Capítulo 19 (Démonos prisa)

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La noche anunciaba sangre y muerte en algún lugar de la capital de Las Flores.  Dentro de una humilde casita de madera, aquí en la comunidad de Villa Mella, había un hombre, alto y fornido, sentado en un viejo sofá. Aquel hombre, usaba una gran máscara de madera con un extraño cuerno en su frente— la máscara de Bambara—.

Con esta máscara, a través de un ritual de invocación, se podía hacer que el alma del portador viajara a otro cuerpo. Apoderándose de sus recuerdos y teniendo el control absoluto del nuevo cuerpo. —Pocos dominaban este poder—.

Aquel extraño portador de la máscara estaba preso entre el abrazo demoledor de una culebra, de color rojo con negro. En frente del hombre, una anciana dibujaba en el piso una especie de triángulo, con un pedazo de tiza. Aquella mujer de color negro, pero no cualquier negro, sino del negro más oscuro que ojos hayan visto; se levantó del suelo y se marchó al patio a conseguir una gallina. Cuando volvió con la gallina pasó por la cocina y buscؚó una pequeña taza y un cuchillo.  

Caminó nuevamente hasta la sala, donde estaba el hombre  que portaba la gran mascara de madera, y se sentó en frente del triángulo que había dibujado.

La enorme culebra que apretaba al enmascarado comenzó a liberarlo y bajó del sofá, arrastrándose por el cuerpo de aquel hombre hasta llegar al piso.  Serpenteó hasta donde estaba la anciana y se quedó en allí mirándola fijamente.

Los ojos amarillentos de la anciana se concentraron en la serpiente. El lenguaje del silencio apareció entre ellos.

—No te preocupes por mí—dijo la señora mientras miraba a la culebra.

Ya no me queda nada en este mundo.

La anciana colocó la taza en el centro de aquel extraño triángulo. Sujetó con fuerza a la gallina  y apuntó con el cuchillo hacia ella, con intenciones de matarla. La serpiente se irguió ante la anciana y se balanceo de un lado al otro como si intentara decir algo.

—Claro que sé lo que estoy haciendo. Esta es la única manera de vengar a Nuru—expresó la anciana al vacío.

La culebra se arrastró hacia la anciana y comenzó a enredarse en la gallina.  La mujer soltó al ave, que ya estaba a merced de la serpiente, y se puso de pies. Se quedó un momento en silencio contemplando a aquel reptil. Luego, dijo:

—Tienes razón. La posesión durara una hora cuanto mucho. Deberíamos preparar un muñeco por si acaso.

La señora se marchó al cuarto con el cuchillo en mano. Tardó unos minutos lejos de la presencia de la enorme culebra y del enmascarado, alto y fornido, que lucía como una estatua de carne en el sofá.  Minutos después, apareció la anciana en la sala con su cuchillo, un muñeco, hecho de paja y trapos, y dos largas espinas blancas con negro. Se detuvo en frente del hombre unos segundos con el enojo en su rostro. Caminó hacia él apuntándolo con el cuchillo. — Justo hacia el abdomen—.

—Tus sucias manos fueron las que mataron a mi hijo—dijo la anciana mientras avanzaba sin detenerse.

Luego, se escuchó el sonido de una camisa romperse mientras un viejo y oxidado cuchillo rasga la piel de aquel hombre. La señora cortó un pedazo de la prenda de la esfinge enmascarada que estaba sentada en el sofá, y lo amarró en el cuello del muñeco. Después, le enterró las dos espinas de color blanco con negro atravesándolo desde la cabeza hasta los pies.

—Nunca he hecho un doble ritual—dijo la anciana a su serpiente mientras dejaba caer el muñeco.

Espero que las cosas salgan bien Nigiri.

La serpiente arrastró lentamente a la gallina hacia la anciana. La mujer acercó la taza que había en el centro del triángulo y, luego, con la frialdad del más cruel asesino, le enterró el cuchillo en el pescuezo al ave,  dejando que la sangre brotara de su cuello y callera dentro de la taza. Después, se dio un trago de aquella sangre y dijo:

—Ẹbọ yii jẹ fun ọ ẹmi iku. Fun mi ni ẹmi ọkunrin yii ki o gba ẹmi ẹranko yii. Ọkan kan fun ẹmi miiran. (Este sacrificio es para ti espíritu creador de la muerte. Entrégame el alma de este hombre y toma el alma de este animal. Un alma por otra alma).

En ese momento, el cuerpo del hombre que portaba la máscara comenzó a sacudirse violentamente. La señora caminó hasta el enmascarado y de la herida que le hizo, cuando cortó un poco de su camisa, tomó un poco de su sangre con la taza.

La serpiente arrastró a la gallina, que se agitaba al igual que el cuerpo del hombre, y la llevó hacia uno de los vértices del triángulo.

La anciana también se colocó en el último vértice, con el cuchillo y la taza en ambas manos,  se quedó unos segundos esperando que se terminara el primer ritual. Cuando la gallina y el hombre del sofá dejaron de estremecerse, le señora dijo:

—Aléjate del triángulo querida amiga—refiriéndose a la serpiente.

La serpiente se alejó aquella figura dibujada en el suelo. Luego, la anciana colocó la taza en el piso y alzó la mano que tenía libre hacia el cielo. Enroscó sus dedos y se quedó mirando su muñeca. Luego, miró la serpiente y sonrió.

—No dejes que mi muerte sea en vano—dijo la señora a la serpiente en forma de despedida mientras el cuchillo que cargaba cortó sus venas.

Luego, cambió el cuchillo de manos y cortó las venas de su otra muñeca. Sostuvo la taza mientras su pulso tambaleaba y vertió su propia sangre dentro de ella. —Haciendo la trilogía que necesitaba para su segundo y último ritual—.

Aquellas manos tambaleantes colocaron la taza en el medio del triángulo. Luego, la anciana comenzó a recitar palabras en el lenguaje extraño que le enseñó su madre.

—Que las almas que se encuentran dentro de esta trinidad puedan entrar en otro cuerpo y poseerlo como suyo. Que el cuerpo que muera sin su alma se convierta en prisión, con vida y sin voluntad. Este pacto se sellará con nuestra sangre. Te invoco Bambara. Ven y cumple este pacto y después que pase nuestro tiempo, estas almas serán tuyas.

La anciana vio por última vez a la serpiente—Otra vez el lenguaje del silencio apareció entre ellas—. La sonrisa de aquella mujer refleja satisfacción. Entonces, sus amarillentos ojos comenzaron a perder su color hasta volverse blancos.  El cuerpo de la anciana cayó sin vida. La sangre corría de sus muñecas pintando todo el piso de la sala. Todo quedo en silencio.

Los participantes del ritual de cambio del alma estaban muertos, aparentemente. La serpiente se arrastró sobre todo esa sangre que había en el piso hasta llegar al cuerpo de la anciana.  Subió lentamente sobre ella y se acostó sobre su pecho, como cuando se da un abrazo de despedida. Su dividida lengua rosaba una y otra vez la mejilla de aquel cuerpo sin vida.

De repente, el hombre que estaba sentado en el mueble movió una de sus manos. Sintió una pistola en ella y en su mente apareció un nombre—Rebeca—. Un recuerdo fugaz de alguien que permanecía en sus pensamientos. Luego, se puso de pies y guardó su arma en la cintura, donde siempre la lleva oculta. Tocó sus bolsillos y sintió un encendedor y cigarrillos. También poseía una bolsa de plástico en uno de ellos. Sacó la bolsa de plástico y caminó hasta el cuerpo de la anciana. Vio la serpiente acostada sobre ella y la ignoró. Tomó el muñeco que estaba tirado al lado del cuerpo y lo guardó en la bolsa.

La serpiente miró al portador de la extraña máscara y  pudo ver en él los ojos amarillentos que tanto conoce.

El hombre se alejó del cuerpo de la anciana, dejando una enorme huella de su zapato en ese lugar. La serpiente siguió aquel hombre que se detuvo frente al gran espejo que está cerca de la puerta principal.

El hombre se quito la máscara y la arrojó hacia donde estaba el cuerpo de la anciana. Caminó hasta la puerta y espero a que la serpiente llegara hasta allí. La dejó que subiera por su cuerpo y entrara por su camisa acomodándose en su espalda. Entonces, una misteriosa voz susurró en la nuca de aquel hombre.

—Démonos prisa. Tenemos que matar a García antes de que tu alma abandone este cuerpo.

NURU (El amo de la suerte).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora