15.

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CHARLIE

Hoy es un día más de escuela. Se supone que yo debería estar en la clase de Deporte, pero estoy sentada frente a la señorita Ámbar hablando sobre mi vida. Mientras la señorita busca unos papeles, yo me mantengo en silencio con las manos debajo del escritorio, sin poder dejar de jugar con mis dedos. Incluso me he hecho rasguños en las manos por la fuerza con la que juego con ellos.

La señorita se gira en su silla y pone las hojas que hace rato buscaba sobre el escritorio, me mira con una sonrisa y toma una pluma de tinta azul.

—Ahora sí estamos listas. ¿Cómo has estado?

—Bien y mal

—¿Cuál es la razón de ese bien y mal?

Suspiro con pesadez y alzo un poco los hombros dejándolos caer al instante.

—Bueno, ya ha comenzado el juicio de mi custodia, y esto solo ha puesto a mis padres más a la defensiva, no hablan tan seguido y, cada vez que tienen que hacerlo, se pelean. He tratado de distraerme mientras estoy en casa y discuten por teléfono.

—¿Con qué te distraes?

—Pinto, escucho música, leo algunos libros

Me siento en una esquina de mi habitación o del baño y dibujo en mis brazos. El recorrido de la pintura roja me relaja y calma mis nervios muy rápido. También duermo largas horas; a veces no importa si desperté hace una hora, solo quiero volver a dormir para estar desconectada del mundo. Y no como o, al contrario, como mucho. En ocasiones me dio atracones nocturnos. Voy a la cocina de madrugada y tomo lo primero que veo, y no comida sana, solo chatarra, un puñado de cereales con mucho azúcar, paquetes de galletas, un montón de pan, y todo me lo como en minutos. Al día siguiente no quiero comer nada, ni los siguientes dos, pero después vuelvo a darme un atracón más. Aunque a veces trato de distraerme de manera sana, mi cuerpo y mi mente terminan adueñándose de mí y me llevan a tomar malas decisiones.

—Bueno pues esas distracciones son muy buenas. —Sonrío un segundo sin mirarla mucho tiempo a los ojos—. ¿Por eso te sientes feliz?

—No, también porque Jace y yo hemos estado saliendo y hablando más de lo normal.

—¿En serio? ¿Y eso te hace muy feliz?

Asiento con una ligera sonrisa.

—Sí, me logra distraer mucho de una parte de mi vida.

—¿Qué sientes cuando estás con Jace?

—Muchas cosas. —Suspiro—. Me hace sentir en otro mundo cuando estamos juntos, como si tuviera otra vida, como si los problemas no existieran, como si todo estuviera resuelto. —Sonrío un momento, pero la sonrisa se va desvaneciendo conforme voy recordando qué pasa después—. Pero al llegar a mi casa parece que me encerraran en un cuarto oscuro del que solo podré salir al siguiente día unos segundos, y eso es frustrante. Me enoja no poder retener la felicidad. Sabe, a veces siento que, al entrar a esa habitación oscura, al día siguiente no voy a poder salir, y me da mucho miedo que eso pase

—¿Qué sientes cuando piensas eso?

—Me siento muy triste, sin esperanza, como si fuera el final.

Anota en las hojas lo que le digo y algunas cosas más que no alcanzo a ver. Durante ese rato me mantengo en silencio sin poder dejar de jugar con mis dedos bajo el escritorio.

—Y todo esto ¿cómo crees que te afecta?

—En la escuela, he bajado un poco mi rendimiento, y pues En mi vida diaria, aunque mi autoestima no está por los suelos, he comenzado a cuestionar aspectos de mi cuerpo que antes me parecían lo mejor; ya no me gustan mis brazos ni mis piernas, o mis manos —murmuro. La miro de nuevo a los ojos y continúo—. Ya no me quiero como antes, siento que he perdido mi valor, pero luego otras personas piensan lo contrario, y durante unos segundos me lo creo, pero luego me miro en el espejo y ya no. Y paso de sentirme genial a sentirme la peor persona del mundo. Me siento fea, tonta, gorda, mala persona —digo en voz baja, y no puedo seguir al sentir que un nudo me aprieta la garganta con fuerza.

Hasta el último de mis días. [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora