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CHARLIE

Me echo un poco de agua en la cara y trato de calmar mis nervios matutinos por tener que salir de mi habitación. Pongo las manos en el lavabo y me miro en el espejo mientras las gotas de agua caen por mi rostro.

Odio este día y todos los que vienen después de una pelea.

Me seco y abro un pequeño cajón donde tengo varias pastillas. Antidepresivos. Tomo el bote naranja etiquetado y lo miro con detalle, lo abro y me dirijo al inodoro para después verter todas las pastillas en él y jalar de la palanca.

Ya no quiero tomar más pastillas.

Después de vestirme con la ropa más fachosa para ir a estudiar, bajo del segundo piso para ir a la escuela. Estoy tan tranquila bajando las escaleras, pero, en cuanto pongo un pie en el último escalón, mi madre comienza a gritarme y toda la tranquilidad se esfuma hasta el más pequeño rincón. Me dice cosas sobre mi padre, sobre lo estúpido que es, y que somos tan parecidos que a veces me llega a odiar tanto como a él.

Si tanto me odia, que me deje ir con mi padre y listo. Así, podrá hacer su vida de nuevo, tomar el camino que quiera, retomar su carrera profesional, o qué sé yo. No sé qué está esperando, qué más necesita de mí.

Mi madre es muy hermosa, tiene un aspecto joven, buena figura, pero creo que su humor lo arruina todo. Es muy capaz de volver a tener una familia, pero no, está estancada en hacer de mi vida y la de mi padre una miseria, y también de la suya. Por lo que sé, está conociendo a un hombre, así que estoy ansiosa de que se enamore de él y, por fin, me deje en paz.

Salgo deprisa de la casa para no seguir escuchándola. Las lágrimas continúan brotando de mis ojos vidriosos, no las puedo controlar. Estoy tan dañada mentalmente que no hago más que pensar que siempre me merezco el daño que me hacen. Por más mínimo que sea. Y sobre todo si viene de ella.

Durante el camino trato de controlar mis sentimientos, ocultarlos como siempre lo he hecho. Con el tiempo he aprendido a apagarlos. Al principio fue difícil, pero ahora lo sé hacer bien.

A pesar de que estoy tiritando de frío, trato de caminar con rapidez para llegar a la escuela y dejar de llorar. Cuando llego a la entrada, donde hay mucha gente, me seco los ojos para eliminar todo rastro de lágrimas. Seguro que los tengo muy rojos e hinchados. Observo a mi alrededor, a la gente contenta, riendo, siendo amigables y felices. Un extraño sentimiento me embarga y hace que vuelva a llorar. Quisiera ser una de esas personas. Camino rápido hasta las gradas del campo de americano para estar sola y desahogarme.

¿Por qué no puedo tener una vida normal? Ir a fiestas, divertirme, tener un novio, ser porrista o algo parecido. Solo quiero ser feliz.

JACE

Estoy platicando con Ken y Leo sobre si Bob Esponja es más amarillo que los Simpson, pero nuestra discusión absurda pasa a segundo plano cuando Charlie se cruza frente a mis ojos. Camina de forma apresurada en dirección al campo de americano, trata de cubrirse la cara, pero lo poco que puedo ver son lágrimas. No es una buena señal.

—Jace —me llaman los chicos mientras me hacen señas con las manos frente a mí, pero yo solo quiero saber qué ha ocurrido.

Ajusto la correa de la mochila a mi hombro y comienzo a caminar con sigilo para ver si el lugar a donde va es el que yo pienso. Su paso sigue siendo apresurado, casi a punto de trotar, camina con las manos apretadas y, una y otra vez, se cubre el rostro con ellas para después bajarlas con frustración.

La gente se da la vuelta para mirarla, pero no con rareza, sino con preocupación. Tal vez Charlie crea que nadie se da cuenta de su presencia, pero es al contrario, muchas personas la quieren, aun cuando ella las ha alejado de ella, aun cuando hemos pasado años sin hablarnos. Pero no se da cuenta de eso.

Hasta el último de mis días. [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora