacía, le añadieron pupitres, un escritorio, la pizarra, entre otros, lo lindo de aquella zona, era los ventanales que rodeaban gran parte de los muros del aula, por los que podíamos ver muchas cosas, además de las orquídeas y begonias traseras, también el camino a la cancha, la rampa, etc.

El matriarcado dominaba ese salón, una escasez varonil era obvia. Ocurrió que, en ese transcurso, conocí a varias ¡personas!, Adam es de quien más hablaré, era nuevo, recién integrado, alto, tez colorada, algo tímido, lo conocí, hablábamos de todo tipo de gustos musicales, ideologías, tareas, esas cosas, juramos que no nos separaríamos; de entre tanto excremento, al menos él comprendía mucho de lo que me agobiaba, otros chicos, como el "pequeño gran dolor de cabeza", así le nombraron los profesores ya que era un chiquillo molesto, estaba tan demente, que una vez incitó a dos chicos a jugar con electricidad, clavaron algo en un tomacorriente, y "¡fuego!", por suerte viví para contarlo; un compañero más, era algo extraño, el típico que divaga, como yo, no obstante, él desapareció místicamente un día cualquiera, sin rastros, no regresó.

Un grupo de chicas seriamente obstinadas, y para mi gusto ¡locas!, nos fastidiaban a Adam y a mí, como si nos odiasen por alguna extraña razón, no me importó, aunque se volvían una piedra en el zapato con tantas complicaciones que me daban.

La primera vez que comencé a notar una difícil sensación, cuando conocí a..., no recuerdo su nombre, solo le diré "E", bueno pues, ese día, en frente de mí, esa muchacha gobernó una fascinación ante mis escapadas racionales, no sé porqué, pero se volvía una suave tela que arropaba mi cariño, cosa que ¡jamás!, pensé en sentir, quizás porque el corazón es algo dentro de un universo alterno al de la mente.

Los primeros latidos del ensueño aparecieron por arte de magia, no sabía como actuar, no lo creía normal, incluso usé un termómetro para controlar esa necesidad de abrazarla, ¡una estupidez!, fue cuando escribí por primera vez, lo que me asqueó, ya que al leer tal cuento de hadas me dejé perplejo, al llegar al Instituto, el cual por cierto está a tan solo unos cuantos pasos de casa, literalmente en la punta de la calle, pues resguardé con dudas esa carta mal sellada entre mis pertenecías, la hora de charlar con ella, o de estirar mis pesares hasta que desaparezcan llegó, abrumado durante el descanso me hizo pensar en tomar aire, salí por la puerta, sin embargo, algo me removió el estomago, regresé rápidamente y ya era demasiado tarde.

Unos idiotas hurgaron mi maleta, la revelación se descifró el grabado inscrito con su nombre sobre la carta, nada me atormentaba más, los nervios me acribillaron, ¡hablaría con ella!, pero no sucedió, los dos rufianes se rieron y le entregaron el escrito, "E" solo me miró, luego se alejó, sin decir ni una palabra. Decidí olvidarme del amor.

"¡Basta!", me decía cada segundo al verle, no soporté, así que solo la ignoré, por otro lado, conocí a una señorita, Emilia, una chica brillante, perspicaz, alargaba mis miradas pérdidas, "sin sentido" pensé, no me enamoraría, me refiero, a que ella desvelaba un ímpetu por darlo todo, me atrapó más bien, un sentimiento de admiración y ataraxia por su presencia, un precioso cabello castaño negro, unos ojos hipnotizadores, la elocuencia de una diosa, como si dominara todo con una perfección sumisa a sus sonrisas.

Una de sus amigas era algo "atrevida" digamos, puesto que también nos odiaba a Adam y a mí, aunque eso no me impidió hablarle con frecuencia.

Emilia se volvió un fuerte en el que apoyarme, nada me hacía más feliz que sus palabras, para cuando lo supe, tras cada mes de parloteos y sencillos chistes, medio mundo se percató de lo que yo negaba, me había enamorado de ella.

Traté que con serenidad nada me generara el propio paroxismo con este enrollo, pedí fuerzas, me debilité, pero a la vez crecí, los maestros, mis amigos, incluso Adam me preguntaba con constancia "¿se lo dirás?", puesto que en verdad quería, es tan raro esto del cariño, no obstante, ese año de luz me cegó lo suficiente como para no ver todo lo que conlleva amar.

Tan joven y tan incrédulo, creía que solo el sentir que ya no necesitaba esperar a la primavera para sonreír, me bastaba, pese a todo, se lo dije, en frente de una multitud pequeña, pero lo suficientemente abundante como para que todos los supiesen, y no me avergüenzo, por el contrario, me permitió decirle la única verdad absoluta de la que jamás dudé.

Con todo y motivación, le di una parte de mí, e incluso un presente para simbolizar con dureza que en verdad la quería. Gran parte de las cosas lo hacíamos juntos, eso me alegró; todos mis problemas se desvanecieron.

Sin embargo, una fuerte avalancha reveló un nuevo misterio. 

50 sueños sobre tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora