☣ Cαρίтυlσ 3 ☣

594 112 10
                                    

El látigo de Yunjong me rasgó la piel, cortándome la carne con un profundo dolor. 

—Muévete —me ordenó.

Yo traté de esquivarlo sin conseguirlo, dado que me lo impedía una cuerda que tenía atada a la muñeca y que me anclaba a un poste que había en el centro de la habitación.

—¡Muévete más rápido! ¡Sigue moviéndote! —gritaba Yunjong. 

El látigo restallaba una y otra vez. La rasgada camisa que yo llevaba puesta no me ofrecía protección alguna del escozor del cuerpo. De repente, una fresca y tranquilizadora voz penetró en mi cerebro. 

—Márchate —susurró—. Envía la mente a un lugar lejano, a un lugar cálido y acogedor. Déjate ir...

La sedosa voz no pertenecía ni a Yunjong ni a Son. ¿A un salvador, quizás? Una manera muy fácil de escapar al tormento, tentadora, pero decidí esperar otra oportunidad. Decidido, me concentré en evitar el látigo. Cuando el agotamiento me reclamó, mi cuerpo empezó a vibrar de motu propio. Como un colibrí fuera de control, empecé a dar vueltas por la habitación, tratando de evitar el látigo.


Me desperté en la oscuridad, empapado en sudor. El arrugado uniforme se me ceñía con fuerza al cuerpo. La vibración de mis sueños se había visto reemplazada por un golpeteo. Antes de quedarme dormido, había atrancado la puerta con la silla para impedir que alguien pudiera entrar. La silla se agitaba con cada golpe.

—Estoy despierto —grité. El golpeteo cesó. Cuando abrí, vi que Dongbae fruncía el ceño con una lámpara en las manos. Me apresuré a cambiarme de uniforme y me reuní con él en el corredor—. Creí que había dicho cuando saliera el sol.

—Ya salió el sol —respondió él con desaprobación.

Lo seguí a través del laberinto de los pasillos del castillo a medida que el día empezaba a clarear. Mi habitación estaba orientada al oeste, lo que me impedía ver el sol de la mañana. Dongbae apagó la lámpara justo cuando el aroma de unos pastelillos dulces empezó a llenar el aire.

Aspirando con fuerza, pregunté con voz esperanzada y casi suplicante:

—¿Me lleva a desayunar?

—No. Seokjin te dará de comer.

La imagen de un desayuno embebido en veneno hizo maravillas a la hora de quitarme el apetito. El estómago se me tensó al recordar el Polvo de Mariposa de Seokjin. Cuando llegamos a su gabinete, me había convencido de que estaba a punto de desmoronarme, derrotado por el veneno si no recibía pronto el antídoto. 

Cuando entré a la sala, Seokjin estaba colocando unos platos de humeante comida. Había limpiado una parte del escritorio y los papeles se amontonaban en desordenadas pilas. Me indicó una silla. Yo tomé asiento, buscando en la mesa el pequeño frasco de antídoto.

—Espero que tú...

Seokjin estudió atentamente mi rostro. Yo le devolví la mirada, tratando de no acobardarme bajo aquel escrutinio.

—Resulta sorprendente la diferencia que pueden suponer un baño, un corte de cabello y un uniforme —añadió, mordisqueando con gesto ausente un trozo de fruta—. Tendré que recordarlo. Podría resultarme útil en el futuro —añadió. Luego, colocó dos platos de una mezcla de jamón y huevos ante mí—. Empecemos.

Sintiéndome mareado y arrebolado, yo le contesté:

—Preferiría empezar con el antídoto.

Otra larga pausa por parte de Seokjin hizo que me rebullera en mi asiento.

—No deberías sentir aún ningún síntoma. No llegarán hasta primeras horas de la tarde.

Polvo de Mariposa [☣JinTae☣]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora