Once.

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Los moteles se me comenzaban a hacer costumbre, al punto de que ya no me molestaba, tampoco el viajar tanto me abrumaba, suponía que algunas cosas mejoraban y finalmente comenzaba a acostumbrarme a las pequeñas cosas que en un principio me resultaban incómodos. Los moteles solamente por la idea de dormir en otro lugar lejos de mi casa, siempre me costaba reconciliar el sueño cuando era así, y viajar en coche por qué simplemente me dejaba todo el cuerpo adolorido y con el trasero transpirado por culpa del cuero. Nos encontrábamos dentro de otro famoso motel, esperando que viniera alguien a atendernos.

Una rubia de ojos avellanas salió detrás del mostrador, sonriéndonos alegremente. No pude evitar echar una mirada al mayor con el rabillo del ojo, y como era normal ya le había echado todo el ojo completo, estar con él era como estar con un muñeco caliente constantemente cuando se trataba de hablar sobre mujeres. Todos los hombres eran iguales, hasta Sam aunque intentará esconderlo, pero sin duda su hermano le ganaba de la una y mil maneras, no se quejaba, lo quería por quién era pero a veces llegaba a ser desagradable su manera de actuar delante de las mujeres, que por cierto no eran nada atractivas. Lo veía con mejor gusto.

—Hola chicos, ¿qué se les ofrece? — preguntó la rubia alegremente.

—Una habitación, tres camas. — hable al ver que ninguno de los dos que tenía al lado se mosqueaban.

— ¿Pagaran con tarjeta o efectivo?

—Tarjeta. — sonreí lo más alegre posible, odiaba a las rubias, solamente por el hecho de que siempre tenían la atención, solamente por rubias, las trataban como tontas y ellas ni se paraban a negarlo cuando se trataba de un hombre.

—Perfecto, aquí tenéis. Espero que disfruten su estadía. — me dio la llave, volviendo a sonreírme.

Tome del saco a Dean y a Sam, empujándolos hacia adelante suavemente para que caminaran, tratando de hacerlos llegar hasta el pasillo con el mismo método.

—Es solamente una chica, ¿qué acaso nunca vieron una? — bufé.

Dean me miró de arriba abajo, sonriendo.

—No, nunca vimos una. — su sonrisa y sus palabras llegaron a molestarme al punto de ganarse una colleja.

Como era normal cada uno se instaló en su cama, sacando algunas cosas del bolso que traían con sus cosas. Me tiré sobre mi cama, estirándome y cerrando los ojos, no había  pegado el ojo en toda la noche y tampoco en al viaje, por lo cual mi cuerpo me pedía una mínima siesta. Mínima.

Sentí como me tiraban una almohada en la cara, abriendo los ojos a la fuerza y viendo que se trataba del hermano mayor, diciendo que me levantará que comenzarían a investigar. Primero, como era normal deberíamos ir a ver el lugar de ataque donde había sucedido ya que nadie había tocado nada de allí y los forenses aún estaban trabajando en la expedición de los cadáveres, a lo mejor si no llegábamos a tiempo los mandarían a la morgue para hacerles una autopsia.

 Me puse el traje de FBI que estaba acostumbrada a usar. Arreglé mi cabello, dejándolo suelto con algo de ondas formadas gracias a que me había bañado y luego no me había peinado. Tomamos lo necesario y salimos, encontrándonos en poco tiempo cruzando las puertas de la cafetería. Pude notar los cadáveres en el suelo, debían ser alrededor de unos diez y algo, todos con los ojos totalmente quemados, pero lo más extraño fue ver a dos ángel entre los diez y algo que había allí.

—Creo que el ángel hizo enojar a alguien. — les dije a los chicos, señalando a la mujer, el traje de carne, pelirroja tendida en el suelo sin vida.

—Seguramente haya sido una lucha entre ángeles en el momento menos indicado. Miraremos los cuerpos para ver si notamos algo, luego iremos a hablar con el hombre sin casa. — indicó Sam.

Supernatural | pausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora