Lunes

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"El día siguiente sonó la alarma de las 6:00 que había puesto para levantarme a estudiar, como hacía todos los días de semana. Sobre que me había dormido tarde porque los vecinos del fondo de mi casa se habían puesto a discutir a plena medianoche, me tuve que despertar cuando el sol todavía no amenazaba con asomarse. Todo porque me había olvidado de desactivar la alarma; todo porque la maldita universidad había decidido suspender las clases. Por supuesto, eso sólo sirvió de disparador para pasar otro día entero malhumorado.

No me quedó otra que levantarme, porque una vez despierto ya me es imposible volver a dormir. Así que decidí levantarme a desayunar, tratando, claro, de no hacer ningún ruido porque mi familia seguía durmiendo. Pero eso no funcionó, a los pocos minutos ya tenía a mi hermano, Matías, enojado pidiéndome que le haga una chocolatada porque por mi culpa se había despertado temprano cuando no tenía que ir al colegio. Ya que amenazaba con despertar a mis padres si no cumplía con su amable petición, le hice la chocolatada. Pero para reírme un rato, en lugar de alcanzarle el azúcar le pasé la sal, y de lo dormido que estaba no lo notó hasta que probó su chocolatada. Al parecer no le dio mucha gracia y se puso a llorar. Entonces se levantó mi mamá a preguntar "qué le había pasado al bebé de la casa, quién le hizo eso". Obviamente Mati me señaló a mí con ese dedo que solo sabe usar para limpiarse los mocos y acusarme cuando le hago una de mis bromas.

Como castigo por mi terrible crimen, mi mamá me mandó a limpiar todos los muebles de su sala de estar, y a ordenar todos sus CDs en orden alfabético, por artista y por género; y como si fuera poco también me dijo que iba a tener que ayudar a Mati con todas sus tareas del colegio durante todo lo que dure la cuarentena, porque, obviamente, a los chicos de primaria sí les dan clases.

Esto no era justo, así no podía soportar este encierro. Estudiar era el único pretexto que tenía para encerrarme tranquilo en mi habitación y no tener que escuchar todo el día los lloriqueos de un niño de 7 años y las quejas de una madre súper perfeccionista, sin hablar de mí padre, que se la pasa todo el día escuchando su música de rock pesado y recordando los tiempos en los que tuvo una banda con sus compañeros del secundario, en la que era el baterista.

Ahora no tenía nada que me mantuviera en paz, necesitaba hacer algo más, estar con otras personas que no lleven mi sangre, pero no podía juntarme con mis amigos. Así que le pregunté a mi mamá si había algo más que arreglar en casa (porque a ella le encanta arreglar todo y dejarlo bien prolijito), y me dijo que a las ventanas del patio les hacía falta una nueva capa de pintura, pero para eso hacía falta quitarles el color de abajo. Y así fue como conseguí un pasaporte a la libertad, llamado "andá a la ferretería de don Pepe y compráme una espátula de dos pulgadas y una cola de carpintero".

Saqué plata de su billetera, me peiné un poco y me dispuse a salir de mi casa. Pero cuando estaba por abrir la puerta, Mati me vio y me pidió que le compre un alfajor triple, le dije que no y se puso a llorar. Cuando mamá lo vio me dijo: "¿Porqué lo haces llorar a tu hermano? ¡Anda y comprále el alfajor que te pidió!". Luego de eso, y de respirar para no gritarles, abrí la puerta y me fui.

Por fin estaba afuera.

Como en mi familia son súper cuidadosos con las cosas de la higiene y todo eso, apenas se supo de la pandemia nos tuvimos que encerrar en casa. Así que ya llevaba más de 40 días encerrado con ellos. Por eso disfruté tanto salir a caminar, aunque solo sean 2 cuadras.

Cuando llegué a la ferretería no podía creer la enorme fila que había. Sabía que en cada negocio iba a haber mucha gente esperando para ser atendida, pero no esperaba que una ferretería fuera uno de esos lugares a los que fuera tanta gente. Delante mío había como 20 personas, eso, sumado a que teníamos que respetar el metro de separación entre cada uno, me dejaba parado en la esquina de atrás del local. No iba a volver a casa en ese momento, al contrario, traté de disfrutar cada segundo fuera de mi casa.

Para colmo tengo una memoria espantosa, así que no podía dejar de repetir en mi mente la lista de compras: "una espátula de dos pulgadas y una cola de carpintero".

En ese momento una chica linda, que acababa de llegar, me toca el hombro y me dice "¿Hace mucho estás esperando?". Cuando vi sus ojos azules me invadió una alegría infantil y no sabía cómo articular mis palabras, a tal punto que casi le respondo "una espátula de dos pulgadas y una cola de carpintero". Por suerte no lo hice, habría sido muy vergonzoso. Le respondí que hacía 10 o 15 minutos había llegado, pero la fila no avanzaba nada, y me dijo "Uh,¡Qué perno!", y se fue, y con ella mi sonrisa... Y mis recuerdos! Ya no recordaba qué me habían mandado a comprar. Me puse como loco al no recordar qué tenía que pedir después de la espátula de dos pulgadas. Hasta que vi apoyado en el cable de la electricidad un pájaro carpintero y ahí recordé la cola de carpintero.

Después de casi dos horas de hacer fila, cuando por fin pude ver la entrada de la ferretería, se oye que sale Don Pepe a decir que no podía seguir atendiendo, que tenía que parar un rato para almorzar, pero que a las 17hs volvería a abrir. La gente que aún estaba haciendo fila se enojó y se fue a su casa. Pero yo no podía volver sin nada, o de lo contrario iba a tener que seguir ayudando a Matías con su tarea, y prefería mil veces pintar la ventana o ponerme a ordenar esos CDs. Así que me puse en búsqueda de otra ferretería, pero no hubo caso, estaba todo cerrado. Además ya me estaba agarrando algo de hambre. Así que le pregunté el horario a una señora que barría su vereda y cuando me dijo que eran las cuatro de la tarde no lo podía creer. Había estado alrededor de 3 horas buscando una ferretería.

Aunque suene raro, de verdad quería volver a mi casa y comer algo. Pero recordé que Don Pepe volvería a abrir en pocos minutos, así que decidí apurarme para llegar a la ferretería antes que los demás. Y así fue, cuando llegué no había nadie, pero tuve que esperar a que abrieran. Con suerte no me olvidé de lo que tenía que comprar, así que luego de pagar por todo volví a mi casa. Y ¿Saben lo que me dijo mi mamá? "Por fin llegaste hijo", no. No me dijo eso, me preguntó si había estado fumando hierba o si me había ido con mis amigos a andar en moto, y obviamente no me creyó cuando le expliqué la razón por la que me tardé tanto, y me dijo que ya lo íbamos a hablar con mi papá.

Luego de una charla incómoda y eterna sobre el uso de drogas y los peligros de andar en moto con mis padres, aparece Mati que recién se levantaba de la siesta, y me pregunta por su alfajor triple. Me había olvidado de comprarle el alfajor. Otra vez a hacer fila dos horas.

Y así se pasó todo el lunes. Todavía me duelen las piernas de tanto estar parado haciendo fila.

Escapar de la cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora