Capítulo 1

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—¡Maldita sea,  Germán! — Me paré frente a él— ¡Ya callate!
—¿Te parece que me quejo mucho?
—Demasiado.
—Entonces deberías de estar con un hombre que no lo haga, alguien mejor que yo.
Aturdida le di un golpe severo a la pared y gruñí.
—¿De que carajo vas, Germán? Es una estupidez lo que comentas.
—Si te he parecido estúpido, no deberías de estar conmigo.
—Cuando te pones así, te aguanta tu madre, pero yo no. — tumbé la puerta de mi habitación.
—¡Abre, Aurora! — golpeó
—¡LARGATE! — tiré un zapato a la puerta envuelta en lágrimas.
Al haber escuchado la absurda petición  de buscar a alguien más, sentí que ese amor no era suficiente, me sentí en las tinieblas como si algo estuviera haciendo mal, pero no quería admitirlo.
Por esa noche no salí más, lloré sin un consuelo, con mi móvil en modo avión, culposa.
Llovía a cántaros en la mañana, por lo que me monté una vieja cazadora encima y me eché andar sin haber probado un bocado para el desayuno.
Mi paraguas apenas si evitaba que mi cabello se mojara, pero así el día lucía precioso y quedaba de maravilla para mi depresivo estado de animo.
Encendí el móvil y tenía un mail de mi madre, comunicandome que en mi mochila había puesto un sándwich de jamón, sabía que no iba a desayunar.
Sonreí por primera vez en el día y entré al salón  de literatura.
—Buenos días, Aury. — Me saludó Luna.
—¿Que onda, Lu? — saqué mi cartucho de plumones— ¿Has visto a Germán?
—No, en lo que lleva de la mañana, ni sus pasos he logrado ver.
—¿Ha pasado algo?
—¡Nos hemos peleado!
—¿Cuál fue la razón ésta vez?
—¡Sus malditos celos enfermizos!

Bajé la cabeza y volteé al pizarrón, mientras la profesora escribía.
En ningún minuto encontraba concentración, Germán no llegaba, aunque mi mirada lo buscase por todo sitio posible, nunca le miré.

—¡Pss! — escuché un sonido.

Volteaba, pero nunca lo encontré.

—¡Tu clima favorito! — dijo Germán mal parado detrás de mi.
—Me has dado un susto del demonio, Germán.
—Perdón, cariño. — me dio una carta en mis manos. — Leela cuando estés en casa.
—¿Que te has creído? Una carta no soluciona nuestro problema.
—Me has dicho que las amas.
—Sí, pero no para comprar mi perdón.
—¿Que quieres que haga? Me arrodillo y te lo pido pero, perdoname.

Mi mirada se posó en la suya, impaciente por probar la miel de sus labios una vez más.

—¿Por qué no confías en mi?— Mis ojos estaban humedecidos.
—Lo siento, de verdad. — tomó mis manos.
—No puedes estar celoso de Johan, es solo un chico tres años menor que yo.
—¿La edad importa?
—¡BASTA YA, GERMÁN! yo te amo solo a ti ¿puedes entender? — pegué mi frente a la suya.
—Tienes tanta razón...
—Por favor, confía en mi.

Aunque lo intentara comprender, seguía pensando que no había un solo motivo para que Germán sintiera celos, pues había sido clara, demostraba lo que sentía y lo amaba sin condición.

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