Supernatural | pausada

Uno.

El sol se había hecho notar hacía ya una hora, era probable que fueran las seis de la mañana. Yo ya estaba acostumbrada, desde que internaron a mí madre en el hospital, a tener falta de sueño o a despertarme temprano por pesadillas con relación a eso. Un rayo de sol pequeño daba en la cama, dejando el resto de la habitación lleno de una oscuridad y silencio escalofriante. Mí piel se puso de gallina, obligándome a suspirar tratando de despejarme, todos los días cuando me despertaba tenía esa sensación, pero como había dicho el médico, era normal sentir cosas ‘anormales’ en un momento como este, digamos que a nadie le hacía bien ver a su mamá morir lentamente de cáncer.

Mis pies tocaron el suelo frío, levantándome con la idea de darme un baño, antes parando en el ropero para poder tomar unas toallas limpias, nada como darse un baño de agua fría para despejar todo. Cuando sintí como el agua limpiaba todo mí cuerpo fue como si todos mis problemas se fueran con la corriente que iba hacia abajo, era lindo tener un momento de relajación, después de todo me lo merecía con el trabajo que hacía cada día.

La ducha como era normal no duraba el tiempo necesario como para sacarme por completo el estrés que cargaba en mis hombros, pero al menos no me concentraba tanto en los problemas que empecé a tener ya hacia un mes.

Mí mamá estuvo en tratamiento en la casa durante un tiempo, hasta que hubo una muy mala complicación que la obligo a quedarse en el hospital el resto de tiempo con vida que le quedaba. Le habían registrado cáncer de hígado cuando cumplió los cuarenta años, eso había sido ya hacía diez años, ese tiempo que vivió con mucho dolor, nunca dijo nada, sabía que era porque no quería hacerme mal.

Era una joven de ojos marrones, con una cabellera que llegaba hasta por debajo de los hombros de color marrón, me lo había cortado hace unas semanas si no me equivocaba, me había cansado de andar todo el tiempo pendiente de dejar mi pelo largo al cuidado, así que cortándomelo por debajo de los hombros hacía menor la cantidad de trabajo que tenía que darle al cabello, de todas formas no tenía ni tiempo de encargarme del tonto pelo, no recordaba la última vez que me había maquillado, actualmente solamente me pasaba la máscara, la hora de mí vida que tenía para maquillarme había dicho adiós junto con muchas cosas más. Tampoco era que me molestará, me consideraba más bonita con el aspecto natural de siempre, mientras más real mejor.

Luego de un rato de hacer esfuerzos para tratar de disimular el aspecto de recién despierta colgué la cartera en mí hombro para poder irme al hospital, todos los días menos los sábados iba al hospital a las seis de la mañana y me queda allí hasta las siete y media ya que luego ese tiempo no se admitían visitas. El recorrido fue corto y cuando menos lo pensé ya estaba entrado por las puertas del hospital, parándo adelante del mostrador.

—Hola, vengo a ver a Cora Lott, es mi madre. — Le hablé a la primera persona que se limitó a levantar la mirada del papeleo.

—Habitación 403, tercer piso.

Esas palabras fueron suficientes para que caminara a pasos lentos hasta el ascensor que se encontraba en un pasillo. Sabía de memoria cómo llegar a la habitación, era costumbre, pero como el hospital cambiaba de enfermera una vez a la semana —es un decir— todos me desconocían, mientras que la mitad del personal ya tenían mí cara tatuada en la cabeza, era difícil no recordar a alguien que se la pasaba en el hospital todos los días una hora exacta. Apreté el botón del ascensor, viendo como este comenzaba a moverse, provocando que cerrara unos segundos los ojos, daba vértigo el sentimiento de cómo subía el aparato. Fueron unos segundos para que las puertas se abrieran y recuperara el aliento, ahora yendo finalmente a la habitación de mí madre.

403 estaba en letras grandes frente a mis narices, empujé la puerta y entré en silencio.

—Hola mamá. — Susurré acercándome a la camilla para saludar a mí madre con un beso en la frente.