Cap. 21 | Asentar

993 71 49
                                    

Hace exactamente una semana que llegamos a Montana, en nuestro viaje por las diferentes ciudades de Estados Unidos, hemos tenido unos días bastante apretados y difíciles, hemos tenido que lidiar muchas veces con el hecho de pasar desapercibidos, para que las personas no nos reconozcan allá a dónde vamos, y la verdad, es que ha sido muy cansado.

—Creo que con esto es más que suficiente —digo, mirando el carrito de compras.

—¿Segura? Podemos comprar más.

—Trey, esto está bien, es lo básico.

—¿Lo básico? —inquiere, alzando una de sus cejas.

—Lo que quiero decir es que, esto es lo primordial, son cosas que se utilizan en un hogar.

Él me mira tan fijamente, que mis huesos comienzan a sentirse gelatina y una vez más, compruebo que, no importa cuanto lo intente, esos orbes verdes siempre serán mi debilidad.

Haciendo caso omiso a mis palabras, él continúa su recorrido, lanzando cosas al carrito semilleno; mientras más cosas pone, más aumenta nuestro gasto y mis nervios están a punto de colapsar cuando lo veo tomar una caja de galletas que en cualquier pequeña tienda, saldría la mitad de lo que cuesta en este supermercado.

—No, eso no. Es muy caro —digo.

—No, no lo es. Solo cuesta $49 dólares —refuta, enseñándome la etiqueta de precio con orgullo.

—En la tienda de la esquina de nuestra calle cuesta no más de $20.

—Pero no están rellenas de nueces y chocolate —insiste.

Suelto un suspiro e intento tomar la caja, pero él la alza y, con mi estatura, es casi imposible quitársela, incluso estoy saltando para lograrlo, pero me doy por vencida cuando la vergüenza me alcanza porque un par de personas nos miran como si estuviésemos locos.

—De acuerdo, cómpralo entonces —gruño, reacomodando mi blusa—. No me importa —me doy la vuelta para pasar al siguiente pasillo.

—No lo compraré porque mi novia no me deja —dice, provocándome una sonrisa—. ¿Debo dejar los chocolates también? —pregunta y, aunque no puedo verlo, puedo asegurar que está haciendo pucheros.

Me giro para mirarlo. —Quédatelos.

Una sonrisa infantil y tierna se dibuja en sus labios, al mismo tiempo que sus ojos se tornan de un verde brillante y esperanzador.

—Si dices que no lo necesitamos, está bien, puedo dejarlos —responde.

—Treyton... puedes quedarte con los chocolates.

—Vamos —dice, sonriendo y empujando el carrito hacia una de las cajas libres.

Una vez fuera del súper, metemos todo dentro de la cajuela del taxi. Montana parece ser el lugar perfecto para asentarnos, nadie en el pequeño pueblo en que estamos, nos da más de una mirada antes de seguir sus propias vidas.

A pesar de que he mantenido comunicación con Kiara y he hablado con mi hermano, todavía no me he atrevido a decirles nada más que el hecho de que estoy bien y feliz.

Treyton solo se comunica con Ílkay y, he podido notar que, cada vez que habla con él, siempre termina con una expresión de tristeza que inunda sus ojos.

He aprendido a tener que lidiar con muchas cosas; con hacerme cargo del dinero, porque si por él fuera, todos nuestros ahorros se hubiesen terminado el segundo día de nuestra escapada.

Aunque todavía se nos complican muchas cosas, sus ahorros y los míos, son suficientes para poder solventarnos por al menos dos o tres meses, después de eso, estaremos vagando como condenados; es por eso que, he estado buscando un empleo en el que pueda al menos, conseguir un sueldo base.

The Only Reason©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora