Capítulo 12 (Ésta no es mi voluntad)

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Una enorme culebra, roja con negro, se arrastraba por la Calle Fernanda Archiniega Chávez, aquí en la capital de Las Flores. Se dirigía hacia el rincón más oscuro de aquella desolada vía. Luego, se detuvo de bajo de un árbol y se enroscó, como si fuera a dormirse en esta desconcertante noche.

El sonido de la ambulancia anunciaba algún accidente en esta calle tan deshabitada. A lo lejos, un hombre de pie y un niño muerto tendido en el pavimento. Un borracho, que andaba perdido por aquellos rumbos, vio la ambulancia detenerse en donde estaban el hombre y el niño. Caminó hacia allá con ganas de descubrir que había pasado.

Mientras se acercaba, notó algo que empezaba a brillar debajo de un árbol. Una luz radiante de colores rojizos al igual que el fuego.

— ¡Dios mío!

¡¿Qué es eso?!

Dijo aquel borracho después de eructar.

Se acercó boquiabierto hacia aquella extraña luz. Entonces, la culebra sintió su presencia y se  quedó inmóvil, esperando a que el hombre se acerque. El borracho, asombrado por aquellos colores alucinantes, extendió su brazo e intentó tocarla. En ese momento, la culebra lo atacó. Mordió su mano derecha y, en un abrir y cerrar de ojos,  se le enredó en el brazo. Él se asustó y salió corriendo, intentando quitarse aquella extraña culebra que resplandecía como el fuego.

—! Auxilio!

Gritaba el pobre hombre mientras huía como loco.

La borrachera se le había espantando por el miedo. Le tenía  fobia a esa clase de reptiles. Corrió hacia la vegetación que había del lado derecho de la calle sacudiendo el brazo para intentar liberarse. Entonces, en un descuido, tropezó y cayó al suelo. La serpiente soltó el brazo del hombre y se le enredó entre el tórax y el cuello, y comenzó a apretarlo.

— ¡Ayúdenme, por favor!

Gritó desesperado el borracho  mientras que el pánico empezaba a invadirlo.  

Nadie podía escucharlo. Lo único que se escuchaba era aquella molesta sirena de la ambulancia que recogía al niño que estaba tirado en la calle.

El hombre comenzó a perder sus fuerzas poco a poco. Los pulmones dejaban de mandar oxígeno. Su cara comenzaba a enrojecerse. Apenas podía mantener sus ojos abiertos. El final se acercaba y nada, ni nadie, podía evitarlo.

Sus ojos se apagaban lentamente. Un mar de saliva se escapaba de su boca. De pronto, todo quedó a oscuras. Las manos que se resistían a la fuerza de la culebra dejaron de oponerse. Entonces, antes de que se desmayara y perdiera el conocimiento, se escuchó una voz de una anciana que decía:

— ¿Qué estás haciendo Nigiri?

Esta no es mi voluntad.

La serpiente se detuvo por un momento y dejó de asfixiar al moribundo. Aquella extraña luz que la envolvía empezó a desaparecer. La voz de la anciana volvió a repetir:

— Esta no es mi voluntad.

La culebra comenzó a liberar al hombre, obedeciendo aquella voz que provenía de la nada.

— ¿Te has desecho de los García?

Preguntó la voz.

La serpiente sacó su alargada lengua y asintió con la cabeza, como si estuviera contestando que sí a aquella voz.

— ¿Y has matado a Doñé también?

Volvió a interrogar la anciana voz.

La serpiente volvió y asintió con la cabeza, confirmando aquella pregunta.

— Entonces, ya puedes marcharte en paz querida amiga. Nuru y yo estamos juntos otra vez. Vete hacia donde se marchan los espíritus del bosque cuando mueren sus protegidos.

Vete al lugar que te corresponde en el infierno y allí, quiero que atormentes por siempre a ese maldito de Anniel García.

El borracho escuchaba aquella extraña voz de la anciana mientras estaba tendido en el suelo. Sus ojos volvieron a recuperar fuerzas para abrirse. Trató de incorporarse pero se le hacía imposible, aún estaba débil. Buscó la culebra que lo había dominado y la vio unos metros lejos de él.

La serpiente comenzó a mudar de piel y de colores en cuestiones de segundos. De rojo con negro, a verde con negro. De verde con negro a negro. De negro a azul con negro. Y así, sucesivamente hasta convertirse en una culebra blanca y vieja.

Aquella blanca y vieja serpiente, comenzó a endurecerse hasta convertirse en una estatua de de cal. El hombre permaneció incrédulo en la distancia. Una inexplicable brisa sopló con fuerza en el lugar donde estaba el hombre y la serpiente de cal.

Aquella estatua comenzó a deshacerse poco a poco, hasta convertirse en polvo. Polvo que fue arrastrado por el viento desvaneciendo todo rastro de aquel reptil.

Nigiri, el espíritu que cuidaba la familia de Nuru, se marchó hacia el infierno de donde una vez fue traído y convertido en serpiente.

Todo quedó en silencio. La ambulancia ya se había marchado con los dos individuos que estaban en esta desolada calle. El borracho se puso de pies y comenzó a alejarse como pudo de aquel lugar. Preguntándose, si aquella enorme culebra roja con negro, que resplandecía como el fuego, era real o, tal vez, el efecto del alcohol que le hizo recordar su fobia hacia esos reptiles.

NURU (El amo de la suerte).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora