Extraños al atardecer

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¡Hola! Bueno... quería decir algo acá esta vez, así que lo estuve preparando. A mí me gusta plantear mis historias sobre ejes que las estructuran, ¿no? Ok, uno de los ejes de esta historia es por así decirlo "aprender a querer otra vez". ¿Por qué les digo esto? Bueno, porque sé que hay gente sensible y joven leyendo, a la que tal vez le sirva la advertencia. La historia puede que vaya subiendo algunos grados desde ahora y sólo quería dejarles en claro que me gusta experimentar con estos personajes jajaja Así que advertidos quedan xDD

Capítulo XII:

                                              Extraños al atardecer

—Mierda, por un momento casi no llego.

Rodé los ojos.

—Muy graciosa.

Audrey rompió a reír del otro lado de la línea, haciendo que mis ganas de rodar los ojos una vez más se duplicaran. No tendría que haberle enviado ese mensaje antes, no tendría que ser tan abierta sobre mi vida sexual con todo el mundo. Pero es que, necesitaba sacarlo de mi pecho ¿entienden? Más si consideramos aquello que el desgraciado me murmuró mientras pensaba que dormía, es decir, una chica puede soportar tanto sin recurrir a su mejor amiga por consejo o… un arma.

—Ay, Marlín, ¿no crees que estás exagerando un poco? —El humor aún era palpable en su voz—. Sí, tal vez no te encendiste con el bombero al que pocas podrían resistirse, pero ¿y qué? Seguramente a… —Se interrumpió para sofocar una inoportuna risa—. Lo siento, no puedo decir esa mentira.

—Audrey no seas perra, la verdad es que ya me siento mal sin tener que oír tus bromas.

—¿Qué pasó con todo eso de tomarnos las cosas con humor, Mar? Recuerda que me hiciste prometer siempre buscarle el lado positivo a la mierda. —Creo que la hice prometer eso justamente después de aquel día fatídico en la cocina de mamá, ya saben cuando no pude obtener mi helado. Nunca le conté a Audrey lo que había ocurrido en palabras claras, no que lo necesitara de todos modos. Ella había sido capaz de ver mi necesidad por cambiar el peso de ese suceso, al punto en que me obligó a reír por ello y a enseñarle el dedo medio al recuerdo. Desde aquella vez le dije que continuara haciéndolo, si algo iba mal en vida ella estaba en la obligación de hacerme reír. Me sorprendía que aún tuviese esa promesa presente—. Y, vamos, esa clase de cosas pasan.

—Esa clase de cosas me pasan a mí, Aud —gimoteé en voz baja.

—Ya déjate de lloriquear, me sorprende siquiera que seas capaz de tener sexo con esa actitud. ¿Qué te dije de abusar del razonamiento? —Abrí la boca para quejarme ante esa ridícula pregunta, pero ella no me dio tiempo a emitir sonido—. Marín, si la gente pensara tanto como tú antes de hacer algo, ya nos habríamos extinguidos. El sexo implica ser algo espontanea y no tan mental. El problema está en tu cabeza, no en tu cuerpo, ni en tu salud, ni en ninguna de las cientos de teorías locas que habrás formulado hasta ahora.

Maldición, no era bueno que me conociera tan bien. Me dejaba en evidencia.

—Ok, entiendo tu punto —musité con calma—. Pero eso no me da una solución… es decir, ¡diablos! No es como si tuviese un interruptor escondido tras mi oreja. 

—Pues ha de estar metido en tu culo, porque antes no tuviste tantos problemas para apagar el incendio ¿o si?

—Eso es distinto. —Aunque no podía explicar del todo porque ahora era distinto, sólo sabía que lo era.

—¿Qué cambió? ¿Ya no te atrae?

—Eso es ridículo —mascullé sin siquiera vacilar—. Sólo no logré enfocarme, eso no significa que no estuviese funcionando todo bien hasta que…

Lo que aprendí de Cameron Brüner. (Bitácora 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora