Pasos

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Te debo confesar, que, con hilaridad y benevolencia, no soy quien quisiera ser, de hecho, me he persuadido con todo lo que me rodea, porque no lo entiendo.

A los dos años de edad, mi hermana llegó a casa en brazos de mi padre, fue conmovedor según mi abuela, tener a esa chiquilla peleona en el hogar, lo primero que hice fue lanzarle un jarro de plástico a la cabeza, Mary se enfureció y me reprendió a palos. Lo que no había hecho jamás, pero fue aterrador.

Ahora que tengo cinco, y próximo a cumplir seis, ella tiene tres años, y sigue siendo el centro de atención de la familia; en ocasiones juego con ella, pero de todas formas, no me convence su actitud disfrazada, ¡pamplinas!.

En el Instituto me va pésimo, no conseguí lo que para mi madre es el éxito, y de verdad, ¿Qué quiere decir con eso?.

En las últimas semanas se ha molestado conmigo, por no saber eso a lo que le llaman..., multiplicar, me ha amonestado dos o seis veces con el látigo de cuero, la situación procede desde que Manuel no nos visita, desde el teléfono celular de Mary, escuché que ella lloraba de dolor y en unas circunstancias, gritaba el nombre de mi padre a todo pulmón, y luego se enfadaba más, y se dirigía a mí para, a mi parecer, calmar sus ansias agobiadas, gritando y pronunciado tras cada golpe más potente el uno del otro, "sé mejor", "no seas alguien indeseado", "¡estudia!".

Entonces, ¿Qué quiere que haga?, no soy perfecto, ni mucho menos ideal, ¿quién soy yo ante los demás?, un don nadie, alguien desagradable, un fantasma, y si todo esto es cierto, prometo un día, demostrar lo que hay en mi alma, llegaré a que esas noches de llanto y dolor detrás de una ventana, sean de grato beneficio, tal y como hacen las estrellas que me acompañan en mis penas.

Conocí a Nicole, una joven e irónicamente notoria amiga de la familia, vive cuatro casas antes del Instituto, cabe mencionar que las viviendas son muy apegadas, me refiero a que literalmente compartimos muros con el vecino; a nuestra izquierda residen mi bisabuela, algunos tíos y tías, a su vez, dos primos; a nuestra derecha, unos ancianos risueños que venden golosinas.

Nicole, es una chica demasiado interactiva, linda, cabello negro, ojos hipnóticos, y de hecho, es ella quien generalmente me llama desde su ventana con rejas para entregarme "aventuras", así le digo a los lugares en los que ella cree que puedan haber muchos misterios, y ya que es lo único que atrae mi atención, pues me agrada encontrar sus tesoros, por cierto, ella dice que soy el único capaz de adentrarme en esos recónditos espacios indescriptibles.

En una ocasión, me propuse investigar "la cueva del oro", así lo había escrito Nicole en un trozo de papel rasgado de su libreta favorita, y detrás del papel había una especie de mini mapa que señalaba la ruta exacta al lugar, por lo que seguí sus instrucciones; para ser franco, no me negué a ello, ya que era "libre" para buscar una aventura en el barrio, o más bien, en aquella acogedora calle con algunos faroles dañados.

En fin, al seguir sus indicaciones, tales como... al frente de la casa de los "dulceros", así le decíamos a los vecinos de a lado, encontrarás aquel montículo de tierra de unos tres y medio metros en el que deberás agrupar algunas de las llantas dañadas del alrededor del lote vacío, luego cruza la pequeña "montaña" de tierra, es decir, el montículo y hacía la derecha, cubre camino para así al otro lado encontrar...

Ahí terminaba la nota, claramente porque Nicole, nunca se atrevió a hacer esa ruta, sobre todo porque su madre era bastante exigente con saber en dónde se encontraba en todo momento, yo por otra parte, también sufría de esos pesares, ya que mi madre era muy estricta, sin embargo, lograba darme un "tiempo libre", cuando trabajaba y mientras Dolores tomaba una siesta, salía a explorar.

Del otro lado, encontré bastante basura acumulada, y un pequeño hueco, del cual surgía un pasadizo cubierto por trozos de manera apilados alrededor de un montón de tierra en forma de colina, no fue difícil de mover, debo admitir, que el temor de que me cortara con la gran cantidad de clavos era enorme, no obstante, Dolores siempre me cuenta que es mucho mejor ser fuerte cuando nadie más cree que lo seas, por lo que sin importar que me manchase los zapatos de lona del Instituto, bajaría el pequeño pasadizo que se abría paso ante mí.

50 sueños sobre tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora