Domingo, de nuevo

22 5 0
                                    

Cuando volvieron del almuerzo, nos trajeron el nuestro. A cada uno nos dieron una bandeja con un plato de estofado y un vaso con agua a temperatura ambiente. Apenas me dieron mi bandeja se sentaron en la banca de visitas y mirando el reloj me dijeron que tenía una hora para terminar con la historia porque después se tenían que ir y esta semana no les iba a tocar estar en la estación. Así que si quería que me dejaran salir tenía que apurarme. Tragué, no, devoré mi comida y me dispuse a acabar de una vez con ese relato tan tortuoso.

Me había quedado en el domingo ¿Cierto?. Es decir ayer.
Era domingo, de nuevo. El primer día de esta semana y lo terminé pasando en la cárcel ¡Yupi!. Al cómo llegué acá ya lo conocen, me encontraron caminando entre las calles de mi barrio. Cuando los ví intenté salir corriendo pero olvidé que ustedes iban en un móvil policial y yo solo tenía mis piernas para correr y todo el peso de la semana que acababa de pasar sobre mis hombros. No tenía muchas fuerzas para correr, pero cuando salga de acá los reto a una carrera, eso si se animan a competir contra mí.

En su mirada noté que no estaban muy emocionados por hacer eso. Pero yo sabía que era porque no eran capaces de superarme.

En fin, me alcanzaron a los veinte segundos y me trajeron a dónde estoy hoy con ustedes. Pero lo que no saben es lo difícil que fue ese día.
Por empezar después de que mi mamá se fue tan rápido, Mati comenzó a llorar y me quedé a consolarlo. Me preguntaba "¿Por qué se tiene que ir de nuevo? ¿Acaso ya no nos quiere?". Yo solo lo abrazaba. Quería prometerle que mamá iba a volver pronto e íbamos a salir a pasear, como hacíamos siempre, y que papá nos iba a llevar a pescar a ese lago hediondo que le gustaba tanto. Luego nos pusimos a jugar a las cartas para distraernos, salir no podíamos y ya estábamos hartos de ver la tele y jugar videojuegos. Así estuvimos hasta que se hizo de noche y sin darnos cuenta nos quedamos dormidos encima de la mesa apoyando nuestras cabezas sobre las cartas.
Esa noche me volví a despertar sin saber porqué en medio de la madrugada. Y escuché los mismos ruidos que la vez que encontré a Mati sobre la mesa tras dar un paseo sonámbulo. Pero esta vez no fue él, estaba dormido en frente mío, del otro lado de la mesa. Ya no temía que fuera un ladrón porque sabía que nadie había entrado a robar a casa. Pero había otras cosas a las que temer.
Agarré mi celular por precaución y marqué el número de emergencias para llamar si me sentía amenazado. Otra vez ese ruido. Esta vez vino del patio. Fui hasta la puerta del patio y vi a los perros profundamente dormidos. Deberíamos haber adoptado un perro guardián en lugar de ese par de puddles que ladran todo el día menos cuando tienen que hacerlo. De repente un ruido que me sonó familiar interrumpió mis pensamientos. Quien sea que estaba ahí había abierto el armario del patio. Sin asomarme mucho para no ser descubierto, pude ver una sombra algo robusta. Le grité "¡Papá! ¿Qué haces ahí?". Cuando me escuchó se asustó y salió corriendo. Abrí rápido la puerta para alcanzarlo pero ya era tarde. Ni siquiera pude ver por dónde había salido, pero pensé que probablemente sería por donde también mi madre había entrado hacía un par de horas. Me acerqué al armario para cerrarlo y ver qué había sacado, pero todo estaba en su lugar. Al parecer no había llegado a sacar lo que buscaba porque me escuchó gritar.
Cuando me doy vuelta para volver adentro se casa piso sobre algo raro. Pensé que había sido excremento de los perros, pero noté que no se había pegado a mis zapatillas cuando di un paso atrás. Entonces me di cuenta de que era una billetera. La recogí del suelo y la llevé adentro con la esperanza de que papá volviera a buscarla.
Una vez adentro volví a cerrar todo y me fui a acostar a mi cama, no sin antes llevar a Mati a la suya y taparlo bien porque esa noche estaba fresco.

Por la mañana temprano me despierta el teléfono y voy rápido a atenderlo. Era una amiga de mamá que llamaba para saber si ya había empezado el tratamiento, que ella tenía un conocido que había curado a muchos de sus pacientes. Yo me extrañé mucho. No sabía que mi mamá estuviera enferma. Le dije que ella no estaba en este momento pero si quería yo le pasaba el dato del doctor. Entonces me dictó su nombre y número de teléfono. Le agradecí muy cordialmente y colgué.
Entonces agarré nuevamente el teléfono y marqué el número que me había dictado la mujer. Después de sonar varias veces atiende un hombre con una voz muy ronca, digna de un doctor. Me dijo lo siguiente: "Habla el doctor Ricardo Castro del departamento de oncología y cancerología ¿En qué puedo ayudarle?". Jamás me voy a olvidar de sus palabras. Apenas dijo eso quedé en shock y solté sin querer el teléfono dejándolo caer al piso. Mati apareció atrás mío y me preguntó si pasaba algo. No podía decirle que mamá tenía cáncer, era muy chico pero entendía lo que eso podía significar. Ya habíamos vivido la muerte de nuestra abuela por culpa de esa enfermedad. Así que le mentí que mamá había tenido un pequeño accidente y estaba en el hospital, pero que ya iba a volver a casa. Supongo que eso era mejor que decirle la verdad, por lo menos hasta que ella vuelva y nos explique todo lo que estaba pasando.

*Continúa en siguiente capítulo*

Escapar de la cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora