Tercer secreto

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- Antes de comenzar con esta parte de mi confesión, quiero advertirte, si eres mi hijo, que lo que voy a contar aquí quizás te incomode un poco. Y también, como voy a hacer referencia al nacimiento de Matías (mi hijo menor) espero no perturbarlo con esta faceta mía, y que pueda perdonarme, ya que también a él le he estado ocultando muchas cosas acerca de mi pasado y de su identidad.

Bien, ¿Dónde me había quedado? Ya sé, en el momento en que nació mi primer hijo, Fernando. Cuando lo tuvimos, lo llenamos de mimos. Ese bebé se convirtió en la alegría de mi madre y le regaló más años de vida con sus risas y llantos. Siempre tratamos de darle todo lo mejor; la mejor comida, la mejor educación, los mejores juguetes, en fin, lo mejor. Al principio no era tan complicado porque era nuestro único hijo y no teníamos muchos gastos, así que no lo dudábamos. Pero, cuando Fer fue creciendo, la enfermedad de mi madre empezó a empeorar, y tuvimos que dejar de darle ciertas cosas a él para poder cuidar lo mejor posible a mi mamá.

Sumado a la enfermedad de mi madre, que por un tiempo permaneció inactiva y regresó cuando Fer cumplió los 14 años, con mi esposo también estábamos pasando por algunos problemas en nuestro matrimonio. Problemas relacionados a la pasión y al afecto que nos teníamos. Me explico, al desvelarnos tantas noches por el llanto de Fer cuando era bebé, y de ocupar el resto de nuestros días en trabajar para poder ofrecerle a ese niño una buena vida, y, además, al pasar tanto tiempo cuidando a mi mamá y llevándola a sus consultas y tratamientos de quimioterapia, ese fuego que al principio nos quemaba ahora apenas dejaba una sensación de calidez en nuestra piel. Ya no hacíamos el amor como antes, ya no nos besábamos; ni siquiera nos dábamos un abrazo al volver a vernos. Cuando llegaba la noche y nos acostábamos, sentíamos que estábamos muy separados, a pesar de estar el uno junto al otro. Así que, una noche decidimos hacer algo. Nos sentamos en la cama, frente a frente, y hablamos por un largo rato. Pasamos toda la noche recordando el momento en que nos conocimos, que solo éramos unos adolescentes; nuestro primer beso; nuestra boda; y la primera vez que hicimos el amor. Y ahí nos detuvimos. Empezamos a hablar de cómo se sintió estar así de juntos, y de cómo eso fue cambiando hasta llegar a ese momento en el que sentíamos que algo nos había alejado tanto. Y, como si nos estuviéramos leyendo la mente, comenzamos a imaginarnos situaciones en las que habíamos imaginado estar juntos (como en el cine, o en el baño de un bar, cosas por el estilo), pero nunca lo hicimos. Entonces, yo le propuse a Miguel volver a encender ese fuego que antes ardía en nosotros. Acordamos vernos cada día primo del mes en un lugar extraño, o vestidos según alguna temática exótica (lo de los números fue cosa mía, siempre fui muy calculadora y amante de la exactitud). Y, por un tiempo, fue así. Los días número 5, 11, 13, 19, 23 y, si el mes tenía, 29 o 31, nos enviábamos un mensaje con una dirección o un horario para vernos, dejábamos a Fer con la mujer que contratamos para cuidar a mi mamá, y nos reuníamos como habíamos acordado, en el lugar que había elegido la persona a la que le tocaba ese día, o vestidos de la forma en que el otro había escogido.

No quiero dar demasiados detalles al respecto porque supongo que mis hijos van a leer en algún momento esta carta, pero quiero destacar de ese tiempo que fue la etapa que más disfruté de mi relación con Miguel y que, aunque no haya durado todo lo que duró nuestro matrimonio, nunca lo dejé de amar, ni por un minuto.

Yendo al quid de la cuestión, durante este mismo periodo de tiempo ocurrió algo más que tampoco le he contado a nadie en mi vida. Luego de tres meses en los cuales estuvimos saliendo e intentando encender nuevamente el fuego de nuestra pasión, para mi completo asombro, quedé embarazada. "¡Eso no puede ser verdad!", pensé. Fernando me había dicho que mi esposo era infértil, por lo tanto, o Fernando me había mentido, o nuevamente se había hecho pasar por Miguel para volver a acostarse conmigo. Me deshice del test de embarazo, dispuesta a no contarle a mi esposo sobre mi nuevo embarazo, y fui a la casa de Don Jorge para averiguar si de verdad Fernando se estaba escondiendo allí y, si así era, pedirle explicaciones. Tenía que descubrir qué estaba pasando.

Me subí al auto y conduje hasta la casa de mi suegro, obviamente sin decirle nada a Miguel, para no levantar ninguna sospecha.

Al llegar, la verdad no sabia si estar contenta o molesta, pero si me sentí más tranquila por el hecho de ver con vida a Fernando y poder quitarme de la cabeza la idea de que yo era la culpable de su muerte. Pero no era así. Seguía vivo, y los años no parecían haber hecho efecto en él. Se veía incluso más joven que su hermano. Pero bueno, mejor me concentro en el punto al que iba. Cuando lo vi, lo primero que hice fue pegarle y retarlo por habernos hecho creer que estaba muerto. Después, fuimos a sentarnos a la sala de estar y le conté que estaba embarazada. Sabía que él me había mentido, ya sea al decirme que Miguel no podía tener hijos o al fingir ser su hermano, solo necesitaba que me diga la verdad. Me respondió que nunca me mintió. Y, ante su respuesta yo quedé muy confundida.

- ¿Qué quieres decir con eso? – le pregunté.

- Lo que te estoy diciendo. Yo nunca te mentí, nunca lo haría. Cuando te conté lo que le hice a mi hermano cuando éramos más jóvenes es cierto. Tampoco te mentí cuando te dije que me iba a ir de tu vida, y cuando papá me contó que había llamado una chica con tu misma voz supe que tampoco creíste que de verdad estaba muerto. Y, aunque me duele que me creas capaz de hacer algo así, tampoco te engañé para acostarme contigo.

- Entonces explícame cómo es que estoy embarazada.

- ¿Me estás diciendo que no recuerdas haberte acostado conmigo todo este tiempo?

- Claro que no. Jamás le volvería a hacer eso a mi esposo.

- Mari, me duele mucho lo que me estás diciendo porque yo en serio disfruté cada una de las veces que nos vimos en este tiempo. Cuando te empecé a enviar esos mensajes diciéndote que nos encontremos para hablar, y veía que apenas llegabas comenzabas a besarme y tocarme, yo creí que era porque estabas interesada en mí.

- ¿A qué mensajes te referís? No entiendo de qué me hablas.

- Ya sabes, primero te dejé una carta en la puerta de tu casa que decía "Te extraño. Nos veamos en el café donde trabajabas a las 19:00".

- Yo creí que eso lo había escrito mi marido. ¿Cómo iba a saber que lo escribiste tu?

- ¿Entonces tampoco reconociste mi letra en la tarjeta que te dejé en la ventana de tu pieza? O ¿Me vas a decir que no leíste el papelito que guardé en el CD que te regalé la última vez que nos vimos?

- No. Nunca reconocí tu letra en esa tarjeta, y tampoco vi ningún papel en mis CDs. Lo que me estás diciendo es una locura, y si no confiara en ti, pensaría que lo estas inventando para ocultar lo que hiciste.

- Puedes confiar en mí. Lo que te estoy diciendo no es menos vergonzoso para mí. Yo empezaba a creer que podrías quererme a mí en lugar de a Miguel... - dijo y bajó la cabeza un poco triste.

- Está bien, te creo. Pero, quiero que sepas que, si me llego a enterar de que todo esto es mentira, yo misma me voy a encargar de que lo que decía en esa esquela se cumpla.

Eso fue todo lo que hablamos. Le dije adiós y me fui de vuelta a mi casa. Ahí busqué el CD de Axel que pensé que me había regalado mi marido pero que en realidad era un obsequio de su hermano loco. Lo abrí y cayó un pequeño papel con una nota que decía: "Mariana, como dice este disco que te regalo: TE AMO. Si tú también me amas, como yo creo, deja a Miguel y ven conmigo. Fernando."

Me encerré en el baño a llorar. Tenia mucho que pensar. Iba a tener otro hijo de Fernando y no me creía capaz de seguirle mintiendo así. Pensé en abortar. Miguel estaba feliz con un solo hijo, no necesitaba uno más, y menos en este momento. Pero, pensé que ese niño no tenía la culpa. No podía salvarlo de nacer en una familia tan retorcida, pero tampoco podía privarlo de la vida que él merecía y podía tener. 

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⏰ Última actualización: Aug 03, 2020 ⏰

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