Heredero

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Fue en aquel pedestal de piedra caliza donde Eduard García Collins reposó su fría y acabada arma de un filo abrumador, ensangrentado se recostó a un lado de aquella figura sublime, perdido en su vana ilusión, recordó la histeria colectiva de aquella ciudad en donde residía, la cual es causa de su aterrado corazón.

"Lamento tener que acabar con la vida de estas hierbas que me elevan sobre el suelo; sentir que he sido olvidado, amado y odiado por el ruido de las bayonetas, los gritos efímeros proclamando paz y la maravillosa creatividad agregada de mis hermanos, es ahora una sonrisa menos de que preocuparme" dijo Eduard mientras yacía tumbado en el suelo bajo los sofocantes rayos de luz que caían sobre la copa de los robles, y eran filtrados por sus bellas hojas hasta acabar en el rostro colorado de un hombre previamente aficionado.

Fuertes ventiscas del norte, mimaron su piel y tiempo después con una interminable felicidad, Eduard cerró sus ojos y murió.

"Al menos eso fue lo que en mis sueños más complacientes deseé haber vivido; no tan destruido como en estás circunstancias..., el hecho de que sostengas mi mano congelada y el tener que observarte con tantas lágrimas en tus aguados y solemnes ojos provocaran que viaje rápidamente hacía la muerte sin detenerme" pensó Eduard, postrada en una camilla de hospital, perdido en sus pensamientos.

Eduard se encontraba apoyado sobre las piedras de un jardín con hermosas flores amancay, las cuales son de muy clara peculiaridad en dicha ciudad, ya que solo crecen ahí. 

Lleno de ansiedad y tristeza, observaba lo que deparó el tiempo, hasta llegar a ser un reconocido escritor, a pesar de todo, él llevaba consigo la marca de heridas propias, hechas por cada traición que sufrió a su espíritu.
Una chica de fascinante complexión, se encontraba cruzando la calle, cabello de ligeros tonos dorados, ojos de un impactante color miel, una sonrisa hipnótica que causaba deseo.

En cuestión de segundos, un automóvil arrasó las calles y en dirección hacia aquella dama, Eduard se lanzó intuitivamente, impulsándola al otro lado.

Las sirenas lo ensordecían y sus parpadeantes luces cegaban todo intento de marcharse lejos, lo que le llevó al ahora. Luego de múltiples análisis, el impacto fue leve, aunque provocó contusiones, existía otro problema.

"Es neumonía", "es cáncer", "es..."; "lo único que escucho son comentarios de lo que padezco, sin embargo, nadie me lo pregunta", desteñidas miradas acosaban su superficialidad.

En los doctores y enfermeras se percibía la incrédula señal de que nada está bien, nada lo va a estar, y ¿de qué sirve todo esto?, lo cierto es que, en mis últimas noches, escribiré lo que me llevó a conocerte, lo que me inspiró a amarte, y lo que sobrellevó en mí, tras cada día en el que hacía lo posible para continuar.

Es así como llegamos al eje de mis intenciones, hago de estos, mis únicos calmantes; estás cartas narran lo que soy y lo que dijiste que somos. 

50 sueños sobre tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora