No hay mejor lugar que el hogar

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¡Hola! Es San Valentín, feliz día para los que festejen eso... yo creo que siempre que haya una buena excusa para tener un detalle, tal vez una cena y sexo desenfrenado, está bien por mí. Así que disfruten. Este es mi pequeño regalo para ustedes, porque ya son como amigos y lo crean o no comparto mucho a través de este medio. Buena lectura... besos ^^

Capítulo XXII

                                         No hay mejor lugar que el hogar

Mark Twain una vez dijo: “He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”, pues es Mark Twain damas y caballeros, es obvio que el hombre no cometería un error de juicio al decir algo por el estilo.

¿Quieren saber lo que descubrí yo en este viaje? Descubrí que soy demasiado cobarde para aceptar lo que siento, tanto si fuera amor u odio, me siento completamente fuera de lugar al admitirlo abiertamente. ¿Qué importa después de todo? Siempre pensé que los sentimientos se expresaban con actos, las palabras sólo vienen a confirmar algo que ya se ha dicho de cien maneras diferentes y en un intercambio que no necesitó de especificaciones. Pero una cosa es sentirlo, otra admitirlo y una muy distinta es aceptarlo. No lo acepto, tengo miedo de aceptarlo… ¿eso es muy estúpido? Seguramente que sí. Cualquier mujer mataría por un hombre como Cam, lo sé. Cualquier mujer moriría un poco con sólo escucharlo confesar su amor, cualquiera mujer dejaría el pasado en paz y se lanzaría con los brazos abiertos a la aventura de conocerlo, enamorarlo… enamorarse.

Pero para desgracia mía, no soy cualquier mujer y quizá lo más sensato sería admitir que tal vez, sólo no soy la mujer para él. No crean que disfruto esto, por supuesto que no lo hago, detesto lastimarlo o tenerlo en ese estado de pausa y espera. Lo detesto, ¿pero qué puedo hacer? Hay algo roto entre nosotros, algo que ya no creo que podamos enmendar sin importar cuánto empeño le pongamos.

Luego de dejarlo en la habitación fui al único lugar que mis pies descalzos soportarían; la casa/posada de Ariel tenía una bonita terraza donde solíamos hacer nuestras cenas al aire libre. Allí me encontraba en ese momento, más que nada porque no quería que nadie me saludara o intentara animarme, lo único que deseaba era cerrar los ojos y al abrirlos aparecer en mi casa. Estaba harta de ese viaje, de toda la tensión que habíamos pasado juntos… la cual en ese instante parecía inútil.

Me senté en el piso, sacando las piernas por entre las rejas de contención de la terraza y luego dejé caer mi frente contra el metal tibio por el sol del mediodía, a la vez que sentía mis lágrimas cayendo en silencio por mis mejillas. No creo que se pueda explicar de un modo simple, pero si alguna vez se sintieron al borde de un ataque de pánico entonces tal vez puedan tener la imagen. Sólo me faltaba comenzar a hiperventilar y sería el cuadro perfecto de la desesperación. Pero es que… ¡diablos!, dolía. Me dolía en mi nombre y en su nombre, me dolía porque no era cuestión de que él viniera a buscarme, me dijera algunas palabras lindas y volviéramos a repetir el patrón. No era cuestión de que me intentara conquistar otra vez, o de que inventara un juego para hacernos ver la posibilidad de otros comienzos nuevos. El problema era que ya no sabía si quería que siguiera intentándolo, el problema mayor era que temía que él ya no lo quisiera.

Estaba tan metida en mi papel, tan concentrada en descubrir si se podía morir del dolor de saberse derrotado, que me tomó por sorpresa el roce de una mano sobre mi hombro. Di un respingo, alzando la cabeza hacia la persona que reclamaba mi atención. Claudia me observó desde arriba, frunciendo el ceño al notar que estaba llorando como si acabaran de cancelar The Walking Dead. ¿Qué? No me jodan, realmente me gusta esa serie.

—¿Qué pasó? —inquirió en un susurro, colocándose de cuclillas a mi lado para que estuviéramos a la misma altura. Pasó su mano por mi cabello delicadamente, apartando algunos mechones que caían sin control sobre mi rostro.

Lo que aprendí de Cameron Brüner. (Bitácora 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora