‐Todavía no entiendo cómo lo has hecho ‐ dijo Magde mientras tomaba una silla para sentarse a su lado‐. Cuando a mí me llegue el momento, si es que eso ocurre alguna vez, quiero una cama de hospital, un equipo médico y todos los calmantes del mundo.
Katniss se rió.
‐Eso habría estado muy bien ‐admitió mirando a su bebé‐. Pero yo no cambiaría nada de lo ocurrido. Bueno, excepto las molestias que les he causado ‐añadió sintiéndose algo culpable‐. Lo siento de veras. Nos marcharemos mañana a primera hora.
‐No te preocupes por eso ‐aseguró Magde haciendo un gesto con la mano‐. Desde que Clove se casó y se fue, esto ha estado muy vacío, y no nos gusta. No tengas prisa en marcharte. Si te quedas aquí unos días siempre habrá alguien que te pueda echar una mano en cualquier cosa que necesites.
La idea no podía ser más atractiva, pensó Katniss. Le gustaba su pequeño apartamento, pero le resultaba reconfortante pensar en tener alguien cerca sus primeros días de maternidad. Había leído todos los libros, ido a clases de preparación al parto y charlado con todas las madres que conocía en el restaurante. Pero no por ello dejaba de asustarla la idea de hacerse cargo de un ser humano indefenso.
Tener compañía facilitaría su paso de mujer soltera a mamá.
‐Tal vez lo haga ‐respondió, asegurándose a sí misma que su deseo de quedarse no tenía nada que ver con Peeta‐. Gracias por la oferta.
‐No tienes por qué agradecer ‐aseguró Magde con una sonrisa‐. Créeme, a Annie le encantará pasar su tiempo libre con el bebé, y a mí también.
Katniss se preguntó qué se sentiría al formar parte de una familia tan grande y tan cariñosa. Tenía la impresión de que los Mellark estaban muy unidos, ya que las hermanas compartían casa.
‐Tiene que ser estupendo para todas ‐reflexionó en voz alta‐. Vivís juntas pero cada una tiene su propio apartamento.
‐Bueno, la mayoría de las veces es divertido. Pero, créeme, tener apartamentos separados era una necesidad ‐aseguró Magde ‐. Quiero mucho a mis hermanas, pero si no tuviéramos cada una nuestra puerta cerrada... Digamos que somos todas demasiado italianas.
Al instante, Katniss revivió la escena de Antonio's y recordó cómo se habían gritado Haymitch y Peeta. Todos los que trabajaban en el restaurante estaban acostumbrados a su carácter temperamental y a su habilidad para gritarle a todo el mundo excepto a su tía Alma. A Katniss no le importaban los gritos. En los hogares de acogida en los que había crecido se habia acostumbrado a ellos.
Y todo el mundo conocía la rivalidad entre la familia Abernathy y los Mellark.
Pero ella no se había dado cuenta de que Peeta era miembro del ejército enemigo hasta que fue demasiado tarde. Todavía podía sentir la sensación de estar entre los brazos de Peeta, cerca de su pecho, el calor de sus manos sujetando la suya mientras ella estaba dando a luz, su voz suave y tranquilizadora hablándole sin descanso en un intento de ayudarla... Peeta Mellark era encantador. Y para la experiencia de Katniss, aquello era una rareza.
Se preguntó cómo habría sido su vida si el padre de su hija hubiera sido alguien como Peeta. Entonces tendría un hogar verdadero, una familia con la que celebrar los cumpleaños. Pero, en vez de aquello, estaban las dos solas. Katniss se dijo a sí misma que así estaba bien. Ella y la niña iban a estar estupendamente. Las dos solas.
-Peeta me ha dicho que trabajas en Antonio's.
‐Sí. Hace ya algunos años.
‐¿Y te gusta?
‐La verdad es que sí ‐confesó Katniss con una sonrisa‐. De hecho, es muy divertido, y siempre estoy conociendo gente nueva. Además, las propinas son muy generosas.
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El Ángel Azul
RomanceElla necesitaba un héroe... él necesitaba que lo salvaran. La camarera Katniss Everdeen se puso de parto durante sus horas de trabajo. Muerta de dolor, aceptó que el piloto Peeta Mellark la ayudara.