Capítulo 10: Consolador con arnés

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La rubia procedió a pararse detrás del chico poco convencido de lo que iba a hacer para mirar por encima del hombro de este, como Samantha yacía tendida justo en frente, boca arriba, sobre el sofá. Pegada totalmente al cuerpo de Rey, no le era difícil a Elena poder imaginar que era un hombre a punto de cogerse a su amiga, inconsciente e indefensa, tendida al alcance de una imponente verga que le había hecho perder la consciencia.

"Si Elena lo dice es porque debe de estar en lo correcto," se convenció Rey de lo que estaba sucediendo. "Pero, esto que siento al ser obligado a estar con alguien que no está consciente me despierta emociones difíciles de limpiar. Es extraño y perturbador encontrarme sintiendo placer en una situación como esta. Teniendo al hermoso cuerpo nuevo de Samantha con sus piernas, tetas y trasero aún más gruesos que antes a mi merced. Sus ojos cerrados, respirando pusilánime..."

—Rey —dijo Elena con tal de hacer que el chico saliera de su estado de trance y relajara los músculos de su cuerpo tensado. La rubia estaba disfrutando más que nadie. Tener que sostener la verga de Rey con sus manos, centrar el glande por el agujero que se suponía tenía que colar, empujar sus caderas y con esto las de Rey para avanzar le hacía vibrar.

El imponente miembro, centrado, avanzó y siguió avanzando al interior de Sam, por acto de Elena, mientras que Rey se quedó mirando si la trigueña hacía cualquier expresión de incomodidad con tal de detenerse.

—Aunque le duela, a Sam le cuenta decirlo, pero es un dolor rico —repuso Elena junto al oído del joven que se quedaba mirando la situación sin saber qué hacer.

Si la habilidad absoluta de Sam no se activaba, la respuesta era simple, él no tenía que hacer nada, tampoco necesitaba ver, solo debía enfocarse en lo que estaba sintiendo. "A partir de este momento, para ver y actuar está Elena", se dijo.

Con esto en mente, el chico cerró sus ojos, abrió su boca y tiró su cabeza hacia atrás. Como sus manos le estorbaban, él decidió ponerlas sobre el redondo culo de la rubia, percibiendo como la piel blanca, antes lisa, ahora se sentía como si tuviese los poros erizados al contacto. También sintió los pezones endurecidos sobre las tetas, bien redondas y formadas de Elena recorriéndole por la espalda. Los cabellos rubios le acariciaban el cuello. El embriagante aliento etílico que salía por la nariz. La piel del oído caliente de una chica rozando su rostro. Y el placer de percibir como su verga penetraba el coño rosadito de Samantha, por voluntad de otra persona.

—¿Sabes?... —dijo la rubia ronroneante mientras le acariciaba el abdomen y el pecho con la mano que no usaba—, tan solo he podido hacer esto contigo... y, Elena hizo una pausa, se mordió el labio inferior, como quien se preparaba para hacer una sugerencia descabellada.

Creyendo que no existía nada mejor que una mujer acariciando su cuerpo y su verga mientras le hablaba al oído, sin intenciones de hacerla esperar, el dicho preguntó; —¿Qué? Sabiendo que el comportamiento mimoso de la rubia venía acompañado de un pedido.

—... No he tenido tiempo para pedir, si es posible, unos juguetitos para este momento.

—¿Cómo cuáles? —Volvió a preguntar el chico.

—Uno como el que se veía a Arte usar en el culo, y otro como... el que llevaba puesto la mujer de una de las fotos.

Rey mostró una sonrisa amarga, pero después de la insistencia de Elena por unos cuantos minutos, finalmente cedió e hizo aparecer el pedido de la rubia.

Aún con la verga avanzando lentamente al interior de Samantha que no despertaba, Rey escuchó como a la rubia decir:

—No pares de cogerte a Sam, tienes que encajarle toda la verga —para luego continuar con una descripción gráfica de lo que estaba haciendo con los juguetes que aparecieron justo sobre el respaldar del sofá—. Estoy tan feliz. Que bien que puedo meterme esto con tal de que mi culito no regrese a su tamaño normal y quede bien dilatado para cuando sea mi turno de que me la metas. ¡Ufff! Está grande y casi no quiere entrar. Me duele un poquito al empujarlo, pero si lo saco y le pongo saliva estoy segura de que va a entrar... ¡Uuuuy!, no tengo suficiente saliva, ¿me ayudas? —Elena llevó el objeto metálico adornado con un diamante en el extremo opuesto hasta los labios del chico.

Una casa y cinco jóvenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora