Capitulo 8

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‐No veo el problema ‐ dijo Johana mientras le hacía cariñitos a Ángela‐. Quiero decir, que ojalá todas tuviéramos que afrontar situaciones así de terribles. Un hombre guapo y rico quiere pasar el tiempo contigo. ¡Qué horror! ¿Por qué no te tiras a la vía del tren para acabar con tanto sufrimiento?

‐Muy graciosa.

Johana había pasado a verla de camino a su turno en Antonio's, y no había dejado de hablar de Peeta.

‐Vamos, díselo a tu madre ‐dijo Johana mirando a Ángela con seriedad‐. Dile que se relaje y se divierta.

‐Es muy fácil decirlo ‐respondió, Katniss.

Había pasado casi una semana desde el día en que ella y Ángel habían posado en la tienda para su primera fotografía juntas. Y durante ese tiempo Peeta se había convertido en un visitante todavía más habitual de lo que ya era. Aparecía con una pizza, con un par de películas de vídeo, con comida china, etc. Katniss no sabía qué iba a ocurrir después, y ése era el problema. Le gustaba saber. Le gustaba conocer los planes.

‐No lo entiendo. ¿Qué es lo que tanto te inquieta? ¿Acaso te está molestando ese tipo? ‐preguntó entornando los ojos, como si de pronto hubiera dado con la clave del asunto‐. Claro, es eso, ¿verdad? Tú quieres que te deje en paz y él se niega. ¿Es un acosador, o algo parecido? Porque si es así...

‐¡No! ‐exclamó Katniss con tanta firmeza que la bebé un respingo en brazos de Johana‐. No es eso en absoluto. El problema no es que no me guste, sino todo lo contrario. Que me gusta.

‐Entonces relájate y disfruta.

‐No puedo.

‐¿Por qué no?

Para Johana las cosas eran blancas o negras. Aunque claro, ella no tenía que preocuparse de un bebé. Pero en cuanto aquel pensamiento se le cruzó por la cabeza, Katniss lo rechazó al instante. No era Ángela la que le impedía dejarse llevar por las atenciones de Peeta. Era una cuestión suya. Katniss había confiado en un hombre una vez, y él la había dejado sola y embarazada. No era que pensara que Peeta fuera ese tipo de hombre, pero tampoco lo hubiera esperado de Cato.

‐Ya sé lo que estás pensando.

‐¿Ah si?¿En qué?

‐Estás comparando a Peeta Mellark con ese inútil, vago, mala persona... ‐comenzó a decir Johana antes de tapar las orejas de la niña para que no escuchara el nombre de su padre‐. De Cato.

‐No, no los comparo.

‐¿No?

‐De acuerdo, tal vez. Un poco. Pero es lógico, ¿no?

‐Supongo que sí ‐admitió Johana recostándose sobre los cojines y mirando a Ángela a los ojos‐. Pero no todos los hombres son como ese tipo. ¿Vas a ingresar en un convento por culpa de un impresentable?

‐No creo que en los conventos acepten madres solteras.

‐Pues peor para ellos.

Katniss sonrió ante aquella conversación absurda. Siempre había podido contar con Johana para todo. Era una buena amiga, y comprendía por lo que había tenido que pasar cuando Cato la abandonó. Pero Johana procedía de una familia unida y cariñosa. Tenía padres, dos hermanos que se burlaban de ella sin piedad, sobrinas, sobrinos, e ignoraba lo que significaba sentirse completamente sola, no tener a nadie en quien apoyarse cuando te golpeaban las piernas para hacerte caer.

Katniss no podía arriesgarse a que volvieran a hacerle tanto daño, porque esta vez afectaría también a Ángela.

Johana consultó su reloj, suspiró con frustración y depositó a la niña cuidadosamente sobre los cojines del sofá.

El Ángel AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora