Capítulo 4 (Arroje su arma y suelte al niño)

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Hoy aparenta ser una noche tranquila, de esas noches en las que hay poco trabajo y la quietud impregna estos parajes. De esas noches en que las calles no son visitadas por disturbios, ni complicaciones.

Transitaba junto con mi compañero por la Calle El Sol, zona en la que nos corresponde hacer patrullaje todos los días. Nuestra patrulla, un Ford Crown Victoria 2011, llevaba la ficha 134 en el lado derecho y sus respectivas intermitentes azules y rojos, encendidas como siempre, para anunciar sin palabra alguna la presencia de la ley y orden.

De repente, apareció una voz femenina en la radio rompiendo la cadencia que llevaba el silencio.

-Posible R8 en Calle El Sol esquina Pascual Hidalgo.

Hombre armado y con un rehén.

-Estamos a dos esquinas.

Le dije a mi compañero mientras metía el pie en el acelerador.

-F134 a dos esquinas, recibido.

Respondió mi compañero al llamado de la central.

-Enterado.

Dijo tajantemente la operadora.

En cuestiones de minutos llegamos a la Pascual Hidalgo, a unos metros de esa esquina vimos a un hombre alto sujetando un arma de fuego.

Aquel hombre pateaba con brutal violencia a dos personas que estaban tiradas en el piso. Pateaba más que sus carnes, como si quisiese hacerlos sufrir algún dolor más que físico; en su otra mano tenía a un niño sujetado con una correa por el cuello como rehén.

-Adelante central, unidad F134 respondiendo al R8. Estamos en la zona vamos a proceder.

Anunció mi compañero.

-Enterado. Tenemos dos patrullas más en camino. Actuar según procedimiento.

-Copiado. Copiado.

El chillar de las llantas al frenar desviaron la atención de aquel criminal, el niño, pálido y delgado, se asustó por lo súbito de nuestra llegada.

Nos detuvimos a unos 7 metros, más o menos, de aquel hombre armado. Abrimos las puertas de la patrulla y actuamos como indica el procedimiento bajo situaciones de riesgo.

-Arroje su arma y suelte al niño. Gritó mi compañero.

El niño se asustó y dijo algo que no pude entender. Aquel hombre era enorme y fuerte. Soltó al niño y luego nos apuntó con su arma con intenciones de disparar. Entonces me desesperé y disparé mi arma, apuntando a su pecho.

Mi compañero también hizo lo mismo. Las balas salieron sedientas de sangre en busca de algún cuerpo. Golpearon el pecho de aquel Goliat que se posaba ante nosotros. Aquel gigante cayó desplomado en sus rodillas. Miró aquel niño, luego miro a la luna y le regaló las siguientes palabras como despedida:

-He cumplido con lo que me has pedido querido amo.

Para después caer boca abajo tendido en la calle, cubierto de sangre. Nos desplazamos hacia él apuntándole.

Mi compañero fue hacia donde estaban las personas masacradas por aquel hombre, sus rostros estaban irreconocibles, cubiertos de sangre. Podían verse dientes alrededor de sus cabezas, narices rotas y un ojo colgando en la mejilla de uno de los cuerpos.

Yo tomé el pulso del criminal, estaba muerto al igual que aquellas dos personas.

-Adelante central, aquí unidad 134 reportando situación R8 Calle El Sol. Necesitamos paramédicos.

Comunicó mi compañero por la radio.

-Enterado. Unidad médica en camino.

Mi compañero verificó los dos cuerpos tirados en la acera era un hombre y una mujer, de algunos 28 a 34 años, cuanto mucho.

Yo revisé el cuerpo del ahora difunto criminal, vacíe sus bolsillos y sólo encontré una caja de cigarrillos, un encendedor y su cartera. Busqué su identificación:

José Natanael De los Santos Doñé.

Así se llamaba este homicida.

Tomé sus pertenencias y las eché en una bolsa de plástico. Mi compañero había hecho lo mismo con el par de cadáveres que había revisado.

Busqué entonces aquel niño que estaba de rehén, pero no estaba. Sólo vi a un civil con una correo en las manos parecida a la que llevaba el niño en su cuello.

Me le acerqué y le pregunté que si había visto a un niño. Él respondió horrorizado mientras dejaba caer aquella correa al suelo:

- Se ha ido por ahí.

Señalando un parque que estaba como a 100 metros del lugar.

Después, aquél hombre, con cara de haber visto a al mismísimo Satanás, se dio la vuelta, cruzó la calle y se perdió entre los mirones.

Los paramédicos y las unidades llegaron a la escena. Acordonamos toda el área del crimen y restringimos el paso de civiles.

Luego, llegaron dos agentes del departamento de Criminología, interrogaron a mi compañero y a mí, después recogieron las pertenencias de los fallecidos, fotografías de los cuerpos y se marcharon.

Dejándome más que claro que hoy, lejos de ser una noche tranquila, de esas noches en las que hay poco trabajo, se convirtió en una de esas en las que es preferible el olvido para continuar realizando mi labor de preservar la ley y el orden.

NURU (El amo de la suerte).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora